DÍA A DÍA EN EL PRIMAVERA CLUB

Cartel del Primavera Club

 

Entre el 24 y el 28 de noviembre tuvo lugar el Primavera Club, hermano pequeño del festival Primavera Sound: cinco días de música underground en salas de Madrid y Barcelona. Y la gran pregunta fue: -“¿A quién vemos hoy?” -“Pues estos son los obligatorios. El resto… ¡vamos investigando!”. Esto es lo maravilloso del Primavera Club. Levantarte un día queriendo ver a Wavves y acabar enamorándote de The Rural Alberta Advantage; perderte por locales de Madrid o Barcelona en busca de nuevas músicas y encontrar bandas con un directo inmejorable en un ambiente tranquilo y distendido.

Los festivales de verano no tienen nada que envidiarle a esta iniciativa que lleva ya tres años en los inviernos de la capital y de la ciudad condal. La sensación de caos inicial al tener entre las manos los horarios de las bandas con su distribución en salas en las dos ciudades, se dispersa una vez que empiezas a subrayar ésas que marcas como imprescindibles. Y a partir de este momento, llega el verdadero placer: cruzas la puerta de una sala con tu pulsera en la muñeca y te dejas llevar por un grupo que, tras tener que comprobar el nombre en el papel, pasa a convertirse en el mejor del día o en el descubrimiento de la tarde. Justamente para evitar el lío de horarios, la mayoría de los grupos tocan dos veces en cada ciudad. Así, o repites o buscas nuevas experiencias. Y es de eso de lo que está lleno el Primavera Club: de ‘nuevos’ nombres, de grupos con públicos minoritarios que se reúnen en un evento multitudinario.

MIÉRCOLES 24 DE NOVIEMBRE

Empezamos una tarde tranquila en la Sala Rock Kitchen donde un intimista Lou Barlow, guitarra en mano, susurraba canciones como ‘Homemade’ de uno de sus anteriores grupos Sebadoh. No sé qué tiene su voz que consigue que sus letras traspasen lo cerebral provocando escalofríos y llegando mucho más allá de nuestros oídos. Así, creaba un ambiente intenso y lento para aquellos que quisimos empatizar con el catautor (los murmullos continuos de un público poco respetuoso estropeó la atmósfera e incluso provocó comentarios del propio Barlow). Definitivamente, fue de agradecer un bautizo relajado ante los cuatro días frenéticos que nos esperaban.

Tras Mister Barlow, otro grupo californiano pero diametralmente opuesto: los esperados Wavves. Dieron un espectáculo decepcionante y es que en un directo el espectador no sólo busca escuchar el tema de marras, sino un valor añadido que en este concierto fue inexistente. Un repertorio de tres cuartos de hora en el que sonaron fundamentalmente temas del último disco, King of the Beach, no fue suficiente para calmar las ansias del público. Quizás es que la fama del frontman Nathan Williams (recordemos el espectáculo deleznable en el Primavera Sound de 2009) o el último disco menos lo-fi y más bailable, generaron unas expectativas que, finalmente, se dieron de bruces contra el suelo de la Rock Kitchen. Aún así, nos fuimos a casa con el ritmo de California en el cuerpo y con ganas de más guerra, con ganas de cuatro días por delante y mucho Madrid que recorrer, muchos horarios que cuadrar y mucha música por descubrir.

JUEVES 25 DE NOVIEMBRE

El jueves me pudo el corazón gallego y acabé en la Sala Caracol acompañando a Niño y Pistola. El grupo de Baiona no decepcionó. Mucho más eléctricos tras el lanzamiento de su último disco As Arthur & the Writers, consiguieron que las piernas de todos los asistentes no parasen de moverse. Éramos pocos, pero disfrutamos de Niño y Pistola con un show divertido y familiar, de estos conciertos que dan ganas de guardar en una caja por la sensación de buen rollo y felicidad que se te queda al salir de la sala.

Y el día acabó en el Círculo de Bellas Artes. Este edificio tiene una magia especial, pero la sala de las columnas, más (aunque el sonido no es, para nada, óptimo). El aura que desprende el mármol y las lámparas de araña dio un ambiente inigualable a uno de los descubrimientos de mi Primavera Club: The Rural Alberta Advantage. Su cantante Amy Cole, más conocida a partir de ese día como ‘la chica que cuenta historias’, supo amenizar un cambio de cuerda de guitarra y el resto del concierto: que si vienen de Canadá, que si tuvieron que cancelar su gira europea por la nube de humo del volcán islandés, que si qué horrible aparcar en Madrid… En fin, todo se le permitió porque el concierto fue divertido, ameno y el feedback del público fue latente. Un folk con toques electrónicos y ritmos pegadizos que te permiten cantar algunas canciones a partir del primer estribillo sin haberla escuchado previamente: un grupo que, sin duda, espero volver a ver.

 

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Al terminar los canadienses, mi cuerpo pedía azúcar. Y en medio de mi descanso, tomando un refrigerio, empecé a caer en la cuenta del artisteo madrileño que por allí se paseaba: la hetérea Cristina Rosenvinge y el vetusto Pucho, redactores, críticos y directores de la revista musical de marras, de la radio underground de turno… la gran familia indie de Madrid reunida en el CBA justo cuando se empezaban a escuchar los primeros acordes del último grupo que vería esa noche: Small Black. Los incansables movimientos del cantante animaban a la sala a mezclarse con las bases electrónicas del grupo de Brooklyn. Pero yo no podía más con mi cuerpo y sólo podía pensar en que el viernes y el sábado serían los grandes pilares del Primavera Club 2010. Así que a casa, caminando bajo ese frío polar tan poco primaveral. Pero a mí nadie me quitaba la sonrisa de la cara.

VIERNES 26 DE NOVIEMBRE

Y llegó el viernes. El día más duro, quizás. Y decidimos empezar el festival en la Sala Galileo Galilei, en el Neu! Club. Y por fin llegó lo que yo esperaba: las grandes sorpresas. Se empiezan a subir al escenario hombres grandes, tan altos que amenazaban el techo de la sala, peludos, todos rubios con rostros nórdicos (muy bien combinados con el frío que hacía en la capital madrileña esa noche, todo hay que decirlo)… siete gigantes sonrosados y rubitos parapetados con miles de instrumentos en una tarima que, de repente, se hizo diminuta. Ahí estaban Rubik. Un directo potente, frenético, con miles de instrumentos que hacían de estos siete enormes artistas, hombres orquesta con el poder de mover al público como títeres. Se reprodujeron en todos los sentidos, tanto musical como formalmente, pues son cuatro los componentes fijos de la banda finlandesa; se ve que decidieron subir al escenario a unos amigos que no lo hicieron nada mal. Llenaron la sala con sus melodías y la voz y presencia del cantante eran completamente hipnóticas. Cuando pararon de tocar, lo admito, algo se me murió en el alma. La escasa hora de concierto sólo había conseguido abrirme el apetito…

 

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Para llenarlo, ahí estaba el segundo grupo de la noche: Zola Jesus. Varios híperfans de la banda, vestidos de negro y cámara en mano, gritaban todas las canciones que Nika Roza interpretaba con demasiada exageración; tanta, que consiguíó cargarse el cable del micro y mientras trataba de arreglarlo, para qué engañarnos, me relajé (tanta voz engolada me estaba saturando). Un concierto intenso, que quizás hubiera disfrutado más después de un Lou Barlow o unas Smoke Fairies, pero no tras el cuerpo vibrante que me habían dejado los finlandeses Rubik. Y es que es uno de las pequeñas trabas del Primavera Club: el orden de los grupos se atiene obviamente, a las necesidades de distribuirlos varios días por dos ciudades; sería demasiado pedir una coherencia de estilos o ritmos (y casi imposible).

Y cambio de sala. Esta vez nos trasladamos a El Sol para disfrutar de las rockeras Frankie Rose & The Outs. Una pizpireta Frankie Rose nos presentaba a su grupo femenino entre guitarrazos que continuamos camino de la sala Caracol. He ahí uno de los grupos más prometedores de Madrid: Lüger. Ruido, contundencia, un bajo muy potente… atmósfera oscura en contraposición con una voz no tan grave: un placer que me dejó los oídos vibrando durante largos minutos tras acabar el concierto y muchas ganas de volver a verlos. Si estás acostumbrado a ese oscurantismo ochentero y al krautrock alemán, éste es tu grupo, una vorágine de sonidos envolvente que te provoca agachar la cabeza y moverte al ritmo de la distorsión. Para muestra, su disco Lüger, colgado en la web y a libre disposición de los usuarios.

En la Caracol terminé mi día, con The Jim Jones Revue: rockabilly del auténtico, del teclado frenético de la década de los 50, los tupés con mucha gomina, los vaqueros apretados y las cajetillas de tabaco en la vuelta de una camisa arremangada. Por suerte, ese día llevaba una falda un tanto acorde a la ocasión y no tuve más remedio que dejarme llevar por esas melodías que trasladaron la Caracol a un paraje americano muy propio del Memphis del gran Rey Elvis. Tras estos bailes, vueltas y palmas, las subidas a los bafles del cantante, los gritos y los movimientos de hombros y pies, no me quedó más remedio que volver al siglo XXI y encaminarme hacia el Círculo de Bellas Artes donde ese día se acababan los conciertos. Pero ¡oh, sorpresa!, una gran cola de gente amenaza mi estancia y decidí volverme a casa tras aplaudir a tres personas que salía del CBA dejando entrar a tres afortunados.

Quizás, lo que se echó de menos en la capital es la cercanía de locales. Era habitual en esos días ir con paso firme, decidido y con cara desafiante de metro en metro, de calle en calle, tratando de llegar al siguiente horario del siguiente grupo en la siguiente sala… todo para evitar que al llegar a la puerta, los encargados de la seguridad te digan eso de “Lo siento, aforo completo: no podéis entrar” y por más que le enseñas la pulsera que con tanto sudor has conseguido (gotas segregadas por glándulas sudoríparas valoradas en unos 50 euros por los cinco días), te cierran la puerta en las narices. Así que cabizbaja, me volví a enfrentar al frío y al viento de la Gran Vía para dormitar bajo mi nórdico hasta la llegada del sábado.

SÁBADO 27 DE NOVIEMBRE

Y a dos días del fin, con las piernas al borde del colapso y la espalda contracturada pero ansias y ganas por saltar y dejarse llevar de nuevo, nos plantamos en la Charada para ver cómo unos parsimoniosos Twin Sister amodorraban un poco al personal antes de la llegada de Wild Nothing (otro de los grupos más esperados pero que dejaron bastante que desear). La banda americana de Virginia venían dando de qué hablar con un maravilloso álbum Gemini, que se quedó en absolutamente nada la primera parte del concierto. Sonaron planos y sosos y la mala acústica de la Charada (que más se parecía a un cine al escucharse la música por unos altavoces situados en el fondo de la sala) hicieron que hasta los propios Wild Nothing se aburriesen (o esa es mi teoría) y a partir de la mitad del concierto empezaron a demostrar que por sus venas también corre sangre.

Esta vez no me quería quedar sin Círculo de Bellas Artes. Es más, no me lo podía permitir. Teenage Fanclub y Triángulo de Amor Bizarro eran aliciente suficiente como para entrar en el CBA cuando aún no habían empezado los conciertos. Tras hacer muchos, muchos amigos en la cola del guardarropa (por favor, señores de la organización, para futuras ediciones procuren una habitación más para los abrigos, chaquetas y demás ropas invernales), esperando a que algún generoso madrugador recogiese su abrigo y dejase una percha libre, los dinosaurios del festival tocaron tema tras tema provocando incluso lloros entre el público (y es que éste sí fue un concierto revival para los amantes de los escoceses, que pudieron ver a sus ídolos esforzándose por dar un concierto más que resultón). Para servidora, que más bien lo veía como novata, resultó ser de lo mejor del Primavera, y acabé impregnándome del fenómeno fan que se respiraba en la sala de las columnas. No olvidaré ‘Everything Flows’ y cómo todos acabamos cantanto el estribillo.

 

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Triángulo de Amor Bizarro hicieron temblar, todavía más si cabe, las estructuras del Círculo de Bellas Artes. El atronador sonido de los shoegazers de Boiro fue suficiente para calmar la sed de todos los asistentes de saltos, gritos y bailes espasmódicos al ritmo de «Y además estoy muy orgullosa, de que me tiren piedras por la calle, con ellas hago figuras misteriosas que representan a cada uno de ellos. Me fijo en sus caras y siempre están muy serios y tienen la mania de seguir viviendo, y tienen la manía de seguir…» Definitivamente, organizadores, echadle un vistazo a los pilares de la sala de las columnas porque esos terremotos artificiales que se generaron durante el concierto de los gallegos, daban miedo. Pero… ¿y qué?, en ese momento nos daba igual: «Que nos quiten lo bailao» y nunca mejor dicho. Como muestra, el último video ‘Amigos del género humano’.

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DOMINGO 28 DE NOVIEMBRE

Y al día siguiente, volvimos a la Rock Kitchen que nos dio la bienvenida al Festival y donde lo despediríamos. Y qué mejor que una resurreción, la de Kurt Cobain tocando un bajo y siendo diestro dentro del grupo Male Bonding. Fue una verdadera aparición nirvanera que se acentuó con esas luces intimistas que le hacían parecer un ángel caído y… y punk rocker. Sólo le faltaba la aureola y las alas. Pero más allá del razonable parecido físico con el cantante de Nirvana, Male Bonding dieron un bestial y visceral concierto en el que las melenas se dejaron al viento mientras nos movíamos al compás de un punk rock que ya echaba de menos en el festival. Fue la despedida necesaria que se complementó con Beach Fossils cuyo sonido es muy diferente pero igualmente genial. Hicieron lo que deberían de haber hecho Wild Nothing, dar un concierto con ganas y de calidad, ofreciendo mucho más que en su disco de debut y dejando al público con ganas de más. Quizás los más jóvenes del festival dieron una lección a otros más veteranos y es que la calidad no siempre está en la experiencia.

Esto es el Primavera Club, novatos brillantes, veteranos que dejan bastante que desear, nuevos descubrimientos, gratas sorpresas, encontrarte a los grupos vendiendo sus camisetas tras los conciertos, poder charlar amigablemente con cualquiera que también haya sido fastidiado por un ropero lleno o una subida repentina de precios, mucho callejear, mucha pulsera que enseñar y muchos tachones en los horarios. Es un maremágnum de estilos, grupos y ambientes que suponen el gran placer de los hambrientos de nuevos sonidos. Es underground, es independiente y es camaradería musical. Es una reunión de melómanos que ya esperan ansiosos al hermano mayor, al Primavera Sound, que ya sí será, irónicamente, en la estación primaveral.

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