Paseando por las luminosas galerías del Pompidou, entre rinocerontes rojos y cuerdas que caen del techo, nos topamos con esta escultura. No destaca especialmente entre las excéntricas obras que la rodean pero aún así la encontramos allí, casi desapercibida entre el resto y junto a un letrero que la nombra: Le baisier.Sobre la pureza del mármol, el escultor Wang Du ha modelado minuciosamente tres bustos en una posición moralmente irrealizable. Una pareja madura se abraza, pero la mujer está paralelamente entregada a otro gesto de afecto: el beso furtivo que mantiene con un joven por encima del hombro y de la consciencia de su compañero.
La identidad de estos tres personajes queda a la imaginación del turista del museo de arte contemporáneo parisino. Si éste resulta ser aficionado a la mitología clásica fácilmente podrá ver a un Edipo en la figura del tercero en discordia. Si, en cambio, antes de asistir al Pompidou, nuestro turista ha visitado el museo Rodin es posible que evoque la escultura de este artista con el mismo nombre; encontrando paralelismos así entre la pasión prohibida de Francesca y su cuñado Paolo (ambos casados) y entre los anónimos protagonistas de esta escultura. Incluso un turista aficionado al psicoanálisis podría plantearse si el joven amante está físicamente tras la pareja abrazada o sólo existe en la mente de la mujer.
De cualquier modo, lo que queda patente en el beso de Wang Du es que el fantasma de la infidelidad se ciñe sobre sus tres siluetas. A esa infidelidad irá unido un dilema; el de la figura femenina, dividida entre la seguridad y estabilidad de la madurez y entre las promesas y el deseo de la juventud. Tendrá que tomar una decisión y es posible que ésta no implique sólo una elección entre amantes, sino una elección que probablemente hayan compartido en alguna ocasión los visitantes que caminan por las luminosas galerías del Pompidou, una elección entre el camino del compromiso racional o del desenfreno emocional.