‘Verónica’: el terror de no saber quién eres

Un fotograma de Verónica.
El reparto de ‘Verónica’ es uno de sus grandes triunfos.

Me he cansado de escuchar que el cine de terror ha dejado de reinventarse. Es el argumento que todo lo cubre, como si el cine de terror fuese per se un ente sumido en su propia decadencia. Un género cinematográfico nunca muere, sino que atraviesa momentos débiles en función de los cineastas que se enfrenten a él en cada época. Y lo cierto es que el cine de terror está viviendo un momento más que dulce. Lejos de toda esa maraña de superproducciones americanas conceptualmente vacías. Regresando a su origen, a la vocación de autor. Este año lo vimos en Estados Unidos cuando Jordan Peele nos atravesó con ese escalofriante relato de terror racial que es Déjame salir. En España, mientras, también lo hemos vivido. Nuestra protagonista no ha sido otra que Verónica.

Paco Plaza, a estas alturas, ya no necesita carta de presentación. No la necesita porque, en 2007, codirigió junto a Jaume Balagueró la que, hasta ahora, era la cinta de terror por antonomasia del cine español en el siglo XXI: [Rec]. La conexión entre Plaza y Balagueró fue cósmica. La imaginación del primero y la efectividad narrativa del segundo, al entrar en contacto, generaron una historia difícil de olvidar, difícil de arrancarse de la piel. Verónica, sin embargo, fue un proyecto de un solo hombre. El esfuerzo definitivo de Paco Plaza por desligarse del universo del found footage, por crear algo de una mayor riqueza audiovisual.

El resultado no solo es rotundo, sino reluciente. Verónica es una sensación porque se trata de una película mimada, de un producto que, de partida, embelesa profundamente a su propio autor. Su historia, en apariencia, es el compendio de tantas otras: una joven llamada Verónica (sensacional, inspiradora interpretación de Sandra Escacena), la mayor de cuatro hermanos, decide un día experimentar con una ouija junto a dos compañeras del instituto. La cosa no sale bien y Verónica se queda ahí, atada a ese intervalo de tiempo que la conecta con el espíritu de su padre muerto, con el mundo de la muerte, de lo desconocido.

Pero el terror del relato que tan artesanalmente construye Paco Plaza no reside en sus juegos de brujería ni sus sombrías inmersiones espirituales. Su terror vive en la idea de crecer en un entorno que es hostil. Verónica entra en la adolescencia y se encuentra con una situación ajena a sus propios procesos internos. Su madre (una Ana Torrent a la que nunca podremos acostumbrarnos a ver en el rol materno), ya viuda, se ve obligada a pasar la mayor parte del día en el bar que regenta, condenándola a ella a encargarse casi por completo de las tareas domésticas y el cuidado de sus tres hermanos, ostensiblemente menores que ella.

Consuelo Trujillo y Sandra Escacena.
La Hermana Muerte de Consuelo Trujillo es un escalofrío.

El trabajo de Paco Plaza en la dirección de los actores es sencillamente descomunal. Más allá de la citada interpretación de Sandra Escacena (merecidamente premiada con una nominación a los Goya como mejor actriz revelación), el trío de niños que interpretan a sus hermanos menores (Bruna González -Lucía-, Claudia Placer -Irene- y especialmente Iván Chavero -Antoñito-) revela con su fantástico desempeño la cercanía y la empatía con la que ha trabajado su director en lo que a ellos se refiere. Nadie podrá olvidar tampoco al que probablemente sea el personaje más escalofriante del cine español en 2017, esa Hermana Muerte de Consuelo Trujillo. El buen hacer del reparto es uno de los grandes triunfos de Verónica más allá de su narrativa y su poder conceptual, pero no es el único ni mucho menos.

Una auténtica heroína del silencio

La selección de la banda sonora, compuesta por icónicos temas de Héroes del Silencio como Maldito duende o Hechizo (nunca tan oportuno el vámonos de esta habitación / al espacio exterior), además de las composiciones originales de Chucky Namanera (también nominadas a los Goya en la categoría de mejor BSO), sirven como perfecto pretexto para ubicar el film. Y es que su poder contextual es otro de sus grandísimos puntos fuertes. Verónica es, a saber, una película por y para los años 90. Una cinta generacional, un regreso virtual al pasado, el de la adolescencia de su propio director. Paco Plaza conoce perfectamente la sensación de ser un tardoadolescente confuso en 1991, y traslada su memoria al cuerpo ejecutor de Sandra Escacena, de Verónica.

Sus referencias culturales constantes (oh, tiempo para mí / oh, tiempo de vivir / centella te da tiempo para disfrutar) y el extraordinario trabajo del equipo de dirección artística hacen que la película sea un viaje en el tiempo. Un viaje a través del cual nos subimos en la virtuosa cámara que dirige Paco Plaza con su mirada, una mirada simbolista, que apenas requiere palabras pues ya lo significa todo en sí misma. Verónica es un ejercicio de puro cine, del bueno, del que hace vibrar a uno sobre la butaca, del que genera escalofríos por el miedo y por el dolor, el dolor de verse reflejado ahí, en ese momento por el que todos nos vemos obligados a pasar. El momento de no saber quién eres. Que no traten de hacerte sentir mal por ello. Ellos, al igual que Verónica, al igual que tú, tampoco tienen ni idea de quiénes son.

Adrián Viéitez

Periodista cultural y deportivo. Dulce y diáfano. Autor de 'Espalda con espalda' (Chiado Ed., 2017). Escribo para salvarme de mí mismo.

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