PEQUEÑO TEATRO

PEQUEÑO TEATRO

Cuando la primera luz de la mañana iluminaba los peldaños de la iglesia, Ilé iba a ver cómo las olas ser rompían en las paredes del muelle, y allí, entre el olor a salitre y el sonido de las bocinas de los barcos, Ilé hablaba con el mar… Sólo él le entendía… Sólo él era capaz de reconocer la valía del pequeño corazón de cristal que aquellos harapos sucios y aquel pelo encrespado escondían… Sólo él era capaz de comprender el ininteligible lenguaje del títere más despreciado de Oiquixa. Cuando llegaba la tarde, Ilé sacaba un rato para ir al teatro de Anderea, donde, tras llevarse algún coscurro de pan a la boca y alegrar un poco al anciano, iba a encontrarse con sus únicos amigos: los muñecos de trapo y cartón que, como él, estaban olvidados debajo del escenario… Después del mar, eran ellos con quienes únicamente podía hablar, pues el resto de habitantes de Oiquixa andaba con el corazón tan echado a perder como las habladurías que corrían por las calles, caducas y lacrimosas como las escenografías de cartón del pequeño teatro…

Zazu, las hermanas Antía, Kepa.., todos ellos asistían a los espectáculos de títeres del anciano, pero, ilusos y presas del corto alcance de su mirada, no eran conscientes de que ellos mismos se confundían con los muñecos huecos que, con caras de papel pintado y vestidos a punto de descoserse, se movían sin alma propia a uno y a otro lado del escenario.  A  éstos los movía el viejo Anderea con su mano, pero a ellos los guiaba por las calles de Oiquixa una fuerza mayor.., aquella PEQUEÑO TEATROque había tornado fría la mirada de Zazu, aquella que había convertido en lágrimas la piedra preciosa de Kepa, aquella que había apagado el brillo dorado del cabello de Marco…; aquella fuerza a la que la envidia, la miseria, el orgullo  y la crueldad humanos conferían el poder de mover a los habitantes de Oiquixia como si de títeres a su antojo se tratara.., de tires guiados por todos aquellos sentimientos ruines y arranciados hallados en el alma del ser humano, que Ana María Matute hace cobrar vida en esta novela…

Tiernos y miserables, reales y soñados, queridos y repudiados, los habitantes de esa pequeña población pesquera no son más que presas del moho que envuelve sus corazones, de las ramas caducas que florecen de sus mentes, del pequeño mundo al que su vida se ha visto reducida… Y en torno a ellos, con una sensibilidad extrema y un vocabulario acorde a la pobreza de su alma, la autora va tramando un relato en el que ningún suceso de interés es capaz de exaltar el ánimo del lector… Ninguno.., pues ninguno en el mismo tiene mayor relevancia que la de brindar a los personajes la ocasión de dejar al descubierto sus carencias, sus defectos, sus miedos, su soledad…, covirtiéndolos en meros símbolos encarnados por muñecos de cartón-piedra y movidos por los hilos del algún titiritero con conocimientos del alma humana…

A base de un juego con el lenguaje astuto y metafórico y de una sensibilidad extrema para conferir un halo de belleza a comportamientos y a situaciones ruines y absurdos, la autora consigue que el lector se recree a lo largo de la lectura de una novela, en la que la falta de hechos relevantes pequeño teatroque le enganchen y hagan evolucionar la historia, es suplida por la riqueza del lenguaje y la estetización de una realidad que con frecuencia se torna similar a la de un teatro de títeres.., a la de un Pequeño Teatro que daría nombre a la novela con la que Ana María Matute, ganadora del  Premio Cervantes el pasado año, en 1954 ganaría el Premio Planeta.  

Los habitantes de Oiquixa trataron de cambiar… Ilé llegó incluso a sustituir los ásperos peldaños de la Iglesia por unas suaves sábanas de algodón.., pero sus únicos amigos siguieron siendo los muñecos de trapo olvidados que, cubiertos por el polvo, habitaban bajo el escenario del Anderea… Lo que él no sabía era que quizá, desde que comezara a vagar entre los renglones de esta novela, ganase algún que otro amigo más.., algún que otro amigo dispuesto no sólo a peinar sus encrespados pelos caídos, sino también a escuchar sus conversaciones con el mar…

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