Estaba claro que iba a ser una aventura tecnológicamente insuperable, pero con un argumento predecible y facilón. Sin embargo, el nuevo largometraje de Steven Spielberg, Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio, dejará un dulce sabor de boca a todos los amantes del heroico reportero y a los que, a pesar de no ser unos ‘groupies tintineros’, disfrutan con el cine de aventuras canónico. La película, de Paramount Pictures y Columbia Pictures, puede verse desde ayer en las salas españolas, en versión 3D y 2D.
El filme, producido por Peter Jackson y que es la primera entrega de una trilogía, está basado en una de las historias de la exitosa saga de cómics de Tintín, periodista de curiosidad insaciable que, junto a su perro Milú, es capaz de resolver los indescifrables misterios. En esta ocasión el reportero creado por Hergé se servirá de su astucia para intentar encontrar un navío hundido (el Unicornio) que alberga un tesoro de valor incalculable.
La simpleza que caracteriza a esta trama se ve rápidamente eclipsada por la calidad de las imágenes: no sólo por los excelentes diseños gráficos, sino por divertidos efectos visuales que nos recuerdan a las cintas de Indiana Jones, en las que también participó el creador de E.T. Incluso hay efectos que se han reutilizado, como algunos cambios de planos, que son prácticamente igual que los que aparecen en el ‘Jones’ de George Lucas.
Otro punto a favor es ese intento de mantener el espíritu del mundo de los cómics, con sonidos y escenas que imitan el estilo de los míticos dibujos impresos. Además, el acertado reparto de actores en el que se han fijado para crear los personajes animados (Jaime Bell como Tintín, Andy Serkis como el capitán Haddock o Daniel Craig como Sakharine) fortalece el conjunto de una película que, sin estos alicientes, no sería más que un calco de las muchas producciones que se han hecho en este género.
En resumen: cine aventurero entretenido, que no nos sorprenderá por su originalidad, pero con el que pasaremos una tarde agradable. Imposible no afirmar que Spielberg se ha anclado en una fórmula cinematográfica con la que se asegura ese éxito masivo al que está tan acostumbrado. Es como esos platos que, a pesar de haberlos comido mil veces, te sigue gustando repetirlos de vez cuando. Eso sí, cada vez menos.
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