Siempre se ha atribuido al rock’n ‘roll los epítetos de “oscuro”, “sexual”, “provocador”, o se ha aludido al poder liberador que tenían para muchos los conciertos de rock. Si añadimos que el género naciente fue identificado con los focos rebeldes y la delincuencia, es compresible creer que los 50’s topaban con un sonido revolucionario, ante el adalid de un nuevo movimiento. De los pioneros, unos cayeron, otros quizá fingieron su muerte. Pero todavía en estos tiempos hay quien se empeña en demostrar que no todo fue faldas y gamuza azul.
Ignacio Juliá, director desde hace 26 años de la revista Ruta 66, recuerda que en una entrevista al líder de Wilco, Jeff Tweedy, éste le reconoció que la música “no existe si no es en la cabeza del oyente”. Puede que fuera la audiencia que escuchó a Chuck Berry y su ‘Maybelline’ en el ’55, o el ‘Heartbreak Hotel’ de Elvis en el ’56, la que hizo realmente tan especial al género, y a sus héroes.
Lo cierto es que se trataba de una audiencia muy especial, hasta el punto de ser absolutamente inédita. Con el boom económico tras la Segunda Guerra Mundial y la consolidación de la Sociedad del Bienestar, en aquellos boyantes Estados Unidos nace la figura del adolescente (teenager), a caballo entre el infante y la persona adulta, como un limbo hacia la madurez donde el joven gastaría su paga en cine, hamburguesas y discos, ahora que no tenía que marchar a la guerra ni hacerse mayor con velocidad. Aquel teenager anhelaba una vida distinta a la de sus padres, jugaba a pequeño delincuente y discutía todo estándar establecido. Hollywood ponía su grano de arena con películas como Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955) o Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955) en la que James Dean y compañía se entrompaban en enormes Cadillacs de la época. A este adolescente tampoco le interesaba el mensaje tanto como ser agitado.
Los primeros aullidos de rock’n ‘roll surgen en el sur colonialista del país de las oportunidades, entre la clase negra (aquélla que vivía “al otro lado de la vía”). Los blancos atraídos por el nuevo estilo convivían como podían con el dogma de que la race music (música negra) era el camino del pecado. Muchachos como Carl Perkins o Jerry Lee Lewis tenían que escuchar a escondidas emisoras que pincharan la música prohibida, e incluso sintonizaban radios mexicanas en las que Frank Sinatra no seguía siendo el rey (lo era Little Richard). Aquellos blancos adolescentes se apropiaron ese sonido desenfrenado y lo tradujeron a su argot. El componente rítmico primaría sobre el poético, lo que hizo que el rock`n’roll tomase distancia respecto a hermanos mayores como el blues o el folk (narrativamente más profundos), y se posicionase como música de entretenimiento que calentara las pistas y el personal pertinente. Pero fue un chico de Missouri, de raza negra, quién diera al nuevo sonido elcléctico el calado lírico adecuado para aquella juventud excitada.
John Lennon dijo: “Si se tratase de dar al rock and roll otro nombre, podrías llamarlo Chuck Berry”. Con motivo del 85 aniversario del nacimiento del autor de ‘Johnny B. Goode‘, la Universidad San Pablo CEU ha pretendido sumergirse en el Génesis de la historia. Cuando Chuck comienza una gira (y puede hacerlo en cualquier momento), no lleva músicos. Siempre va solo y hace un casting para seleccionar los músicos que le acompañarán en cada país. Lo característico de esta forma de actuar es que no paga a nadie. Chuck Berry considera que tocar con él ya es un honor suficiente. Háganse cargo.