Viaje por el norte de Marruecos – 1ª Parte Tánger

Medina de Tánger.
Medina de Tánger.
Medina de Tánger.
Medina de Tánger.

Empecemos por lo importante: el precio. 50 euros los vuelos de ida y vuelta Madrid-Tánger. No me lo pensé dos veces. [Click]. Comprar.

Llegué a Tánger sobre la 13:50 de una tarde de noviembre, como en España ya se había cambiado al horario de invierno, la diferencia horaria despareció.

Lo primero que me llamó la atención mientras el avión comenzaba a perder altura fue el color. Mucho más verde de lo que había imaginado. Tal vez sea por la idea que tenemos de Marruecos de camellos, desierto y aridez. Primer prejuicio roto, pensé, me quedaban unos cuantos más.

Al llegar a Marruecos (ya sea por avión o por barco) lo primero que hay que hacer es rellenar un pequeño formulario en el que se indican unos datos básicos de la estancia. Datos como nombre, apellidos, número de pasaporte, número de vuelo, profesión, motivo de la visita al País y la dirección en la que estarás alojado. Después del trámite burocrático, en el que yo personalmente siempre me pongo nervioso, salí ya del aeropuerto y cogí un coche en dirección al centro de la ciudad.

Tras poner mis pies en el puerto de Tánger no pude evitar pensar en uno de los libros que había leído y que había despertado en mí (aún más) las ganas de visitar este país y en especial esta ciudad. Se trata de Niebla en Tanger, una novela de Cristina Lopez Barrio.

Portada de la novela Niebla en Tánger de Cristina López Barrio.
Portada de la novela Niebla en Tánger de Cristina López Barrio.

Casi podía ver a los personajes caminando por sus calles. Tuve esa extraña sensación de ya haber estado allí, de haber observado antes el gris de la piedra de sus calles, el olor a sal y sus playas inundadas por la bruma, y de alguna manera era cierto. Había viajado con mi mente gracias a las descripciones de la autora, estar allí era como de un salto haberme metido dentro de un libro.

 

Algo básico que se tiene que hacer al llegar a un país con una moneda diferente es hacer el cambio. Hay que fijarse bien ya que según el lugar habrá una ligera variación del precio, intenté comparar y ver qué cambio era el más beneficioso para mi. Si tuviera que dar un consejo sería evitar las casas de cambios que están más cerca de los lugares turísticos.

 

Cómo no podía ser de otra forma, a la hora que llegamos lo primero que hicimos fue buscar un sitio para comer. Entramos en un lugar cerca del puerto en el que el camarero tenía un ojo blanco y un sombrero Fez o tarbush, me sorprendió que en Marruecos alguien llevara ese tipo de sombreros que yo había asociado inconscientemente con Turquía. Más tarde descubrí que también se llama Fez porque precisamente es originario de esta ciudad. Tuve la suerte de probar por primera vez la comida típica marroquí, entre ella un tajín de pollo. El tajín es un guiso típico de los países del norte de África y que se cocina de una manera muy curiosa en un recipiente parecido a plato de gran diámetro y de poco fondo, hecho de barro cocido y barnizado. Que, con una tapa mantiene el calor y evita que la comida se reseque mientras se cocina.

 

Tras la comida fuimos a una cafetería/tetería llamada “Giralda” aunque la puerta estaba un poco escondida ya que, austera, no era más que un acceso a unas escaleras. Lo que nos encontramos dentro no tenía nada que ver. Un espacio diáfano con unas vistas privilegiadas de la plaza de Sour de Maâgazine o plaza del faro. Un enclave famosísimo dentro de la ciudad de Tánger por sus vistas a playa desde la cual en los días soleados (como aquel) se puede ver la costa Española y la ciudad de Tarifa. Los cañones que recuerdan a un momento defensivo ante una mirada recelosa a Europa, hoy no sirven más que de elementos decorativos y como toboganes para los niños que los trepan y se deslizan por ellos. Su visita es obligatoria y sus paisajes embriagadores. La panorámica me dejó sin palabras e intenté capturar la imagen tanto con mis dispositivos como con mi memoria.

 

El camino a la medina antigua fue un viaje por el tiempo que me hizo darme cuenta del aire melancólico y nostálgico de Tánger. Una ciudad llena de historia, que fue foco de reunión de las mentes más brillantes de la historia, un lugar de encuentro de culturas que se había convertido en un recuerdo que se erige entre la modernidad y el cariño hacia su pasado.

La medina antigua no estaba en pleno esplendor, pero me sirvió para hacerme una idea del ambiente que se crea entre sus callejas. Lugar en el que se puede encontrar básicamente de todo, especias, ropa (nueva y de segunda mano), productos de cuero, comida…

Medina de Tánger.
Médina de Tánger.

Entre el bullicio de la calle unos niños corrían frenéticamente entre la gente, uno me tocó el brazo y me hizo un gesto que no supe interpretar, se tocaba con la palma abierta de la mano la boca y repetía unas palabras que no alcanzaba a entender.

En ese momento me giré y le dije a Yuss (mi amiga marroquí y guía de viaje): “No pienso darles tabaco, son solo unos niños” ella me miró atónita y me respondió “No te están pidiendo tabaco, sino dinero para comida”, me sentí terriblemente avergonzado y ella me explicó que hay muchos niños que recorren las calles de la medina pidiendo dinero, y me advirtió que era mejor no contribuir con aquello, ya que si un niño gana dinero en la calle es más probable que sus padres no le envíen al colegio.

Sitios destacados de la medina y en los que merece la pena hacer una vista son: el gran café central de Tánger y el Café Hafa, donde grandes personalidades pasaron largas horas con sus tertulias, hoy en día siguen siendo lugares que nos recuerdan al momento de esplendor de la ciudad.

Mi visita fugaz a Tánger acabó rápido y esa misma tarde cogimos el coche y pusimos rumbo a Tetúan.

Mientras me dejaba caer en la parte trasera del coche y observaba ese país nuevo para mí como un niño observa el mundo por primera vez, en la radio sonaba una canción: Dadida, de Soolking. Que como un rumor lejano me cantaba «Notre histoire, on l’écrira nous-même», que casi como un presagio dice: «Nuestra historia, la escribiremos nosotros mismos».

 

 

 

Hugo García González

Soy Hugo García González, tengo 24 años y nací por cesárea porque ya sabía que el mundo es un lugar muy feo. Así que, me sacaron, básicamente, a la fuerza. Desde entonces intento buscar motivos para pensar que no todo está perdido. A través de la cultura (arte música, literatura y moda) y con el periodismo como herramienta pretendo mostrar la cara buena de la moneda y demostrar que (aunque no se puede comparar a un útero materno) este mundo tampoco está tan mal. Por cierto, soy bilingüe en ironía y los puntos no me gustan

/ IG: @youartfree /

Deja una respuesta

Your email address will not be published.