Dallas «fighters» club

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En un año en el que el reparto de los Oscars no ha despertado demasiadas pasiones, los galardones concedidos a Matthew McConaughey y Jared Leto se antojan los únicos (junto con el discreto reconocimiento a mejor guión original para Her), por los que merece la pena celebrar esta reciente edición de los premios de la Academia americana.

Y es que, sin ánimo de desmerecer ni a la de Cuarón, exageradamente calificada por muchos de “cinta espacial kubrickiana”, ni al (ya clásico) drama histórico-estadounidense de Steve McQueen, producto acostumbrado de cada año, la de Jean-Marc Vallée muestra un testimonio real en el que, aunque suene a puro topicazo, la excelente construcción de la ficción es capaz de superar a la misma realidad.

De primeras, nada tiene que ver Dallas Buyers Club con la historia del SIDA por antonomasia, Philadelphia, salvo por las obligadas alusiones a la asociación de esta enfermedad con la homosexualidad y la coincidencia de que Tom Hanks también consiguiera la estatuilla y el Globo de Oro por su papel de Andrew Beckett.

Y la principal razón de su diferencia reside en sus protagonistas, radicalmente opuestos en sus reacciones y su forma de vida. Porque si Philadelphia marcó un hito en el cine por mostrar el VIH como nunca antes se había hecho, ésta da un paso más allá abordando temas como la crítica al sistema sanitario estadounidense, la homofobia, la importancia de la amistad o el valor real de la vida. Todo ello interpretado por un Mathew McConaughey y un Jared Leto que rezuman dureza y ternura, lucha y rendición dependiendo del estado de ánimo en que les coloque su enfermedad cada día. Un vaivén en el que ni ellos mismos saben cuánto tiempo les queda de vida pero en el que se tienen en pie con tal de conseguir uno, dos o cien soplos más de aliento. En definitiva, dos actuaciones de naturalidad totalmente desbordante y fuerza vital desgarradora.

En los aspectos técnicos, la casi total ausencia de música, lejos de restar dramatismo a la trama, añade una constante sensación de gravedad ante lo que va sucediendo, donde un constante pitido es el indicador de que todo va mal. También el conseguido maquillaje, premiado incluso con estatuilla y que logra demacrar todavía más a uno de los guapos de Hollywood, después, eso sí, de haber perdido más de 20 kilos para encarnar a Ron Woodroof.

Todos estos elementos, junto con un progresivo y sutil desarrollo del protagonista que va haciéndose más humano conforme el SIDA va comiéndole por dentro, hace de Buyers Dallas Club una historia de humanidad, lucha acérrima y valores que merecía ser premiada sin duda alguna. Gracias a Dios y a la Academia, así ha sido.

Nerea Sirera

Cinéfila, seriéfila y amante de la literatura y el teatro. Licenciada en Periodismo, siempre tengo un libro o una película entre manos. Soy de Alicante, Madrid y el mundo. Escribo en www.cineconella.com y en http://www.infoexpres.es/s6154-Los-acomodadores.html.

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