50 sombras de Grey o por qué comemos basura edulcorada

50 Sombras de Grey
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Quiero adentrarme en 50 Sombras de Grey con una mente tan virgen como la de la tierna Anastasia Steele la primera vez que conoció al poderoso Christian Grey. No quiero dejarme influir por las decenas de estudios sociológicos y psicológicos que se hayan hecho sobre la sexualidad de la mujer, ni por las pretenciosas columnas periodísticas (como puede serlo esta), ni por los blogs, ni por las opiniones de mis amigas ni mucho menos por la repercusión que vaya a tener la adaptación cinematográfica.

Estás de acuerdo conmigo en que la novela de E.L. James es burda, simplona y ofensiva para la mujer del siglo XXI -y para cualquier mujer. Pero te la has leído y, seguramente, te ha gustado, ¿verdad? Sí, hablo contigo, lectora, especialmente con la lectora inteligente, guapa y segura de sí misma, pero que sigue consumiendo toda sarta de best-sellers rosas y pamplineros porque, a pesar de su independencia, el amor sigue siendo parte de su vida.

Has leído amor, querida amiga, no sexo. Porque una profana en la materia probablemente ha quedado maravillada con las habilidades sexuales del señor Grey y con su arsenal de látigos, esposas y fustas. Ahora, hagamos un ejercicio de abstracción: despojemos a ese “dios del sexo” de toda su armería y su belleza. El resultado es un chaval de 27 años, normal y corriente, cuyas pobres habilidades están enmascaradas tras grandes dosis de palabrería.

Me da la sensación, pues, de que el señor Grey no tiene de su parte ni la materia prima como semental, ni el conocimiento adquirido en el campo del BDSM. Los miembros de esta comunidad, considerada parafilia, llevan sus prácticas a extremos mucho más duros que no voy a detallar porque lejos de mis deseos se encuentra el excluir a alguien de esta lectura. Lo que está claro es que los juegos de Ana y Christian, por tensión que puedan generar sus descripciones, no pueden considerarse verdadero sexo duro.

Echados abajo los mitos de que Grey es un amo del sadomasoquismo y un experto del placer, solo nos queda una aburrida salida: los protagonistas se hallan unidos por una relación romántica. Y ésta es la piedra angular de la novela. No el romanticismo, sino qué es el romanticismo. Muchas de mis amigas comentan lo machista y “cerdo” que es Christian Grey por someter a Ana a esas reprobables prácticas, que ellas nunca llevarían a cabo. Sin embargo, ¿es machista el empresario por eso, o por su trato a la joven filóloga como pareja?

Él la espía, controla a los hombres que ve, la persigue, la intimida y se ofrece a mantenerla económicamente, algo absolutamente anacrónico. La adoctrina a su gusto, castigándola ante supuestos malos comportamientos y proporcionándole placer justo después, como quien adiestra a un perro a base de canutos de periódico y golosinas.

Ella intenta rebelarse, pero se siente ansiosa y cercada, hasta el punto de modificar sus conductas y hábitos para contentarle. No son compatibles, pero estar separados les consume. Es una relación tóxica que todas legitimamos e incluso algunas ansían. Ahí es cuando el señor Grey puede ser tachado de retrógrado y opresor, por aquello que sucede fuera de la cama. El problema es que Anastasia y sus lectoras, al aceptarlo, son tan o más culpables que él mismo.

La pregunta que cabe hacerse llegados a este punto es por qué nos gusta el señor Grey, entonces, si es mezquino, mediocre en la cama, ni siquiera sabe de BDSM y posee preocupantes cualidades de maltratador. Voy a dejar de dirigirme a mis preciadas congéneres para hablar también con todos esos novios y maridos que están hartos de ver a sus cónyuges babear por un ser inexistente.

No perdonamos los defectos de Grey por su dinero y su belleza, y no todas nos hemos dejado engatusar por su helicóptero y sus invitaciones a restaurantes caros. Si pasamos por alto, aunque sea complicado, que nuestro sensual empresario está obsesionado hasta un nivel patológico por su joven adquisición, no vemos más que a un hombre entregado que, aunque tenga que trabajar, siempre tiene tiempo para ella.

Así haya trabajado mil horas seguidas, las ansias de Christian por sentir la piel de su amante siguen intactas, su curiosidad por conocer su día a día y cada detalle de su existencia es constante, haría cualquier cosa porque fuera feliz. Su prioridad es ella. Repudiamos la idea de que nos mantengan, anhelamos ser independientes, rechazamos la sobreprotección, deseamos que nos entiendan sin hablar. Pero ambicionamos ser lo primero. Y Anastasia es lo primero. Y, ¿no es eso, de manera egoísta, lo que deseamos no las mujeres, sino el ser humano en general? Por eso, 50 sombras de Grey, siendo una novela tan regular como la habilidad sexual de su protagonista, triunfa.

Amanda Briones

Periodista. Amante del Rey Lagarto, los zapatos de tacón, el chocolate y el helado.

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