“Probablemente, en 20 años ya no haya libreros”, Julián Elías

Cuesta de Moyano
Fuente: miradormadrid.com
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La industria de los libros ha sufrido una decadencia en sus ventas durante los últimos años debido al crecimiento de la tecnología y el acceso a las versiones digitales de lectura. En Madrid, existe un lugar donde los formatos físicos siguen sobreviviendo, pero con dificultades. A lo largo de cien años, la Cuesta de Moyano se ha dedicado a vender libros y, contra todo pronóstico, se mantiene. El pasado 14 de febrero, la Asociación de Amigos Feria del Libro de Moyano fue creada para salvaguardar su legado y asegurar la continuidad de sus actividades. La Feria del libro ha tenido un impacto positivo en muchas personas, tanto en lectores como en los mismos libreros.

“Él me salvó la vida, laboralmente. Le tengo lealtad”. Estuvo en el paro durante dos años, que fueron difíciles. A buen entendedor, pocas palabras. Pero gracias a Alfonso Riudavets, Julián Elíaslleva una nueva vida. Un nuevo capítulo que poco a poco se escribe. 

Su rostro ha visto más páginas que mundo, pero el mundo también le ha enseñado. Desde pequeño le gustaba leer, “sobre todo los cómics, eran mi afición”. Recordar su niñez le iluminó la cara. Era como volver en el tiempo. Julián Elías – “sin h el apellido”- tiene 45 años y desde hace siete trabaja como librero en la caseta número 15 de la Cuesta de Moyano. Es la más antigua de todas las que forman la Feria del Libro. Su dueño, Alfonso Riudavets, lleva más de cinco décadas al frente del puesto que lleva su apellido. 

Su relación laboral con “el decano” empezó hace casi diez años. Se conocieron cuando ambos trabajaban en la fábrica de papel Mapera. Julián permaneció un par de años ahí antes de ser camionero. Pero duró poco. No era un trabajo que disfrutara y decidió intercambiar lo que parecían carreteras interminables por libros que no quería que terminasen. 

A pesar de ser un día típico de invierno, “todos los días vengo muy feliz. Desde que abro la caseta hasta que la cierro”. Poca gente pasea por la calle, ya sea por la lluvia o por el frío, los libros están puestos sobre las mesas y los libreros se mantienen resguardados dentro de las casetas. Primavera suele ser su temporada alta, pero ahora es temporada baja. No obstante, el clima no es el único antagonista en esta historia. También la tecnología lo es. Para Julián, “se ha visto una decadencia en los últimos años de entre el 40% y el 50%. Las personas ya no compran tantos libros como antes. Hay días en los que podemos vender 30, otros días cinco, pero a veces ni un libro, cero”. 

Sin embargo, la variedad de libros y temas que tienen en existencia no decae, sino que se mantiene o aumenta. Solo en la caseta de Riudavets se pueden encontrar aproximadamente entre cinco mil y seis mil volúmenes que reciben de bibliotecas particulares o de gente que no sabe qué hacer con ellos. 

“Se vende de todo pero sobre todo historia, arte y filosofía. Los de 1 euro se encuentran a un lado de la mesa y al otro, están los de precio variado. 2, 3 o 5”, dice Julián mientras señala el lugar donde se ubican estos últimos. 

Los libros que más le gusta leer son las novelas históricas porque “te entretienen y aprendes al mismo tiempo”. Su libro favorito es Las aventuras del Capitán Alatriste escrito por Arturo Pérez-Reverte. Tuvo la oportunidad de conocerlo y sobre él comenta que es “un tipo súper simpático, humilde, majo, abierto y campechano. Escribe fantástico y logra que te metas en el libro desde el principio”. 

– ¿Campechano?

– Sí, – y sonríe-, que se pone a tu altura. 

Además del escritor español, algunas de las mejores plumas también han caminado por esa calle como José Ortega y Gasset, Camilo José Cela, Fernando Aramburu y Javier Sierra, por mencionar algunos. 

A unos pasos, Riudavets mantiene conversación con algunos clientes. Su voz es rasposa, pero poderosa. Es un señor de 86 años, pero se conserva entero. Cada gesto que hace mueve sus facciones. Y tiene líneas de expresión como las tienen los libros 

El origen de la Cuesta de Moyano 

Alfonso Riudavets tenía tres años cuando comenzó la Guerra Civil española. La Feria del Libro tenía 17. Y Julián todavía no nacía, pero relata los eventos como si hubiese estado ahí. 

“Durante la Guerra Civil se seguían vendiendo libros”, empezó a narrar. “Se tocaba una sirena como advertencia del bombardeo. Los libreros cerraban sus casetas. Se refugiaban en el metro hasta que terminara. Y luego volvían a sus puestos”. 

En la época del conflicto, la Feria ya se encontraba en su actual ubicación. Sin embargo, la historia comenzó en 1919 en el Paseo del Prado. Permaneció allí seis años antes de mudarse a la Cuesta de Moyano, a un lado del Real Jardín Botánico.

Las 30 casetas miden 15 metros cuadrados y tienen acceso a agua, electricidad y teléfono. Están custodiadas por dos estatuas que se encuentran en lados opuestos. La primera es en honor al político español Claudio Moyano, de donde recibe el nombre la calle. La segunda es de Pío Baroja, el reconocido escritor donostiarra. 

“Un dato curioso es que Baroja era amigo del tío abuelo de Alfonso”, comenta Julián en voz baja y señala a su jefe, quien se encuentra sentado en su banco junto a la caseta. 

Luego, una pausa. De un lado al otro de la calle, Julián sigue con los ojos a las personas que pasean. De arriba a abajo escanea el lugar, como cuando uno busca esa palabra clave que le permita volver a la historia en un libro. Y cuando vuelve, lo hace con incertidumbre. 

“Nuestro público son personas mayores, entre 50 y 70 años. Con el tiempo, los ves poco o ya no los ves. Y los jóvenes, tienen otros intereses u otras maneras de leer. Probablemente, en 20 años ya no haya libreros. No lo sé, será difícil mantener esto”. 

“Intentaré quedarme”

Recuerda que su primer día fue muy frío. Era febrero y “fue como amor a primera vista. Fue un 14 de febrero”. Al preguntarle sobre Alfonso, mencionó que es muy especial para él, “nos llevamos bien y, por lo menos, aprendo”. Es el más longevo de toda la calle, de ahí que reciba el apodo de ‘decano’.

A Julián lo que más le gusta de ser librero es ver a los clientes felices. “Es una satisfacción. Normalmente ellos tienen un libro en la cabeza, pero al final se interesan por tres o cuatro libros que no conocían y los compran. Y por el que venían, ya no”. 

Además de ser librero, Julián también estudia y toma clases de karate. Se ha estado formando en este deporte durante 14 años y, actualmente, es cinturón negro segundo. Todavía falta un año para que termine la ESO, pero está comprometido a hacerlo. 

De lograrlo, podrá combinar ambos trabajos, pues por las mañanas ejercerá como librero y en las tardes, como maestro de karate. “Quiero ser maestro de karate, y para serlo debo estudiar antes”. Por el momento, le permiten ayudar como instructor de niños entre 6 y 12 años, algunas veces también entre 14 y 15. 

– ¿Y ‘el decano’? – pregunto 

Alfonso Riudavets camina lento, arrastrando sus pies contra la calle cuesta arriba, para tirar un vaso de plástico en un cubo de basura. 

– ¿Él? Él se quedará de librero hasta sus últimos días y yo intentaré quedarme aquí hasta que me jubile, o hasta que la vida me lo permita, – dijo con optimismo. 

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