Nacimos en los ochenta, los súper poderes ya no nos asombran. Volar está muy bien, pero admitámoslo, Superman tiene el carisma de una salchicha. ¿Clark Kent, Bruce Wayne? ¿Quién hubiera salido de fiesta con esos tipos? Y, sobre todo, ¿quién hubiera salido de fiesta con estos tipos después de conocer a los personajes de Misfits?
“Esencialmente tonta, pero también brillante: aguda, graciosa, oscura y, en ocasiones, escalofriante”, describe la serie el crítico televisivo de The Guardian. Yo añadiría: sexual, irreverente, políticamente incorrecta y terriblemente divertida. Una mezcla entre la mejor época de Héroes y el estilo desenfadado de Padre de Familia. O, digámoslo de otro modo: Misfits es lo más cerca que ha estado nunca la ciencia ficción de retratar a gente real con doble de desvergüenza y extra de (raros, a veces inútiles) súper poderes.
Hay que verla, o eso dice de forma unánime la crítica y el premio BAFTA que ha recibido su primera temporada. Los entendidos hablan de su producción impecable, del genial reparto, del elaborado guión y bla, bla, bla. Pero a mí se me ocurre que habría que destacar sobre todo, sobre todo, la música, que reúne lo mejor de la producción inglesa de los últimos años. Porque la banda sonora es, aunque ya suene a tópico, un personaje más de la trama. Te cuenta cosas. Entra y sale a voluntad. Tiene apariciones estelares. Momentos extrañamente abruptos. Denle al play y comprobarán lo que les digo, comprobarán como toda una declaración de intenciones cabe en 40 segundos.
Enérgica, contundente y rotunda como el tema de su opening, así es Misfits. Que el planteamiento no les engañe, sé que la historia delincuente-juvenil-conoce-tormenta-que-le-reporta-extrañas-habilidades es verdaderamente simple, pero aquí hay algo más. De hecho, me atrevería a sugerir que sólo por ver en acción al cachondo de Nathan, vale la pena echarle un vistazo a esta serie.
He dicho.
Misfits, cuya segunda temporada está a punto de culminar, se emite todos los jueves por la noche en el canal inglés E4.
