BIUTIFUL

Biutiful cartelSe encienden las luces. Con ellas se descubren los rostros, unos asustados y desconcertados, otros abrumados y entusiasmados… y alguno que otro somnoliento. Los últimos créditos desaparecen de la pantalla y las primeras reacciones de los presentes en la sala no tardan en manifestarse. Pero, lejos del análisis de las caras y los comentarios de nuestros vecinos de butaca, sólo hay algo que nos dice si la historia que durante 147 minutos nos han contado es de aquellas que pasarán a la posteridad o, por el contrario, se recordará como un error en una desapacible tarde de un domingo cualquiera. Las sensaciones no saben de montajes, perfectos guiones, fotografía inmejorable o actores brillantes, ellas no mienten. Y nos ayudan a valorar y catalogar con una subjetividad, cuanto menos sincera, aquello que nuestro “yo objetivo” ha valorado según los cánones establecidos.

En este caso, la contradicción se apoderó por un momento de ésta que escribe impidiendo a su primera impresión desarrollarse por sí misma. Mi objetividad habla, por una parte, de una cinta con una innegable calidad. Alejandro González Iñárritu ha conseguido plasmar la imperfección más abrumadora en escenarios lúgubres y sórdidos ocupados por caras poco agraciadas. Suciedad, miseria y marginación para una historia que nos cuenta las penurias de unos personajes heridos de muerte por la vida, la enfermedad y la mala suerte que pasan sus días en la Barcelona menos turística y más decadente. En ella descubrimos a Uxbal, un mafioso de poca monta marcado desde sus primeros días por la muerte y el más allá y obsesionado por asegurar el futuro de sus dos hijos. Los tres viven condicionados por la enfermedad mental de la madre de los niños y por un entorno egoísta aún en la pobreza.

Javier Bardem BiutifulGracias a Uxbal vamos conociendo el punto fuerte de la cinta: la historia de los conflictos sociales y familiares, los vacíos emocionales y existenciales que traen consigo las vidas enfermas y acabadas y las trágicas historias que nacen de la inmigración ilegal. De su lado más crudo se beneficiará el protagonista, que verá en lo impensable una posible solución a sus problemas. La historia debería ser tan conmovedora e impactante como la actuación de un Javier Bardem que supera todas las expectativas y llena, con su mirada atormentada y herida de muerte, una película sin cuyo protagonismo estaría también acabada. Y es que, por otra parte, mi “yo subjetivo” reclama su lugar y no puedo evitar que me haga salir a la calle con una sensación de vacío, mezcla de decepción e incredulidad por la ineficacia de un argumento que pretende tocar sensibilidades y ni siquiera las roza. Su falta de gancho perjudica, y mucho, a una historia que quiere provocar lágrimas y no lo consigue ni con la bipolaridad que se observa en la locura de una madre desesperada y el trato de un padre a su hijo, a veces cálido, a veces frío. Y así, como témpanos, asistimos al transcurrir de los minutos y el desenlace de las historias. Unas, con ya maestros de la interpretación como protagonistas. Otras con actrices que parecen haber sido puestas “a dedo”. Bipolaridad en estado puro.

Las altas expectativas del nuevo y esperado largometraje de Iñárritu decepcionan a un público impactado y conmocionado tras el perfecto tráiler, que nos quiso decir que, aún siendo conscientes de lo difícil y oscuro de la vida, cuando hay luz, su luminosidad conforma el más bello de los paisajes. Pese a sus pros y contras será, seguro, premiada hasta la saciedad. Lo mismo que Bardem, que ya inició su palmarés al obtener el galardón al mejor actor en el festival de Cannes. Desde entonces, millones de espectadores esperaron impacientes y ávidos de disfrutar de su último taquillazo.

Gonzálex Iñárritu no está a la altura (difícil superarlas) tras el alto listón que se marcó con Amores perros, 21 gramos o Babel. Nos ha dejado incompletos, quizás, con ganas de más. Habrá que esperar a que de nuevo las luces se apaguen en su honor para volver a iluminar al rato la sala. Y habrá que esperar a que hablen de nuevo nuestras emociones, esperemos que, esta vez, con más entusiasmo.

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