Zamora, ciudad románica con sabores castellanos

Catedral de Zamora
Vista de la catedral de Zamora desde el castillo Ⓒ Cristina García

He vivido sintiéndome parte de dos lugares tan distintos entre ellos que no parecían ser del mismo país, pero lo eran. Así lo confirmaban todos los mapas. Madrid ha sido mi cuna, la que me ha visto crecer, pero Zamora siempre ha sido ese lugar en el que desconectar, en el que vivir otra vida estaba permitido. Allí había, y sigue habiendo, otros horarios, otras costumbres, además de una parte de la familia, claro está. Es por eso por lo que esta capital de provincia siempre será un sitio recurrente. Ni siquiera las casi tres horas de viaje desde Madrid han logrado persuadirme de no pasar por allí, aunque fuera tan solo un fin de semana. Ahora, el AVE hace más corto ese trayecto.

Puede que Zamora no sea, ni de lejos, un destino muy solicitado. Quizás sea por el desconocimiento que hay sobre esta ciudad que yace junto al río Duero a tan solo 250 kilómetros de distancia de la Comunidad de Madrid. Sea como fuere, Zamora es un lugar que merece la pena visitar por su cultura y su gastronomía.

El Duero, que pasa por cinco provincias (Soria, Burgos, Valladolid, Zamora y Salamanca), recorre una parte de su camino por la capital zamorana. Este río ha sido testigo de cómo esta urbe, antiguamente dominada por el bullicio durante la época romana y posteriores, ha dejado atrás ese ritmo de vida para volver a otro más tranquilo. Ese tiempo en el que no existía la prisa (prisa por llegar a un lugar, prisa por volver al trabajo o, incluso, prisa por comer) ha quedado perpetuado en la capital. Ahora los comercios abren un poco más tarde, sacando minutos a una sobremesa ya de por sí larga o arrebatando horas a esos fines de semana en los que no se debería trabajar.

Sin embargo, a pesar del paso de los siglos y de la modernización de la civilización, esta ciudad medieval del antiguo reino de León no ha perdido su fama de asentamiento inexpugnable. El dicho “Zamora no se ganó en una hora” tiene su origen en 1072, cuando los zamoranos lograron aguantar un sitio de siete meses. El castillo, considerado el hito histórico que mejor define la memoria de la urbe, está ubicado sobre una elevación natural del terreno que le otorgaba un gran poderío defensivo.

Castillo de Zamora
Interior del castillo de Zamora Ⓒ Cristina García

El Portillo de la Traición o Portillo de la Lealtad, una de las puertas del recinto amurallado, ha quedado inmortalizado, no por su belleza, sino por su importancia. Según el Romancero, por ahí entró Vellido Dolfos, un noble leonés del siglo XI, perseguido por el Cid Campeador, pues Dolfos había asesinado a Sancho II de Castilla durante el Cerco de Zamora, liberando así a la ciudad del asedio.

Sus impetuosas murallas perpetúan su historia, pero también protegen un destino lleno de tesoros arquitectónicos. El románico zamorano se respira en cada una de sus calles, con más de una veintena de iglesias y templos de estilo románico considerados como Bien de Interés Cultural, donde los viandantes pueden recorrer la Rúa de los Francos o la Plaza Mayor y viajar hasta el siglo XIII.

Sorprende que la zona comercial compita en atenciones con la iglesia Santiago del Burgo, también conocida como Santiago el Burgo, la cual se encuentra en la calle Santa Clara, en pleno centro. Hay que dejar atrás Santa Clara y Renova para llegar a la Plaza Mayor de la ciudad. La iglesia San Juan Bautista se halla en uno de sus costados y está custodiada por el Merlú, un monumento que representa a las parejas de congregantes de la Cofradía de Jesús Nazareno, cuya labor consiste en reunir a los demás hermanos para comenzar la procesión con un toque de corneta y un golpe de tambor.

Monumento al Merlú, Zamora
Monumento al Merlú situado en la Plaza Mayor Ⓒ Cristina García

En las inmediaciones de la plaza se sitúa San Vicente, un templo románico encajonado entre otras edificaciones que no permiten observar todo su esplendor. Más adelante, ya en pleno casco histórico, las estrechas calles guardan tesoros como San Cipriano, edificación situada junto a un mirador que cuenta con una torre que formó parte de las defensas de la ciudad; Santa María de la Horta, templo que perteneció durante siglos a la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén; o la Iglesia de María Magdalena, cuya leyenda popular anuncia que aquel que no vea al obispo labrado en su puerta meridional no se casará.

En lo alto de un espigón rocoso, cerca del río Duero, se encuentra el símbolo más distintivo de la capital zamorana: la Catedral. Su estilo inicial fue el románico. No obstante, a partir del siglo XIV comenzó a sufrir diversas modificaciones. Lo que realmente le otorga singularidad es su cimborrio, una pieza arquitectónica de gran originalidad que marcó el camino a seguir por otras grandes construcciones románicas como la Catedral de Salamanca o la de Palencia. Su decoración de escamas recuerda a un dragón que, posado sobre la edificación, observa la ciudad con mirada vigilante, resguardando bajo sus alas una gran riqueza. Riqueza que, según una leyenda, estuvieron a punto de robar. “La cabeza de piedra que aparece en la parte superior de la portada sur es la de un ladrón. Cuando quiso salir con el botín, se quedó atrapado, convirtiéndose en piedra”, me relató una vez un zamorano.

Catedral de Zamora
Catedral de Zamora Ⓒ Cristina García

Apartado del casco histórico se encuentra el templo San Claudio de Olivares, considerado como la iglesia románica más antigua de la localidad.

A los pies del Duero yace la iglesia de Santiago de los Caballeros conocida también como Santiago de las Eras o Santiago el Viejo. Recibe la denominación “de los Caballeros” porque en ella el Cid Campeador fue armado caballero por el rey Fernando I.

Pasear por las calles de Zamora es pasear por su historia, ya sea cultural como gastronómica. No hay nada como detenerse en alguno de sus bares para tomarse un buen vino de la tierra acompañado de tapas con sabores castellanos. Cerca de la calle Santa Clara, eje social de la ciudad, se encuentran El Lobo, en el cual se puede disfrutar de un buen pincho moruno, o El Chillón, lugar idóneo para degustar callos, pata de ternera o cachuelas. Para disfrutar de unos buenos embutidos hay que visitar La Jamonería, situada en la calle Lope de Vega, o La Vinacoteca, en la calle Cervantes. Un poco más alejado de allí, en la calle Juan II, se sitúa el Café-Bar Antojo, el cual mezcla la comida tradicional con las nuevas tendencias.

La gastronomía zamorana se basa en condimentos como el ajo y el pimentón para dar forma a platos típicos como el ‘bacalao a la tranca’ o el ‘arroz a la zamorana’.

No se puede abandonar la ciudad sin disfrutar de sus dulces más tradicionales como el ‘rebojo’, ‘el amarguillo’ o la “aceitada”, mantecado que, aunque ahora se puede adquirir en cualquier época del año, antiguamente solo se degustaba durante la Semana Santa.

Plaza Mayor de Zamora
Plaza Mayor de Zamora Ⓒ Cristina García

Zamora siempre será parte de mi hogar, ya sea por ese pausado ritmo de vida que puede llegar a exasperar un poco o por esconder prácticamente un tesoro en cada esquina. Algunos de ellos están ocultos dentro de edificaciones y solo ven la luz una vez al año en una Semana Santa que no tiene nada que envidiar a las del sur porque tradición y austeridad se aúnan para dar el más bello de los espectáculos.

Allí no hay distinciones de procedencia, basta hablar con algún oriundo para sentirse parte del lugar, porque si algo tienen los zamoranos, es su cercanía.

Cristina García

Siempre he tenido mis monstruos, aunque nunca fueron a verme. Simplemente convivían conmigo. Y empecé a escribir para intentar aplacarlos. Aquello se convirtió en hábito cuando descubrí que con las letras podía mantenerlos encerrados. Así que construí mundos enteros. Después llegó el periodismo y, con él, el amor por la cultura.

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