No se puede uno fiar de nadie…

“La mujer por fuerza”, la divertidísima comedia que la Compañía de José Maya representa hasta el 12 de mayo en el Teatro Fernán Gómez, muestra, mediante los versos de Tirso de Molina, no solo lo que los personajes dicen, sino también lo que sienten, en un constante guiño al espectador.

 

Debía de pensar Tirso de Molina que no se puede confiar en los hombres. Ciertamente, los hay de honor y cumplidores de su palabra, pero también quienes se aprovechan de su aspecto gallardo para dar una promesa de casamiento que no pretenden acometer.

Tampoco se puede uno, sin embargo, fiar de las mujeres, se debía de plantear Tirso. ¿Quién sino ellas se dejan guiar por las emociones en lugar de la razón cuando organizan los más disparatados enredos?

No quedaría más remedio entonces, en la mente de nuestro autor, que abandonarse al rigor de la razón, siempre estricta y objetiva.

Pero… ¿Y si los hombres y mujeres consiguieran que la razón pierda el juicio?

El resultado sería “La mujer por fuerza”, la divertidísima comedia que la Compañía de José Maya representa hasta el 12 de mayo en el Teatro Fernán Gómez. No sólo los versos de Tirso tejen una red enloquecedora de engaños, sino que la dirección ha sabido aprovechar los recursos del más puro histrionismo para mostrar, más allá de lo que los personajes dicen, lo que sienten, en un constante guiño al espectador.

Unos recursos que el reparto ejecuta con maestría. José Bustos y Álex Tormo – habituales compañeros de Maya en la compañía Guindalera – se desenvuelven por el Siglo de Oro como si hubiesen en realidad nacido en el S. XVII.

Cuatro siglos de separación que pasan completamente inadvertidos ante los celos, enojos y confusiones de los personajes. Cualquiera de nosotros hubiese querido reaccionar igual (ahorcando a esa persona que nos saca de quicio) y cualquiera de nosotros hubiese tenido que conformarse con lo mismo: sonreír y callar.

Un clásico, en fin, donde la dama no lucha por su mancillado honor, donde el caballero es un pobre inocentón, donde los personajes se aman, se odian y sobre todo se desean; y donde la razón es lo que menos importa. Un clásico, por fin, que hay que ver, a la fuerza.

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