CINCO HORAS CON MARIO

Cartel de la obra

Faltaban unos escasos cinco minutos para las siete de la tarde de aquel domingo de enero cuando llegué a Sol y atravesé rauda los escasos metros que separan el kilómetro cero del teatro Reina Victoria. Con la respiración entrecortada y el corazón acelerado alcancé la taquilla justo a tiempo para recoger mi entrada y ocupar mi butaca. Noventa minutos después me levantaría de ese mismo asiento sin recordar las prisas ni las carreras; estaría demasiado ocupada en aplaudir.

Habían pasado años desde la última ocasión en la que me enfrenté al texto de Cinco horas con Mario, probablemente durante mi época de instituto. No obstante, la magia de sus palabras volvió a mí con total nitidez en los primeros minutos de la obra. Disfruté sin reservas de aquel retrato social, moral, religioso y político de la España franquista entregándome por completo al teatro. En mi mente y en mi rostro se dibujaban con claridad las mismas sensaciones que, años atrás, experimenté a través del texto de Miguel Delibes.Natalia Millán

“Piensan como si hubiera algo que arreglar pero yo no se de nada que esté estropeado”. Con expresiones como ésta la tradicional y joven viuda de Mario fue haciendo alusión a las ideas de su marido a lo largo del monólogo que estableció con él durante su velatorio. Entre reproches velados fue desvelando recuerdos, deseos y pensamientos para concluir con un gran secreto.

Al no poseer la obligada referencia de Lola Herrera encarnando el papel protagonista, Natalia Millán fue para mí esa tarde la primera y única Carmen Sotillo. Sus gestos oportunos reforzaron las palabras de Delibes y el acierto en los giros dramáticos contribuyeron a definir un personaje con el que es inevitable empatizar a pesar de sus ideas. Su interpretación estuvo a la altura del reto que supone llenar un escenario en solitario, con la dificultad añadida de combinar humor y tragedia en su justa medida.

Natalia MillánUn cómico desenlace, que Millán supo cargar de fuerza, provocó en el público la última carcajada y los primeros aplausos. Aplausos que despertaron en la actriz ese brillo en la mirada que sólo se ve sobre un escenario. Un brillo que sólo se disipó con el segundo cierre del telón. Un telón que cerraba consigo una historia de hace casi medio siglo que continúa funcionando con las mismas claves de hace 30 años. Una historia que bien merece todas las carreras necesarias para llegar a tiempo a la función.

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