‘Star Wars: Episodio VIII – Los últimos Jedi’: el destino de los grandes héroes

Luke Skywalker regresa en 'Los últimos Jedi'.
Los héroes nunca se van.

Star Wars ha vuelto a sacudir el mundo. El octavo episodio de la saga galáctica, probablemente la más popular de la historia del cine, ha acabado por terminar de revolverlo todo. Los ingredientes eran inmejorables: el precedente de El despertar de la fuerza había sentado unas bases prometedoras sobre las que debía construir Rian Johnson, un consumado y ferviente loco de la ciencia ficción que ya demostró en cintas como Brick Looper su inventiva visual y su enorme capacidad para generar narrativas propias y personales. El reto, sin embargo, era mayúsculo. Los últimos Jedi era un elemento peligroso, frágil, una patata caliente con la cual no resultaba conveniente correr demasiados riesgos. Al menos, no era lo más recomendable. Johnson, sin embargo, ha optado por hacer lo suyo. El resultado: un triunfo rotundo.

El universo de Star Wars ha adquirido, con el paso de precuelas, secuelas y spin-offs, una complejidad narrativa importante. La cosa ya no se reduce al imperio de Darth Vader luchando frente a frente con el sable láser azul de Luke Skywalker. Ahora todo tiene su contexto, su entorno, sus circunstancias. Para el espectador de la saga es ya casi más importante entender el por qué de la evolución de su criatura mitológica favorita que el mero hecho de disfrutar del producto. Prueba de ello fueron las semanas previas a su estreno, semanas plagadas de especulación, de morbo, de un círculo vicioso de expectativas que no giraban en absoluto alrededor del debate de si la película alcanzaría ciertas cotas de calidad, sino en torno al posible destino de los personajes. Personajes que ya no lo son, sino que han pasado a ser símbolos.

El despertar de la fuerza terminaba con Rey (Daisy Ridley), la gran esperanza del lado luminoso de nuestra historia, llegando al primer templo Jedi para encontrarse con Luke Skywalker (Mark Hamill), el héroe primigenio, el joven que en otro tiempo sometió al Imperio de su propio padre. Se sobreentendía, pues, que el rol de Luke en Los últimos Jedi sería, cuanto menos, relevante. La película, de todos modos, se plantea de forma coral: las tramas de los diversos personajes, constantemente agrupados y desagrupados entre ellos, transcurren de forma paralela, hasta confluir en el apoteósico cierre, que sabe más a una cima que a una mera transición hacia ese cierre que dirigirá J.J. Abrams y se estrenará dentro de dos años.

Personajes con propósito

El gran punto fuerte del guion de Rian Johnson es el desarrollo psicológico de los personajes. Kylo Ren (Adam Driver), que en El despertar de la fuerza se introducía como un joven malcriado, impulsivo y caprichoso, es presentado aquí como un individuo de mucha mayor complejidad, encarnando a la perfección (de la forma en la que nunca pudo hacerlo el disparatadamente mal dirigido Anakin Skywalker de Hayden Christensen) esa conflagración constante entre la luz y la oscuridad. Los últimos Jedi es la película definitiva en cuanto a quebrar el maniqueísmo intrínseco de Star Wars. El azul y el rojo ya no simbolizan necesariamente el bien y el mal, sino que pueden, en última instancia, aliarse para colaborar en direcciones comunes.

Rey, el personaje central de esta nueva trilogía, emprende su entrenamiento bajo la tutela de un desarraigado Luke. La evolución de la joven Jedi es notable también a nivel de composición del personaje, y se le proporciona al espectador la cantidad justa de información de fondo para comprender sus conflictos, sus luchas, sus objetivos. Se trata de un personaje feminista en el más rupturista de los sentidos: Rey lo hace todo de forma natural, sin pretensiones, asumiendo la equidad y sin cuestionársela ni un solo instante.

Daisy Ridley y Mark Hamill en 'Los últimos Jedi'.
Rey y Luke: el presente como medio de colisión de los tiempos.

El personaje que más crece en esta película, sin embargo, es el piloto Poe Dameron (Oscar Isaac), que si bien en la primera entrega funcionaba más como un recurso de segunda fila, en esta se revela como una persona profundamente ambiciosa y leal, carismática y con capacidad de liderazgo. Dameron es el relevo natural de Han Solo, la traslación de esa figura necesaria del individuo que encarna la idea de revolución, de rebeldía. Su complicidad con Leia (una maravillosa Carrie Fisher en su triste despedida) se desarrolla de forma ascendente y coherente a lo largo de toda la película, y de ella se deriva la importancia futura de este personaje, destinado a convertirse en una figura central en el universo de Star Wars.

En el lado negativo del desarrollo de personajes centrales nos quedaríamos con Finn (John Boyega), quien, después de resultar medianamente funcional en El despertar de la fuerza, desempeña en Los últimos Jedi un rol prescindible, fofo, sin carácter. Su trama personal discurre a trompicones, y Rian Johnson se muestra incapaz de dotarla de la emotividad con la que baña todo lo demás. El resultado: que sus tramos de protagonismo acaben pareciendo manchas en un relato, por lo demás, prácticamente impoluto. El funcionamiento de los personajes secundarios es casi perfecto, con la salvedad del líder supremo Snoke (Andy Serkis), cuya funcionalidad todavía está pendiente de explicación.

El mayor espectáculo del mundo

Más allá del diseño de los personajes que construyen la trama de Los últimos Jedi, se podría decir que el gran triunfador de la película no es otro que su director. Las decisiones estéticas por las que apuesta Rian Johnson dotan a la cinta de una personalidad visual nunca antes vista en el universo galáctico. El diseño de los escenarios, la poderosa conjunción entre la inmensidad del espacio y los espacios angostos de los planetas perdidos y la armonía entre lo auditivo y lo visual convierten a la cinta en un producto de fácil disfrute estético, en una obra de marcada identidad. De las bandas sonoras de John Williams ya se ha escrito todo lo que se puede escribir.

A nivel temático, el desarrollo del argumento por parte de Rian Johnson gira en torno a varias ideas fundamentales. La primera y más básica es la de la búsqueda de la identidad, la de ese viaje errante y plagado de obstáculos que no parece llegar a tener fin. La iluminación espiritual alrededor de este concepto la arroja, como no podía ser de otro modo, el maestro Yoda en un cameo para el recuerdo. Los personajes que presenta Johnson, en especial el trío principal formado por Luke, Rey y Kylo, se ven forzados constantemente a tomar decisiones de suma relevancia y profundidad. Son personas de marcada humanidad, emocionalmente complejas, dañadas, heridas.

Fotograma de 'Los últimos Jedi'.
Algunas de las decisiones visuales de Johnson son de una belleza insólita.

Por otra parte, Los últimos Jedi habla de círculos. De cuándo las cosas empiezan y cuándo uno cree que pueden estar acabando, cuando lo cierto es que no están sino cerca de empezar de nuevo. Es el argumento histórico más poderoso: las guerras nunca acaban porque siempre son preludios de las que vendrán después; los héroes, cuando son de verdad, nunca mueren, pues elevan a sus herederos. Es el ciclo eterno de Star Wars, ese universo de fantasía que no habla más que de nosotros mismos, de nuestros miedos, de nuestras cicatrices. Podremos intentar escapar de un mundo que no nos gusta, pero siempre tendremos que volver a él si queremos salvar aquello que amamos.

Rian Johnson construye, pues, en Los últimos Jedi, la que probablemente sea la entrega más compleja y transparente desde la inolvidable El imperio contraataca. Nunca, desde entonces, un director de Star Wars se había atrevido a hablarnos de una forma tan sincera, a arrojar tanta luz sobre un universo siempre consagrado a la satisfacción vacía de sus seguidores. Con Johnson, la galaxia se ha expandido.

Adrián Viéitez

Periodista cultural y deportivo. Dulce y diáfano. Autor de 'Espalda con espalda' (Chiado Ed., 2017). Escribo para salvarme de mí mismo.

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