Tanti auguri, Don Vito

padrino

Alguien dijo una vez que no se deben cumplir los veinte años sin haber visto al menos dos películas de la trilogía de El Padrino. Yo casi fallo en ese punto, pero una mano inteligente me preparó un termo lleno de café y me sentó en un cómodo butacón para hacerme degustar la primera y la segunda parte. La tercera me la perdonaron. También el montaje épico. Blanco sobre negro: The Godfather (El Padrino). Glorioso primer año de universidad.

 Y ahora se cumplen cuarenta años de aquella maravillosa creación. Cuarenta años después sigue siendo una obra de arte, pero no se puede concebir, desde mi humilde opinión, la primera sin la segunda. La novela de Mario Puzo traza la línea de la saga familiar, no sólo hasta el ascenso de Michael (Michele). Al parecer Coppola no se siente muy orgulloso de su creación, algo incomprensible a los ojos de muchos. Debería hincharse del todo sólo por habernos recuperado a un ave fénix como Marlon Brando, descubierto definitivamente a un grandioso Al Pacino y dejarnos en la memoria sentimental la melodía única compuesta por Nino Rota.

Cuarenta años de un lenguaje por el que no pasa el tiempo, inoxidable, para hablar de algo tremendamente sencillo y difícil a la vez. La familia como lugar de refugio, centro cálido de calma y origen del caos. Alguien que vive dentro de la familia nunca estará solo y la familia es algo tan amplio… Tan amplio que lo abarca todo. Lo grande y lo mísero del poder, incluyendo las atrocidades que hay que consumar para no perderlo. La fatalidad y el destino te exigen asumir compromisos y fines totalmente opuestos a lo que habías planeado que fuera tu vida. Nos habla de la traición y la venganza, del crimen organizado, la mafia sin edulcorantes y sus miles de brazos inesperados que abrazan la corrupción, incluido el soborno que abona las raíces de la ley, la política, la justicia y el orden. Su actualidad reside incluso en la visión de los inmigrantes forzosos y sus códigos de supervivencia en ese mundo nuevo y hostil, de rituales ancestrales y violentos alejados del romanticismo que alguna vez alguien le pudo dar. Se adentra en la mentira cotidiana pretendiendo disimular la hipocresía, el dolor de las pérdidas y las rupturas más brutales. Pero sobre todo, habla del amor y de la soledad.

Nunca viajaré a Corleone porque sé que no es lo que espero. No apoyo al concepto de la mafia. No me gusta la violencia gratuita. Pero bacio le mani del señor Coppola por darnos uno de los grandes mitos del cine.

 

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