EL CASTIGO SIN VENGANZA O EL ETERNO DILEMA ENTRE EL CORAZÓN Y LA RAZÓN

¿Quién no ha sentido alguna vez una pasión inalcanzable? ¿Quién no ha tenido que decidir nunca entre lo que quiere hacer y entre lo que debe hacer? ¿Quién no se ha visto nunca dividido entre el corazón y la razón? Casandra maldijo muchas veces el día en que Federico se cruzó en su vida. Sus ojos se clavaron en los suyos  desde el primer momento en que se vieron. Sería agradable contar que esa mirada se quedó ahí para siempre, y que ese brillo de ilusión no se tornó luego en lágrimas. Pero entonces, nos habríamos perdido uno de los grandes dramas teatrales de Lope de Vega.

El mismo día que los protagonistas de esta historia se conocieron se enamoraron. Y el mismo día que se enamoraron conocieron la verdad que los separaba: ella, prometida del Duque de Ferrara y él su hijo bastardo. El deber fue más fuerte hasta que la pasión quiso. Y entonces… se sucedió el trágico desenlace que da nombre a la obra: un castigo sin venganza.

La voz en off que sirve como apoyo a la narración y la interpretación de los actores de la compañía Rakatá hacen que no resulte difícil sumergirse en el verso que reviste esta pieza clásica. Lo verdaderamente complejo es el tormento por el que pasan cada uno de los personajes. Sobre el escenario no existen buenos o malos y (algo bastante inusual) el espectador es capaz de empatizar con cada uno de los papeles.

Cuando el telón se baja en los Teatros del Canal instantes de silencio preceden los aplausos. El público aún está demasiado implicado en la obra, demasiado implicado en unas pasiones prohibidas que  son atemporales. Porque los sentimientos no entienden de épocas, ni de convenciones.

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