Nunca olvidará el momento en que, siendo todavía un feto, escuchó a través del útero materno Misa Negra, del grupo de jazz cubano Irakere. Ni cómo el director de la Orquesta Original de Manzanillo, Pachi Naranjo, fue el primero en enseñarle la escala de Do Mayor. Pepe Rivero se graduó en la especialidad de piano en el Instituto Superior de Arte de La Habana; el latin jazz, sin embargo, lo aprendió en casa. “Toda mi familia, desde mis padres a mis tíos y mis primos, son músicos –declara el pianista cubano –. Y, cada vez que había Carnavales, las orquestras de todas las provincias desfilaban por mi casa.”
Su tío es uno de los integrantes de la Original de Manzanillo, una de las pocas bandas charangas que quedan en Cuba y que forma parte de su patrimonio cultural. “Y mi padre es saxofonista.” De allí que lo que realmente quería tocar Pepe Rivero de pequeño fuese el saxofón. “Pero cuando ingresé en la escuela de música municipal, a los 6 años, me aconsejaron empezar con el piano, porque no tenía edad suficiente para soplar. Y la verdad es que no me desagradó.” Ahora, el instrumento de viento se ha convertido en un hobby para él. “Empecé a tomar clases hará cuatro años, pero lo llevo fatal, porque no tengo tiempo de soplarlo.”
El pasado mes de febrero organizó y participó en el Clazz Continental Latin Jazz, el primer festival de jazz latino celebrado en España. Su éxito fue total. “El público es el que habla: un teatro lleno con 150 personas, tanto en Barcelona como en Madrid. Así que, lo más seguro, es que el año que viene se repita y llevemos el festival también a Bilbao, a Valencia y a Valladolid.”
El latin jazz se originó a finales de los años 40, cuando los trompetistas Dizzy Gillespie y Mario Bauzá comenzaron a combinar los ritmos afro-cubanos con instrumentos de jazz. “Geográficamente, Cuba ha estado siempre muy bien ubicada –explica Rivero – y, a lo largo de su historia, ha pasado por allí mucha gente: españoles, franceses, ingleses, americanos, nigerianos…Todos ellos fueron dejando parte de su arte y de su cultura; por eso, aunque el ego sea un mal propio de los isleños, tengo que decir que a los cubanos se nos da bien tocar todo tipo de música. Lo llevamos dentro.” El guaguancó, el cha-cha-chá, la guajira, la conga… pero también el flamenco, la bossa-nova y la música clásica, se convierten en jazz cuando pasan por los dedos de Pepe Rivero. “Como se suele decir: lo mejor que ha inventado el español ha sido la mulata –bromea el compositor para ilustrar que la mezcla y la fusión enriquecen el producto final, siempre que haya una mentalidad abierta y tolerante. “Un emigrante, cuando se asienta en otro país, no puede tratar de imponer sus reglas. Se tiene que adaptar y respetar las normas del lugar de acogida, como quien va de invitado a una casa que no es suya.”
Rivero vive en España desde hace 14 años, y va a Cuba a visitar a su familia cuando puede. “Para el gobierno cubano soy un exiliado –comenta apenado –. Si viajo a la isla, sólo puedo estar treinta días y, para alargar mi estancia, tengo que pagar una prórroga, como si fuera un turista en mi propio país.” A pesar de todo, asegura que la situación ha mejorado. “Fui galardonado en dos ocasiones con el premio de Composición de jazz latino de la SGAE y ninguna de ellas pude ir a recogerlo porque nunca me llegó el permiso de entrada para viajar al Festival de La Habana. Ahora puedo ir a Cuba cuando quiera, siempre y cuando tenga el pasaporte en regla.” Para lo cual debe pagar a su gobierno algo más de 90 euros cada dos años.
“Es el único país del mundo en que ocurre algo así… O estás con ellos o no estás. No pueden entender que los artistas, por naturaleza, somos emigrantes. Siempre estamos viajando y llevando el arte por todo el mundo.” Este mismo mes de marzo, por ejemplo, empieza a girar con el saxofonista californiano David Murray. “Tocaremos por Francia, Ámsterdam, Bruselas… también por Turquía, Grecia…” Así que se mantendrá alejado un tiempo de los clubs de jazz donde acostumbra a actuar, de los cuales nos recomienda: el Café Populart, el Café Central, el Café Berlín, la sala Galileo, la sala Clamores o el Bogui Jazz, que acaba de reabrir sus puertas después de que en 2008 el Ayuntamiento precintara el local. Según Rivero, en Madrid, aun siendo de las pocas capitales en las que todos los días encontramos sesiones de Jam en algún lugar, hay pocos locales donde disfrutar del jazz. “Y, por lo que ha llegado a mis oídos, no hay más porque no los dejan abrir. O eres amigo de ellos, o aquí todo funciona así…” –se queja el también profesor de la Escuela de Música Creativa de Madrid.
El arreglista granmense lleva ocho años dando clases en este centro. “Cuando entré era Pepe Rivero, especialista en música cubana o latin jazz, pero ahora enseño de todo, desde clásico hasta jazz –declara el autor de Los boleros de Chopin –. Considero que los músicos de las nuevas generaciones debemos aprender todos los géneros musicales, y no me considero ni jazzista ni clásico. Soy simplemente un músico al que le gusta la música bien hecha y, la que no lo está –se refiere al “chunda-chunda” –, la respeto también, porque su mérito tendrá cuando consigue convocar a tanta gente en las discotecas.”
Como docente, considera que la enseñanza musical en España está muy atrasada respecto al resto de Europa, y hace referencia al Real Conservatorio Superior de Música de Madrid: “Es increíble que sea el único que todavía no tiene una cátedra de jazz.” El sistema pedagógico, en general, tampoco cree que sea el más adecuado. “Hay profesores que nunca se sientan al piano para mostrar al alumno cómo suena una partitura –sentencia el músico –. En el arte no funcionan los funcionarios. ¿Cómo vas a enseñar algo que tú mismo no eres capaz de reproducir? El maestro tiene que ser un modelo de admiración para el alumno, su fuente de inspiración.” Como fueron para él el jazzista Paquito D’Rivera y la cantante Celia Cruz, a la que acompañó en conciertos y sesiones de grabación.
A sus 38 años de edad, es Pepe Rivero quien se ha convertido en fuente de inspiración para sus discípulos, algunos venidos expresamente desde Rusia y desde Australia para sentarse al piano junto a él. Ahora bien, el más mimado y consentido de sus alumnos seguro que es el mayor de sus hijos que, con 5 años, ya parece estar interesado en seguir los pasos de su padre. “Él mismo me viene a pedir que le dé clases de música y le he hecho un cuaderno para que empiece a aprender las notas. No es porque sea mi hijo –cuenta orgulloso –, pero el chico es afinado y tiene buen ritmo. Si al final decide embarcarse en esta carrera, le apoyaré; pero si veo que no tiene talento, yo mismo le diré: Hijo, dedícate a otra cosa.”