DEXTER, SYMPATHY FOR THE DEVIL

Las series pueden agruparse en dos tipos: las tipo A te entretienen en su momento, pero no van más allá. Las tipo B, sin embargo, son esas que sabemos que van a estar ahí, en nuestra estantería de DVDs, las que nos van seguir gustando pasen los años que pasen. De las primeras hay muchas, pero las segundas son como los buenos amigos: se pueden contar con los dedos de una mano. Dexter pertenece, sin lugar a dudas, al selecto tipo B.

La premisa de la serie, basada en la novela El oscuro pasajero, de Jeff Lindsay, es una paradoja: Dexter Morgan es un asesino que persigue y mata a otros asesinos. Morgan es analista de rastros de sangre en el departamento de homicidios de Miami, lo que le sitúa en el lugar ideal para ejercer su labor de “justiciero”. Es extremadamente cuidadoso y se rige por un código: “El Código de Harry”, creado por su padre adoptivo, un policía que reconoce las tendencias psicópatas de su hijo desde niño y elabora estas normas para proteger a la sociedad y a Dexter al mismo tiempo. El código implica que cada vez que Dexter se disponga a matar, debe estar absolutamente seguro de la culpabilidad de su víctima.

A Dexter asesinar ni le hace feliz ni le aporta ningún tipo de satisfacción: matar es inherente a su persona. Pero la serie no se centra sólo en sus crímenes, sino que, lo más interesante, es ver el afán del “vengador” por parecer una persona normal, ya que carece de cualquier tipo de sentimiento y para ello imita las emociones que ve en quienes le rodean.

Tres razones tienen la culpa de que Dexter sea tan adictiva. En primer lugar sus guionistas, que hacen que cada capítulo sea mejor que el anterior, consiguen crear una inquietante empatía entre Dexter y el espectador y nos hacen sufrir muchísimo cuando el primero está en apuros. La segunda razón es el increíble Michael C. Hall, actor protagonista al que nadie, absolutamente nadie en todo el reparto, es capaz de hacer sombra y a quien el personaje de Dexter Morgan le valió un merecidísimo Globo de Oro al mejor intérprete dramático en 2010. Por último, otra razón que hace que el espectador no se levante del sofá es la brutal evolución del protagonista.

Dexter, que desde el comienzo de la serie se presenta como un monstruo sin sentimientos, en su esfuerzo por parecer una persona “normal” empieza un relación con Rita Bennett (Julie Benz), víctima de malos tratos y abusos sexuales por parte de su ex-marido. Esta historia, que a Dexter le conviene desde un punto de vista meramente práctico, se convierte en una relación seria. Su faceta de asesino queda relegada a un segundo plano y Rita y los hijos de ésta se vuelven prioridad para Dexter. Su transformación es tal que antepone la seguridad de su familia, aparcando sus tendencias asesinas. En las últimas temporadas de Dexter le vemos totalmente volcado en su mujer y los niños, sorprendiéndonos a los espectadores y a él mismo.

La serie es brillante y muy inteligente de principio a fin: empezando por su opening, siguiendo por unos diálogos con puntos de humor negro geniales, y terminando por la ambientación. Además, la fotografía, la banda sonora, el uso de flashbacks y voz en off son espectaculares. 

En cinco temporadas no hay capítulo que sobre. Con más series como Dexter, a lo mejor la televisión podría dejar de llamarse “caja tonta”. Pero Spain is different y Cuatro, en su incansable empeño por marginar Dexter, ha decidido emitirla a las 2 de la madrugada. En fin, los insomnes están de suerte. Los demás seguiremos bendiciendo Internet y a todos esos buenos samaritanos que nos subtitulan las series made in USA semana tras semana.

 

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