Maletas, prisas, billetes perdidos, ilusiones de idas y nostalgias de vueltas componen el escenario de cualquier estación. Porque los monumentos suelen estar en el lugar de origen de nuestro viaje y no dentro del mismo parece un espejismo encontrar dentro del caos que respira Atocha el Monumento en recuerdo de las víctimas del 11-M. Pero los viajes también son recuerdo y quizás es por ello por lo que sólo encontramos turistas dentro de la sala ubicada en el centro de la estación como un remanso de paz que, por serlo, ha de ser difícil de encontrar.
Fuera es un monumento blanco, circular, de 11 metros de altura que no parece conocer lo que esconde en su interior; una gran burbuja de plástico que irradia pureza, a pesar de su descuidado mantenimiento, y en la que se inscriben las frases dejadas por cientos de ciudadanos tras los atentados. Dentro es un espacio azul, de filosofía y de frío, como un iceberg en el cielo que recuerda en la rutina de viajes de trabajo y días de incertidumbre que al menos por un momento debemos dejarnos llevar por la luz, como precede el lema con el que el estudio madrileño FAM presentó este proyecto «La luz dedica un momento del día a cada persona ausente».
Y el mundo, metaforizado por los trenes, tiembla bajo nosotros cuando nos sentamos dentro de la sala a sentir esa luz, la de unas almas encerradas en un joyero. La de un diamante en el centro del caos que nos ilumina en un punto cualquiera de nuestro viaje.