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‘Farm Fatale’: si los Sex Pistols compusiesen sobre el cambio climático

Un espantapájaros de Farm Fatale

El Teatro Valle-Inclán acoge la propuesta distópica del director Phillipe Quesne: una historia risueña en la que cinco espantapájaros reflexionan sobre un mundo devastado por la polución

Son buenos. Son risueños. Son nostálgicos. Los espantapájaros recuerdan bajo su máscara el sonido de la corriente del agua de los ríos, el olor de las flores en primavera y el crecimiento de las verduras de los huertos que solían cuidar. Ahora no tienen nada, o prácticamente nada. En una sala de suelo y paredes blancas (que simboliza perfectamente el vacío en el que ahora se encuentran) recorren el escenario con movimientos erráticos y envueltos por una actitud inocente, que se pierde en la admiración de una naturaleza que solo pueden rememorar. Sin embargo, piensan que aún puede revertir la situación. Tienen esperanza.

Phillipe Quesne nos presenta en Farm Fatale su nueva propuesta teatral, un relato de sueños que se desarrolla bajo un contexto distópico. En un mundo en el que ya no queda prácticamente vida debido a las consecuencias de la construcción desenfrenada, la polución derivada del sistema capitalista y la aceleración del cambio climático, los protagonistas de esta obra están convencidos de que podrán volver a escuchar el cantar de los pájaros, criaturas que antes se dedicaban a ahuyentar y de las que ahora esperan con inquietud su regreso.

El Teatro Valle-Inclán acoge en apenas cuatro días (del 26 al 29 de enero) la representación de esta obra, basada en un texto dramático de Camille Louis y Martin Valés-Stauber e interpretada con gracia por Léo Gobin, Sébastien Jacobs, Nuno Lucas, Anne Steffens y Gaëtan Vourc’h. El reparto imita con soltura el ficticio movimiento de los espantapájaros y consiguen alcanzar toda la expresividad requerida para manifestar la confusión (por un lado) y entusiasmo (por otro) que sienten los personajes durante la historia.

Los espantapájaros de Farm Fatale
Tres de los personajes principales de la obra. | Martin Argyroglo

Se trata de una tarea doblemente meritoria de los actores, que han sido despojados de la capacidad de gesticular sus emociones con expresiones faciales, al encontrase sus caras tapadas por las imponentes caretas diseñadas por Brigitte Frank. Si en primera instancia, sus imágenes provocan suspicacia, tras escucharles hablar e interactuar unos con otros solo desprenden ternura y encanto. Las figuras así acaban pareciendo incluso más humanas que los propios humanos.

Todo es «devastadoramente» tranquilo en el lugar donde se encuentran, en donde se dedican en bucle a escuchar sonidos grabados de la naturaleza, como si desarrollasen un diario sonoro. Sonidos que en muchas ocasiones les evocan a momentos felices y que, en otros, les produce una profunda tristeza. Para paliar su dolor se dedican también a componer sus propias melodías a golpe de guitarra eléctrica, teclado y trompeta, con las que expresan su lucha ecologista.

Punto de inflexión

Los espantapájaros de este cuento fantástico se asemejan al monstruo de Frankenstein, reinterpretado por James Whale en su película de 1931. Son retazos de prendas henchidas por paja que se maravillan ante la belleza del mundo, sin retener rencor, resentimiento ni ganas de venganza. Aunque durante la duración de la obra, algo comienza a despertarse en ellos. La historia da comienzo cuando en esta suerte de granja (desprovista de todo) aparece Pecuchet, el espantapájaros activista, que hará plantearse al resto de personajes el tomar un papel activo ante la ambición malsana de la humanidad.

Los espantapájaros de Farm Fatale
Dos espantapájaros durante la interpretación de una canción. | Martin Argyroglo

Cargado con carteles de cartón en los que se leen sentencias como: «There is no planet b», «No nature», «No future», como la consigna que catapultó a los Sex Pistols. Igual de reivindicativo, pero mucho menos cabreado que la banda de punk británica, la llegada del nuevo muñeco da paso a la disruptiva del relato. Pek, como lo apodan los demás, rompe el ambiente de simpatía y amabilidad del grupo e inicia un debate sobre la crueldad y el uso de la violencia como método para acabar con la injustica. «¿Nosotros somos los buenos?», pregunta con ingenuidad uno de los personajes, usando un destacable hilo de voz robotizado que casa a la perfección con el clima de ciencia ficción que se gesta desde el comienzo, al darse cuenta de que la maldad existe.

«Farm Fatale personifica la idea de la amenaza, el desastre ecológico o incluso el día del juicio final que la humanidad está infligiendo al medio ambiente», expresa el director sobre su obra. Un concepto que se aprecia mejor gracias al minimalista diseño de escenario, elaborado por el propio Quesne. Rodeados de un cegador color blanco, a los muñecos apenas los acompañan figuras de plástico y andamios con los que intentan simular un hogar: su granja. «La escenografía está orientada a centrar la atención en las cinco figuras presentes en el espectáculo. Este espacio apela a tu empatía al darte cuenta de que eso es todo lo que poseen. Tienen que conformarse con casi nada«, explica en este sentido el creador.

A pesar de todo, no se trata de una historia dramática. Pese a las duras reflexiones que acometen los protagonistas, la comedia acompaña en todo momento el transcurso de los acontecimientos. Pues, influenciado por la novela Bouvard y Pecuchet de Flaubert, Quesne aspira a ridiculizar y descubrir a través de un futuro insólito, las ambiciones insostenibles del ser humano.

Espantapájaros de Farm Fatale
Los espantapájaros de ‘Farm Fatale’, una obra de Phillippe Quesne | Martin Argyroglo

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