BLOW-UP. LA FOTOGRAFÍA EN LA BASE DEL CINE

Hay películas que resultan geniales e inolvidables porque cuentan extraordinarias historias, y otras que lo son porque hablan de ellas mismas, porque reflexionan sobre el propio lenguaje del cine. Ahí están desde Cantando bajo la lluvia hasta Arrebato, pasando, por supuesto, por la inconmensurable Noche americana. Y también ahí está Blow-up, la extraordinaria producción británica de Michelangelo Antonioni. Más allá del argumento, basado en un relato de Julio Cortázar (Las babas del Diablo), esta película habla de la imagen; de la fotografía y del cine, no por separado, sino en íntima e indisociable relación. Habla de la imagen utilizando el mismo lenguaje del que se está hablando, esto es: la instantánea, la sucesión de instantáneas, planos, encuadres, angulaciones, a través de un montaje pulcro y recurrente. A través de una iluminación y, por supuesto, una fotografía absolutamente precisa y elocuente. Una película de culto para los amantes de la fotografía, pero también para los lectores del lenguaje cinematográfico. Blow-up cuenta la historia de un reputado fotógrafo que, en su enloquecida búsqueda de imágenes con vida propia, descubre accidentalmente un asesinato mientras fotografía, escondido entre los arbustos, a una pareja en actitud cariñosa. La mujer (Vanessa Redgrave), al darse cuenta, trata desesperadamente de recuperar las copias, llegando incluso a liarse con el protagonista (David Hemmings) en su estudio, y finalemte las roba, justo cuando el fotógrafo, a través de múltiples ampliaciones, descubre el pastel: hay un asesino entre los árboles, y ella queda al descubierto. Pero es tarde. Llega incluso a descubrir el cuerpo, pero desaparecerá, junto a las pruebas fotográficas.

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Finalmente, Antonioni nos ha contado la historia de un crimen que se queda sin cadáver y sin pistas. Rematada con ese precioso paralelismo del partido de tenis entre mimos, sin pelota y sin raquetas, en el que se integra Thomas, el fotógrafo, tras la desaparición del elemento fundamental de su descubrimiento. La historia es necesaria, pero no se recrea demasiado en ella: fluye por debajo de una imagen visual medular entretenida casi siempre en mostrar otras cosas, avanza sin que nos demos cuenta mientras se nos muestra, siempre desde la perspectiva del protagonista (que no sale de escena ni un minuto), un universo propio creado a partir de las imágenes: de sus premeditados encuadres, de los decorados, la iluminación, del ritmo, aderezado por la composición de Herbie Hancock y la aparición estelar de los Yardbirds (con Beck y Jimy Page), y a través de la analítica mirada de Thomas.

Siempre podemos descomponer las pelícuals por piezas, y en este caso es convenviente separar argumento/historia/guión de todo el aparato técnico y artístico que hace posible la imagen, propiamente dicha, que aparece en pantalla. Blow-up es una película riquísima sobre todo en el segundo apartado (sin desmerecer la historia, y cómo se cuenta). El universo creado, fruto de la mente de una persona como Thomas, roza lo sublime. Nos perdemos del hilo argumental precisamente por el afán de mostrarnos la estética, tan característica, del Londres de los ’60 (con sus dos caras, por supuesto), el entorno en el que se mueve y vive el fotógrafo, dibujando a un hombre literalemente obsesionado por su vocación. Y nos perdemos también porque nos adentramos en su interior y le acompañamos en su obsesiva búsqueda de imágenes, hasta el punto de hacernos de ella partícipe. Todo eso se desliza delicadamente, se segrega de la imagen, más que de los diálogos, mientras la propuesta sigue siendo fundamentalmente visual. La cámara busca lo que él busca, nos hace fijarnos en lo que a él le llamaría la atención, los movimientos de cámara, gemelos a los del protagonista, la precisa elección de los encuadres, de las angulaciones, todo, nos habla más del argumento que el propio guión, que solo nos enganchará cuando se descubra el crimen.

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Así que tenemos una película fundamentalmente visual, metalingüística, que toca de lleno el tema de la relación del hombre con su creación, con su vocación; una película sobre la mirada del artista, sobre la mirada del fotógrafo; una película sobre la fotografía en sí misma, y sobre la fotografía en realción al cine, por supuesto. Hay dos momentos que me llamaron la atención: 1. Cuando Thomas fotografía a la parreja, la cámara se centra en él, y no en lo que está captando; por primera vez no se nos muestra abiertamente lo que Thomas ve, sino más bien lo que es él. Se nos aparece un poco como un voyeur, pero esto no sería un detalle tan genial sin: 2. Los únicos planos que vemos de lo que el fotógrafo está captando (salvo uno donde también se le ve a él), son las fotografías que luego amplía y que observa concienzudamente en su estudio. En un momento el montaje las coloca seguidas, encuadradas, y se repite, en blanco y negro, los fotogramas del momento filmado. Una foto y su correrpondiente transformación en plano. La fotografía en la base del cine.

El cine de Antonioni no siempre es fácil de ver, y Blow-up no es una excepción. No es cine convencional, pues vive básicamente de la muestra y reflexión del propio arte, del propio lenguaje utilizado. Para eso es necesario apartar a un segundo plano elementos que generalmente son centrales, porque solo así es posible crear una película que hable por sí sola, y de sí misma. Solo así prevalece el lenguaje cinematográfico sobre el corriente y moliente lenguaje meramente humano.

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