Alghero: entre pasado y presente

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A veces pensamos que para hacer un viaje sea necesario alejarnos de nuestra tierra de origen, coger un avión y trasladarnos a otro país o continente. Sin embargo, se puede encontrar el placer del viaje y lo desconocido en los sitios más cercanos, que por esa misma razón nunca llaman demasiado nuestra atención. Fue lo que descubrí hace unos veranos, cuando decidí visitar Alghero, una ciudad situada en el noroeste de la isla de Cerdeña que cuenta con unos 40.000 habitantes. Después de un largo viaje en tren llegué a mi destino: la desconocida Alghero, ciudad medieval fundada en el siglo XII por la familia Doria de Génova.

 La ciudad, protegida por antiguas murallas y con siete torres fortificadas, descansa entre el azul del mar y el verde de perfumados olivos. Desde el principio, llegó a mis sentidos un lejano sabor de España. Reconocía a mi alrededor los palacios de estilo español y en las señalizaciones de las calles aparecían dos idiomas. Paseando por las estrechas y empalgheroedradas calles de la ciudadela medieval llegaba a mis oídos una mezcla de idiomas, algunos más reconocibles que otros. Me quedé escuchando los discursos de los abuelos sentados en las gradas de una plaza y con mi gran sorpresa pude reconocer el más común italiano, el más familiar y entrañable sardo y el más lejano catalán.

Desde el 1353 y por los siguientes 300 años, Alghero fue sometida a la dominación aragonesa, que repobló la ciudad con catalanes y aragoneses. Cada torre, palacio, plaza o rincón evoca la pasada dominación y convivencia entre sardos y españoles, que da a la ciudadela medieval aún más encanto. Los catalanes la llamaban “Barceloneta”: su mar azul y cristalino, su peculiar historia, su mezcla de gentes llamaba la atención turística desde el principio del siglo XIX. Via Roma, Via Carlo Alberto y Via Principe Umberto son las principales calles en el casco antiguo de la ciudad, donde se encuentran muchas pequeñas tiendas, restaurantes y bares. Se puede pasear por calles estrechas y pintorescas, perdidas en el tiempo, en que la ropa lavada está colgada bajo las altas ventanas. Miles de tiendas se subsiguen para atrapar la atención de los numerosos turistas. Nadie se despide de la antigua “Barceloneta” sin traer consigo el símbolo de la ciudad: el coral. Pendientes, colares, pulseras y colgantes de coral coloran de rojo los escaparates de muchas tiendas. 

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Las raíces italianas y catalanas de la ciudad se reconocen también en la gastronomía, con sus excelentes e inusuales platos. La Aragosta alla catalana (una langosta típica del norte de Cerdeña) se enfrenta a la paella. Igualmente al lado del típico postre sardo, las seadas (buñuelos rellenos con queso y cáscara de limón, y bañados en abundante miel) encontramos a la exquisita crema catalana. Después de un paseo y de una buena comida lo mejor es aprovechar del sol, de la finísima y blanca arena de la playa, y del mar cristalino. «Música es como música/ El deseo domina los pensamientos/ Parto sin ganas de volver» cantaba Giuni Russo hablando de Alghero en la homónima canción.

En esta ciudad, descubrí un pequeño paraíso en que el paso del tiempo no había traído en el olvido su rica historia y sus tradiciones. Un paseo por sus calles se convierte en un paseo por el pasado, porque pasado y presente siguen conviviendo amablemente.

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