Abrid los ojos, entramos en el mundo de los sueños

Estaba ya toda la banda en el escenario cuando empezaron a sonar los primeros acordes y Francis cantaba ‘Hoy seremos tal valientes’ pero no se sabía de donde venía la voz. Todo el público miraba al escenario porque él salió por detrás, desde el segundo piso de la sala linterna en mano. Bajó las escaleras y se sumergió con el público, cercano y campechano. Subió al escenario, que ya contaba con su micrófono de pie decorado con dos boas cabareteras; una roja y otra negra.

Como era de esperar, el showman iba conjuntado de manera extravagante, tal y como nos tiene acostumbrados. Pantalones negros acompañados de un liguero rojo, camisa roja, chaleco negro y, como no, el sombrero de rigor. Pero no podemos olvidarnos de su maquillaje. Ojos con sombra azul cielo, purpurina en las mejillas y labios pintados de rojo. Puede resultar extraño para aquellos que no le conocen pero para los que le seguimos desde hace tiempo hubiera sido raro no verle de esta guisa.

La primera parte de la velada transcurrió al ritmo de las canciones de su último disco, con varios momentos emotivos al cantar ‘Sueño con niños y elefantes’, una canción que habla de África y en la que Francis hizo un speech, alegando que aún estando en la crisis que estamos en España, no debemos olvidar que África está peor y la culpa la tiene el colonialismo al que sometimos al continente. Una oda a la sensibilidad. Pero el punto álgido llegó cuando entonaron los acordes de ‘Corazón de tango’, la canción más popular del grupo y «a la que debemos mucho» dijo Francis. El público enloqueció para dar paso a ‘Abrázame’, otra de las canciones más conocidas del grupo de rock bilbaíno. Poco después hicieron un descanso de diez minutos para aquellos que quisieran fumar.

La segunda parte del concierto estuvo regida y dirigida por la locura. Nada más salir regaló una botella de licor al público para que la compartiera. Francis, un hombre que siempre da la nota cantante enloqueció. Bajaba para estar con el público, besaba, abrazaba, bailaba con todos los asistentes. Subió a la segunda planta, donde se colgó de la barandilla y quiso saltar pero al ver la altura decidió no hacerlo.

Hizo una llamada a la conversación, a intentar comprendernos los unos a los otros con la canción ‘Mi torpe corazón’, así como a dar lo mejor de nosotros mismos en los momentos más complicados, ya que si nos quejamos el problema se hace mayor sin solución alguna, para entonar ‘El perdedor (un as en el bolsillo)’.

Mojaba al público con cerveza, se la echaba por encima, se tocaba y volvía a cantar. Y vino el por qué no fue un concierto apto para todos los públicos y es debido a que el cantante del grupo echó toda la cerveza de su botella al público para, acto seguido, romperla con el borde del escenario y empuñando la cabeza de la botella rota, con las puntas afiladas del cristal, se la empezó a pasar por la tripa, causándole cortes superficiales pero múltiples. La camiseta se ensució de sangre pero parecía darle igual. Parecía estar en un concierto de rock de los años ochenta cuando los cantantes escupían al público y a estos les parecía lo más normal.

La gente empezó a bailar y a cantar en la recta final del concierto, devolviendo la calidez y la cercanía a la banda, que lo recibieron con una sonrisa y un gracias sincero. Al grito de “beste bat” (otra) salieron a cantar dos temas más pero el público era insaciable; querían más a lo que el grupo dijo que ya no podían más, no porque no quisieran sino porque ya tienen una edad en la que el cuerpo no les da para más.

Cercanía, calidez, sinceridad, conversación, odas a la sociedad, críticas al gobierno y un cante a actuar bañando en un mar de música y espectáculo que no decepcionó ni tan siquiera al portero.

Gracias Francis y compañía.

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