REGALO DE ENAMORADO

Woody Allen se enamoró de sus brasseries, de su Tour Eiffel y de los Champs Elysées. De sus bistrots, de Montmatre y del Sacré Coeur. De Nôtre Dame, del Louvre y de los bateaux mouches cuando, hace más de cuarenta y cinco años, visitó París para rodar el que fue su debut cinematográfico como guionista y como actor: What’s New, Pussycat. Una comedia de líos y enredos amorosos que nada tiene que ver con la última claquetada que el director ha dado en la ciudad de la luz.       

 

Aunque la película se filmó en París y sus alrededores, bien podrían los productores haberse ahorrado los billetes de avión y rodarla en cualquiera estudio de Hollywood, pues la mayoría de las escenas están tomadas en un interior y lo único que nos hace sospechar que estamos en Francia es la música de un acordeón, alguna que otra brasserie y lo que en la oscuridad de la noche deducimos que son las orillas del Sena. Allí, junto a uno de los famosos puentes parisinos sin iluminar, el personaje que encarna Woody Allen celebra solo, con una botella de champagne y un esmoquin alquilado, su cumpleaños.Cartel de What's New, Pussycat

Como todos los personajes interpretados por el genio de Brooklyn, Víctor Shakapopulis es un tipo tímido y obsesionado con el sexo que, en esta ocasión, trabaja en los camerinos de un cabaret vistiendo a las streptease girls. Es el amigo bajito y feo del seductor innato Michael James (Peter O’Toole), que tiene que recurrir a un deportivo rojo para ligar, mientras que el protagonista acude a un psicoanalista pelucón (Peter Sellers) para superar su miedo al matrimonio y su adicción a las acosadoras tentaciones que, en forma de pussycats, le caen literalmente del cielo.

El papel de Woody Allen en la historia es secundario, pero vital para resistir las repetitivas escenas de celos, engaños maritales y persecuciones sin sentido que alargan innecesariamente la trama. Por ello, aconsejo al espectador que, ya sea haciendo uso del mando a distancia o del ratón, se salte todas aquellas secuencias en las que no aparezca el humorista neoyorquino. Puede estar tranquilo, porque la situación dramática es la misma al principio que al final, ningún personaje evoluciona y los únicos diálogos que merecen ser escuchados son los que salen de la boca sarcástica del cineasta. Una boca que no pudo rechistar cuando vio que su guion original era mutilado en cada una de las modificaciones exigidas por actores y productores.

 Al saxofonista no le gustó ni la película ni la experiencia; pero sí que le gustó Paris, una ciudad de la que se arrepintió no haberse quedado a vivir y a la que ahora homenajea en las salas con un exitoso regalo de enamorado: Midnight in Paris.

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