MÚSICA CÍNGARA EN LOS BALCANES

Componenetes del grupo Emir Kusturica & The No Somking OrchestraSon gitanos, balcánicos y endiablados, y, según parece, están de moda. Con un ritmo gallináceo, compositores como Goran Bregovic o grupos como Emir Kusturica & The No Somking Orchestra están extendiendo lo que ya llaman música neogitana o cíngara-fusión. Acrisolando influencias diversas, se forjan temas nerviosos que están haciendo saltar a media Europa.

Cada vez es más común encontrar carteles anunciando sesiones de una tal gypsy music. A la tarima ascienden grupos numerosos de trompetistas, percusionista, violoncelistas, etc, etc… estando allí, se cuadran todos muy serios, como para una foto de primera comunión. De repente, a la voz de alguno de ellos, se eleva una nota, se mantiene en lo alto, y al caer revientan todos los instrumentos en una actividad frenética, enfebrecida, «como» drogada. Con mucho de nomadismo los trombones vacilan y refulgen, y el cantante extiende los brazos, meciéndose en ademán salomónico, perdonándonos la vida (que siempre se agradece). No mire con extrañeza a la matriarca cíngara que se aúpa como un resorte y practica con las manos un movimiento centrífugo, más conocido como «de mí pa´ ti». No piense, déjese llevar y grite: «Opa

Goran Bregovic (yugoslavo por nostalgia y cabezonería) es una de las puntas de lanza de este movimiento; y nunca mejor dicho lo de “movimiento”, porque en esta música hasta los silencios son cinegéticos. Aires católicos, ortodoxos, musulmanes y judíos se aúnan en la orgía musical que supone la obra de este artista nacido en Sarajevo. Con él han colaborado autores de la misma o semejante onda como Krzysztof Krawczyk (compositor grueso y polaco), Kayah (cantautora compatriota del anterior) o Iggy pop (que acostumbraba a untarse con crema de cacahuete e inventó el salto al público que otros han practicado con suerte desigual). Sin embargo, el arrejuntamiento más lucrativo ha sido con el músico y cineasta Emir Kusturica.

 

 

 

 

 

Kusturica pasa por ser el máximo responsable del auge de estas orquestas despeinadas si nadie lo remedia (y viéndolos –chicarrones concienzudamente alimentados-, a ver quién es el guapo que se atreve). Películas como El tiempo de los gitanos, Underground o Gato negro, gato blanco se centran en familias mafiosas y de etnia gitana del este de Europa. Todas se jactan de un dudoso gusto para los quehaceres cotidianos y marcada predilección por las camisetas sin mangas, así como por las cadenas,  los anillos y las sonrisas de oro. Los largometrajes van avanzando entre situaciones absurdas y correteos al modo del cine mudo de los años 20. Todo ello aderezado con música, en muchas ocasiones interpretada en la propia escena. Se podría decir (como tantas y tantas veces) que la música es un personaje más.

El documental Super 8 stories, del propio Kusturica, es el documento que mejor retrata el fenómeno. Abriendo con unas imágenes en blanco y negro con el formato que el título preconiza, la voz en off del realizador nos advierte que salió músico de rock a pesar de ser hijo de unos profesores de clase media, ya que la mayoría provenían de estirpes de oficiales del ejército o de agentes secretos. Seguidamente, asegura que con la música rock ´n roll Tito demostró que Yugoslavia no era ni Bulgaria ni Rumanía, y es que estos hombretones mezclan música y política deliberadamente (todavía está por determinar cuál es la peor parada). El documental se va jalonando con entrevistas dentro de una furgoneta a los distintos componentes de la No Smoking Orchestra. Empieza por el batería que aprendería la música gitana en los bistros (en una de la escenas policías irrumpen en el local pidiendo que se coloquen pistolas y cuchillos encima de la mesa). Acaba con la tuba que, con un delicioso humor negro, nos habla de los entierros como su mayor fuente de ingreso, sobre todo en los pueblos donde se acaba con un fiestorro por todo lo alto (la muerte entra mejor con vodka y hielo). Se alternan mientras tantos filmaciones de índole casera, extractos de conciertos en distintos países, el rodaje de un videoclip y embates de bravuconería por parte de los protagonistas.

No sabemos hasta cuándo, pero lo cierto es que esta música, plena de testosterona, que conjuga ska, jazz, rock y música gitana, está en boga. No se extrañe por consiguiente, si este microcosmos se empieza a apoderar de su ambiente, no se resista, entréguese: cabras, gansos, trenes, alhajas y remilgados franceses ya lo han hecho y, hoy por hoy, parecen contentos.

 

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