EL CERCO DE LENINGRADO

Cartel de la obra

La obra El cerco de Leningrado no trascurre en la vieja capital soviética, sino en un viejo teatro llamado “el teatro del Fantasma” donde viven desde hace más de veinte años dos mujeres: Priscila y Natalia. Resistiendo a la piqueta y a los especuladores urbanísticos, consiguen mantener el teatro en pie por un solo motivo, dar luz sobre la muerte en extrañas circunstancias del militante de izquierdas Néstor Coposo, director y autor teatral, marido y amante de las mujeres, respectivamente. Esa obra no nata es El cerco de Leningrado.

El teatro se ha convertido para ellas en su hogar y tratan a toda costa evitar su demolición. Han pasado 22 años desde la muerte de Néstor y aún ellas intentan aclarar los motivos de su fallecimiento. Para ello, buscan incesantemente el libreto de la obra desaparecido, cuyo desenlace, solamente conocía el autor, y donde puede encerrarse la clave del misterio de su muerte.

Ambas mujeres luchan por la memoria de su amor desaparecido, odiándose y encontrándose la una en la otra como único referente en su mundo, que está entre lo onírico y lo real. Lucharán para no perder sus valores sentimentales frente a los materiales, por mantener su memoria, pues es lo único que les queda para seguir existiendo.

 

LA OBRA DE SANCHIS SINISTIERRA

Su obra se caracteriza por tener inserto un continuo movimiento que pendula entre la tradición dramática y las nuevas líneas de concepción teatral contemporáneas, es decir, entre la vieja y la nueva manera de hacer teatro. Juega con los límites de la teatralidad, en El cerco de Leningrado, obra escrita 1995, es una mirada hacia dentro del propio espacio. El lugar de la acción es un teatro, como si se mirara en un espejo el propio espacio donde trascurre la historia. A Sinistierra le gusta implicar al espectador en la trama, la Metateatralidad o “teatro en el teatro”. Le gusta cuestionar el concepto de fábula y de personaje tradicional. Lo no dicho y lo enigmático. El personaje presente que nunca está y sin embargo es el protagonista.

Historia de lealtades absurdas y con humor como antídoto contra la solemnidad y trascendencia de “los grandes temas”. Con tendencia a la desnudez escénica y dos únicos personajes femeninos, juega con un intimismo que se mira hacia dentro para dejarse salir. Dentro de una “teatralidad menor”, en cierto sentido, en defensa del teatro en estado puro. Sanchís Sinistierra es un verdadero “animal teatral”, un hombre que ha hecho del teatro su pasión de vida, su manera de comprender el mundo y de estar en él.

EL DIRECTOR Y LA PUESTA EN ESCENA

La escenografía de El Cerco de Leningrado ha sido realizada por Francisco Leal. Es muy importante a la hora de contar la historia, ya que el propio escenario se mira a sí mismo para convertirse en un teatro en ruinas donde trascurre toda la acción. Si algo hemos de señalar, es que el teatro se convierte en esta obra en un personaje principal, ya que toda la historia gira en torno al mismo. Se han usado ambientes de abandono, las tripas de la escena: baúles, telas, vestuario, atrezzo… todo lo que normalmente forma parte de lo que no se ve en una obra. En este caso, debió convertirse tal y como nos narra la trama, en el lugar en el que viven dos mujeres, por lo que todo queda a la vista para nosotros.

Francisco Leal, en este aspecto, ha sabido jugar con estos elementos, haciéndolos cotidianos, cambiando su función primera que es la de “ser vistos” para transformarlo en elementos de uso cotidiano: ser usados. Francisco Leal se apoya en la iluminación para crear ambientes diversos, la luz actúa como un elemento fundamental, señalándonos partes del escenario y obviando otras. Hemos de destacar la luz en el montaje de El cerco de Leningrado: la obra comienza en absoluta oscuridad. La ausencia de luz en los primeros minutos la hace más protagonista en el resto de la obra, y al incorporarla a la escena, somos conscientes de la importancia que tiene dentro de la escenografía y el montaje final de esta versión de la obra de Sanchís Sinistierra.

En la puesta en escena, el vestuario cuenta una historia, por medio de un lenguaje visual con el espectador que comunica y se convierte en signo de lo que se quiere decir, porque, no solamente se narra con la palabra, también con la imagen, el color, la forma y las texturas. El creador de vestuario en El Cerco de Leningrado es Pedro Moreno, ganador de varios Premios Goya al mejor diseño de vestuario, entre ellos por la película Goya en Burdeos de Carlos Saura. «Yo no visto a actores; yo hago personajes. Y mis trajes o caracterizaciones no están nunca por encima del personaje, sino que lo refuerzan».

En septiembre sobre las tablas en Madrid.

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