Piratas del Caribe: la venganza de Salazar: tocado… ¿y hundido?

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Era 2003 cuando un ocurrente Jack Sparrow (Johnny Depp), acompañado de Will Turner (Orlando Bloom), intentaba conseguir el tesoro de Cortés y de paso rescatar a una joven Elizabeth Swann (Keira Knightley). Por aquel entonces, Piratas del Caribe navegaba de forma gloriosa por el género de aventuras. La superproducción comercial, basada en una atracción de Walt Disney, era una solemne mezcla de humor, amor y aventuras que creaba una efectiva artillería digna del éxito en taquilla. Sin embargo, la película se convirtió en trilogía; esta, a su vez, en saga y ese relato al servicio del espectáculo fue perdiendo brillo y frescura.

Después de Piratas del caribe: en mareas misteriosas (sí, esa inexplicable cuarta parte en la que salía Penélope Cruz), los navegantes más famosos del otro lado del Atlántico vuelven a la pantalla con una nueva y esperada entrega. Piratas del Caribe: la venganza de Salazar conjuga leyendas marítimas, tiburones y marineros muertos convertidos en fantasmas con los retazos propios de películas anteriores. Un villano, interpretado con gracia por Javier Bardem, una pareja protagonista (en este caso, Henry y Carina) y, por supuesto, Jack Sparrow. Teniendo en cuenta estos factores, la quinta cinta de la saga debería cumplir con las expectativas creadas en los seis años de espera. Al fin y al cabo, son los elementos que llevaron a La maldición de la perla negra a ser candidata a cinco Óscar.

Sin embargo, a pesar de que no deja de resultar entretenida, Piratas del caribe: la venganza de Salazar, en ocasiones, parece ser un cúmulo de piezas mal ensambladas. En primer lugar, porque se aleja aún más del género de aventuras para iniciar un profundo y desmesurado viaje a la fantasía mitológica. Sí, vale, es cierto que nunca han sido demasiado realistas (sobre todo, la tercera entrega, En el fin del mundo). Pero, mientras en las anteriores la trama justificaba la presencia de la mitología, ahora es esta la que inunda y diluye por completo el argumento.

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No ayuda tampoco que este no quede del todo definido. Más que tener una historia principal con varias complementarias que la apoyan, la película navega a la deriva por un conjunto de ficciones secundarias enrevesadas que no terminan de desembarcar: Henry Turner buscando la forma de terminar con la maldición de su padre, la astrónoma acusada de brujería Carina Smyth en busca del tridente de Poseidón, Salazar, queriendo cobrarse su venganza con Jack Sparrow y este último, en consonancia con su preciada brújula, sin saber muy bien hacia donde se dirige.

Lo que no faltan son los congraciados gags del capitán de la Perla Negra. A pesar de que pueda parecer que el personaje ya se ha convertido en un estereotipo desgastado, Johnny Depp retoma los característicos gestos y guiños que siempre han despertado la simpatía de la audiencia para arrojar cierta luz al metraje. No ocurre lo mismo con Brenton Thwaites y Kaya Scodelario. En una película de estas características no podía faltar una historia de amor oceánica. Sin embargo, la que ambos protagonizan resulta bastante superflua y no está a la altura de la creada por sus predecesores, Will y Elizabeth, en las tres primeras películas. Quizás haya que esperar a una continuación para ver si la igualan, aunque se desconoce si realmente se llevará a cabo. Con un final emotivo y dando importancia a la familia, los directores noruegos Joachim Rønning y Espen Sandberg parecen poner fin a la franquicia y digo ‘parecen’ porque un giro en los últimos minutos lo cambia todo (quedaos hasta el final de los créditos para comprobarlo).

Los acordes de Geoff Zanelli (Hans Zimmer le ha pasado el testigo en esta última entrega) y unos sofisticados efectos especiales engrandecen de forma soberana la película. 320 millones de dólares de presupuesto posibilitaron la recreación de la colonia caribeña de Saint Martin, once barcos del siglo XVIII y los rostros y cuerpos de Salazar y su maltrecha tripulación. La dirección artística es brillante y el encanto principal de la serie está presente, pero sus carencias narrativas provocan cierta nostalgia y arrojan cierto malfario a la taquilla.

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