ESSAOUIRA, EL OASIS DE MARRUECOS

Cuando el calor de Marrakesh ahogaba, Essaouira se convirtió para mí y para mis compañeros de viaje en un espejismo. La gente llevaba chaqueta y los termómetros marcaban temperaturas en torno a los 25 ºC. Las palmeras se movían: corría esa brisa que tanto habíamos echado de menos y que por fín nos hacía posible respirar y no sentir que moríamos de asfixia bajo los 47 ºC de un Marrakesh en agosto. Y es que, por algo los marroquíes llaman a Essaouira «la ciudad del viento«.

 

Essaouira está en la costa Atlántica de Marruecos y tiene palmeras por todas partes y ruido de gaviotas de fondo. Sus casas son blancas, con detalles amarillos y puertas azules. Essaouira es tranquila y muy acogedora, algo que yo, sinceramente, agradecí muchísimo después de haber disfrutado de la locura y los agobios propios de Marrakesh.

 

Esta ciudad tiene un pasado importante: por su bahía entraron fenicios, romanos, cartaginenses, portugueses y franceses que se fueron asentando poco a poco y dándole a Esssaouira ese carácter especial que tiene. A simple vista recuerda un poco a los pueblos de la Bretaña francesa, pero una vez atraviesas sus murallas, Essaouira es marroquí a más no poder: callecitas serpenteadas, olor a especias y música gnaoua saliendo de las tiendas.

Su Medina es Patrimonio Mundial de la Unesco desde 2001 y es realmente encantadora, con sus calles llenas de tienditas y las murallas de la ciudad rodeándola. Es el sitio ideal para tomarse un té por la tarde en alguna de las teterías con terraza o para cenar por la noche, porque la oferta es infinita. A nosotros nos encantó el Taros Cafe y, sobre todo, las vistas desde su terraza.

Otra visita imprescindible es su puerto, lleno de actividad y de gente esperando a que lleguen los barcos para comprar pescado. Recuerdo la puesta de sol que vi en este lugar como una de las más bonitas que he visto, con toda la gente sentada al lado del mar y sus barcos azules. Además, en los alrededores del puerto se puede ver cómo se fabrican los barcos tradicionales de madera y como las rederas cosen y arreglan las redes rotas que los marineros les llevan.

Y para terminar, una panorámica. Y es que lo confieso: soy una friki de las panorámicas, por lo que no me pude marchar de Essaouira sin visitar la Skala de la Kasbah. Desde aquí las vistas al mar Atlántico son impresionantes. Este lugar era un muro que servía de defensa del puerto y todavía se conservan los cañones apuntando al mar, pero también se ve la ciudad entera. Las murallas, llenas de fotógrafos y pintores, las construyó el francés Théodore Cornut en 1765 y muchos llaman a la Skala, el Saint Malo marroquí. Aquí localizó Orson Welles la escena del castigo de Yago en la que aparece colgado sobre el mar y las rocas en una jaula de metal, en su película Otello.

Essaouira huele a mar, a arena, a sardinas y a especias y por sus calles se respira ambiente hippie. Jimi Hendrix no era tonto y por eso se escapaba a Essaouira cada vez que podía.

 

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