CARGADORES EN EL RECUERDO

Ahí siguen, trepando como reptiles etéreos sobre una colmena de perlas blancas; surcando ondas esquivas con olor a salitre, esas torres que desde el Siglo de la Luz coronan el perfil de la ciudad de Cádiz. Ya no asoman los galeones cargados de cacao ni las flotas con rumbo a América. Tampoco otean las banderas de los navíos ingleses desfilando por el Mediterráneo, pero la vigía aún se encara hacia el mar, dibujando en la mente de todo aquel que ascienda hasta ellas, el perfil de un trasiego comercial memorable.

Han transcurrido tres siglos. La ciudad ya no ostenta el monopolio del comercio ultramarino, pero las torres-mirador aún se alzan sobre la misma permitiendo vislumbrar aquellos barcos que vagan por alta mar.

Quizá el tiempo haya deslucido el color de sus muros. Quizá, desfigurado la estructura original de algunas de ellas, pero más de un centenar de ejemplares, que aún hoy se mantienen en pie, permiten describir las características de las torres-mirador gaditanas.

Encaramadas en la última planta de las llamadas “casas de los cargadores de Indias” (casas de los comerciantes dieciochescos que trataban con América), éstas se construían con el fin de divisar aquellas flotas que partían o atracaban en el puerto. Un simple torreón de planta cuadrangular, formado por uno o dos pisos y coronado por una simple terraza, era suficiente para hacerlo, pero la pericia ilustrada las hizo evolucionar. Esa sencilla estructura se fue complicando hasta conformarse tres tipologías más. A la terraza que coronaba la torre inicial se le añadió una especie de garita que proveía de resguardo al dueño de la misma. La prolongación de sus muros laterales conformó las denominadas “torres sillón”. Con el tiempo, esa garita fue sustituida por un pequeño torreón enclavado de forma independiente sobre la terraza y así se dio con un modelo de torre que, por integrar las tres tipologías anteriores, merece el atributo de “mixta”.

Después de dos siglos erigiéndolas, su edificación fue prohibida, por seguridad, en 1792, pero éstas siguieron cumpliendo su función de vigía y facilitando a sus dueños un lugar de reunión y recreo. Desde alguna de ellas sigue divisándose el tráfico del mar, pero también, incluso, el perfil de la costa africana, cuyo influjo, según algunos, configuró las características de las mismas.

 

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