‘Perdido’: si él no está, no tengo miedo a morir

Guillaume Canet y Lino Papa.
Y es entonces, al final de la búsqueda, cuando sale el sol.

Esta última semana, la información en España ha centrado su mirada en una única cuestión: la desaparición y posterior muerte de Gabriel Cruz a manos de la pareja de su propio padre. No es la primera vez que ocurre algo así; ojalá fuese la última. Con una precisión digna del arco de Robin Hood llega Perdido, la última cinta de Christian Carion, a nuestra cartelera. Un thriller dibujado alrededor de la figura de un padre que, ausente de la vida de su hijo, llega inmerso en desesperación para ayudar en la búsqueda tras la desaparición del pequeño en un campamento de fin de semana.

Carion es un cineasta contrastado en el panorama francés, un narrador hábil capaz de construir thrillers del nivel de El caso Farewell y dramas históricos de la amargura y profundidad de Feliz Navidad. Tras el relativo fracaso de Mayo de 1940, su última película, que pretendía ser también un drama bélico ambientado en la II Guerra Mundial, Carion regresa al suspense de la mano de Guillaume Canet, quien ya había protagonizado El caso FarewellPerdido es una cinta inteligentemente construida, narrada con pulso dramático y con un juego de puesta en escena más que interesante.

En su construcción, Carion economiza el lenguaje al máximo (la película se rodó en 6 días). La cuestión está clara: Julien (Canet) es un hombre entregado a su trabajo, y dicha entrega le ha costado cara. Entre otras cosas, su dedicación laboral ha provocado su separación de Marie (Mélanie Laurent), la que ahora es ya su exmujer; y también su distanciamiento de Mathys (Lino Papa), su hijo. La cinta arranca con su regreso al pueblo en el que antes vivía junto a ellos. Su vuelta, sin embargo, se debe a la recepción de una noticia terrible: su hijo ha desaparecido.

Fotograma de Perdido.
La nieve y el frío envuelven la narración de Carion.

Carion centra sus esfuerzos en el arco dramático que traza el personaje de Julien a medida que va comprendiendo su rol en todo lo que allí ocurre. Su travesía a través de la ira, del dolor, de la rabia sentida hacia sí mismo. En todo este proceso resulta fundamental la interpretación de un Guillaume Canet hierático y parco en palabras pero de extraordinaria expresividad. Es él quien sostiene la carga emocional de la película, el que hace que la narración evolucione de una manera lógica y ascendente.

El hielo de las emociones

A ello también colabora la facilidad de Christian Carion para contar la historia de manera que el espectador se vea envuelto por ella, de forma que el conflicto no resulte ajeno. El cineasta francés parte de la premisa de que no existe dolor más descarnado en este mundo que el de perder a un hijo, incluso si tu vida y la suya discurren ya por caminos separados. El viaje de Julien, pues, se traza en dos dimensiones: la física, expresada fundamentalmente a través de un relato de violencia y desasosiego; y la emocional, contenida en matices redentores y en ese proceso mediante el cual toma consciencia de aquellas cosas que realmente lo constituyen como ser humano. «Si él no está, no tengo miedo a morir», gime, amenazante.

Si Carion emplea el dolor de su protagonista para que Perdido pinche el nervio emocional del espectador, la puesta en escena la emplea para decir aquellas cosas que Julien calla. Abre la película con un travelling hacia adelante en una carretera helada. Quien está al otro lado interpreta que se está relatando la entrada en automóvil de una persona en un lugar desolado, triste. Que la relación entre aquel que entra y el lugar está enfriada, quién sabe por qué cosas. La película transcurre casi al completo en medio de esos parajes helados, esos escenarios capaces de congelar el relato, de hacer que atraviese la carne.

Las cosas se encienden a medida que la película va avanzando. A medida que el hielo que recubre a Julien y lo distancia de sus emociones se va quebrando para dejar paso a la sangre. Porque Perdido no es solo la historia de un hombre que busca a su hijo, sino la de una persona que se arranca las costras, que libera sus heridas para que sangren todo lo que tengan que sangrar. Porque esa es la única forma que tenemos de dejar de estar perdidos. La única forma que tenemos para encontrarnos con aquellas personas a las que amamos. Para recuperarlas.

Adrián Viéitez

Periodista cultural y deportivo. Dulce y diáfano. Autor de 'Espalda con espalda' (Chiado Ed., 2017). Escribo para salvarme de mí mismo.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.