CRÓNICA DE UNA EXPOSICIÓN FRUSTRADA

Mi último viernes de diciembre en Madrid salí de casa ataviada con la ropa más abrigada de mi armario en busca de rascacielos, escaparates, bullicio y atascos pero lo que encontré, para mi sorpresa, fueron bustos femeninos de modelos que parecían estatuas y de estatuas que se asemejaban a modelos. Esta es la historia de cómo me vi obligada a cambiar una exposición de Oscar Garrido Serra por una desconcertante muestra de Victoria Diehl.

Se acercaban las vacaciones de Navidad. Me quedaba sólo una semana antes de desconectar de obligaciones y en mi agenda las notas, citas y tareas se superponían unas a otras sin respetar márgenes ni espacios. En el hueco reservado al viernes tarde se atisbaban letras desordenadas que juntas parecían formar el mensaje: “Exposición fotográfica Miradas Urbanas, Oscar Garrido Serra, galería Efti, C/Fuenterrabía”. La tinta verde de este aviso llevaba ya días seca sobre el papel; concretamente desde la tarde en la que, navegando por Internet, decidí escoger para este escrito lo que prometía ser una sucesión de retratos de las principales calles de Hong Kong, Nueva York, Londres, París o Viena.

El apodo de “urbanita» (con el que fui bautizada por algún miembro de mi familia a raíz de mi hastío durante una interminable travesía por el norte del país para conocer los campos de trigo, algodón, maíz, patatas, tomates y cultivos varios) unido al deslumbramiento por todo edificio de más de quince plantas que experimentaba desde que me había trasladado a la capital evidenciaba mi interés por esta exposición. Fue ese interés lo que me hizo trepar por una cuesta vertical de lo que a mi me parecieron kilómetros para llegar a una galería en obras que en la puerta lucía un acogedor cartel que anunciaba el cierre temporal de todas las exposiciones.

En el interior la recepcionista me transmitió su voluntad de anunciarlo “en breve” en la página web y al ver mi cara de incredulidad me recomendó la exposición de la galería de enfrente. Desde luego la idea de haber subido en vano por la empinada y kilométrica rampa, reduciendo así previsiblemente mi esperanza de vida, no me seducía demasiado. Cambio de planes. Crucé la acera para entrar en la Galería Cero que exponía hasta el tres de febrero El cuerpo vulnerable, una selección de fotografías de la artista gallega Victoria Diehl.

Ocho fotografías ampliadas de bustos femeninos desnudos sobre fondo negro adornaban las paredes. El retoque digital era evidente ya que las modelos eran un híbrido entre esculturas y mujeres reales; los límites entre la carne y la piedra se entremezclaban confiriendo a la muestra (o al menos a mi como espectadora) un tono de desasosiego. Los detalles retratados transmitían sin duda la vulnerabilidad que presagiaba el título. Vulnerabilidad ante el paso del tiempo, o quizás ante los cambios que éste conlleva, todo ello impregnado de una carga mitológica.

Y así es justo como me sentí yo también aquella tarde; vulnerable ante los imprevistos que no podemos controlar y vulnerable también ante la imposibilidad de retener el instante para no caducar, para quedarnos siempre en la forma humana y viva sin convertirnos en estatuas muertas que, aunque permanecen, pierden la esencia. No se si fue Victoria Diehl o los acontecimientos de mi última tarde de viernes en Madrid pero el caso es que bajé la cuesta de vuelta al metro bastante mareada.

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