EJERCICIOS AMOROSOS Y CULINARIOS

Llegué al Reina Sofía la primera; casi abro las puertas y si hubiera pillado mejor combinación de trenes habría llegado a tiempo incluso para la inauguración del museo. He ahí mi eterna manía de salir con el quintutriple de tiempo de margen para llegar bien a los sitios. Al fin y al cabo la ciudad es impredecible y cualquier cosa puede pasar… sucede lo mismo cuando se hacen Ejercicios de amor: ¡qué rica estaba la paella!

“Te va a encantar”- me dijo un amigo- “No meriendes antes de ver la obra”. Sólo me dio esos datos y lo cierto es que pensé que podía estar ante una de esas representaciones que a él tanto le gustan en las que los actores comen papel durante una hora y siete minutos para recibir después una calurosísima ovación del público por su extraordinaria creatividad… Sin embargo, sus palabras despertaron mi curiosidad y decidí arriesgarme. Después de recibir su mail tardé una media hora en apuntarme a la lista; era una lista VIP, aforo limitado, 60 personas.

Todos tuvimos que pasar por el escáner que hay a la entrada del museo en prevención a que introdujésemos en el edificio pistolas, ametralladoras, bombas caseras o afiladas pinzas de depilar. Por eso me sorprendió más de lo común cuando vi entrar por la puerta, y sin pasar por el control de seguridad, cuatro bicicletas cuyos ciclistas nos pedían que los acompañásemos hasta uno de los salones del Reina.

“Ahora empieza la obra”- pensé. Pero no. Lo que empezó fue una clase; una clase de instituto sobre los componentes biológicos del amor y esas hormonas de las que habla en sus libros Lucía Etxebarría. El profesor, Joan, se esforzaba en que sus alumnos Jesús, Álex y Pau comprendieran la importancia de compartir y relacionarse con el resto a través de los sentimientos. La torpeza de los escolares despertó más de una risa entre el resto de invitados a la lección magistral. Sin embargo, más tarde, vimos cómo éstos sí que habían comprendido el mensaje y comenzaban a crecer juntos, a amarse y a caminar unidos hacia una vida adulta. Abandonando las ropas infantiles por trajes elegantes se fueron vistiendo los unos a los otros hasta que estuvieron listos para conducirnos hasta el exterior de la sala.

“Ahora empieza la obra” –pensé. Pero no. Lo que empezó fue una fiesta en uno de los jardines del museo en la que unos Joan, Jesús, Álex y Pau ya adultos compartieron con nosotros sus reflexiones acerca de la amistad y la soledad. Toda fiesta que se precie tiene que tener comida y bebida, así que mientras la paella se cocinaba en una sartén gigante los invitados empezamos con el vino. Y no podía faltar la música. La voz de Rocío Jurado con la letra de ‘Como yo te amo’ acompañaba la proyección de un vídeo y la coreografía en directo con la que nos obsequiaron los componentes de la compañía Pont flotant. Tras la sesión de baile, volvimos al interior.

“Ahora empieza la obra” –pensé. Pero no. Lo que empezó fue una reunión de amigos con un candil como única iluminación en la que los mismos protagonistas jugaron a ‘Beso, verdad o atrevimiento’. Como suele pasar en esta situación, el juego empieza con risas y bromas, pero al final alguien saca a la luz algún secreto, algún lastre incómodo como la incapacidad para entregarse de lleno en el amor y entonces surge el conflicto. Nada que no se arregle con una guitarra. Al son de la música fuimos acompañados de nuevo hacia el jardín en el que nos sentamos en sillas de madera frente a un altar.

“Ahora empieza la obra” –pensé. Pero no. Lo que empezó fue una boda, la de Joan y Pau que, con la presencia y la música de un invitado tan especial como Frank Sinatra, se comprometen acompañados de sus amigos en una ceremonia que sigue despertando las risas entre el auditorio. Con tanto festejo casi nos habíamos olvidado de la paella que nos estaba esperando junto al aperitivo y al vino. Y así concluyó una obra que nunca empezó, entre risas, brindis y un arroz exquisito.

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