El llanto del león

Rey León

No son pocos los artículos que se han escrito ya sobre esta obra maestra, que es como creo que debe ser catalogada. Tampoco yo pretendo contarles nada nuevo acerca de la escenografía más que brillante, ni de las increíbles voces de los personajes, ni de las miles de personas que día tras día abarrotan el Teatro Lope de Vega.

Yo más bien quiero hablarles de las emociones que proyecta este espectáculo. Antes de acudir, me armé con un par de paquetes de pañuelos, ya que soy una persona de llanto fácil, digamos, pero me sorprendió ver que no era yo la única que lloraba con ‘El ciclo vital’,  con la muerte de Mufasa o con la preciosa canción ‘Es la noche del amor’. Y no sólo se percibían llantos femeninos; sin ir más lejos, el chico sentado junto a mí, un tipo calvo, de por lo menos dos metros de altura y bien formado, lo que se dice un buen mozo, no podía parar de sorberse la nariz en los momentos estelares. 

He comprobado, que ni los tipos más duros pueden resistirse a un argumento Disney. Eso sí nunca cara al público, sino una vez sentados en sus butacas y ocultos bajo la oscuridad del teatro. Y es que durante tres horas, cada uno de los espectadores que allí nos encontramos, nos volvemos sectarios de la filosofía de vida ‘Hakuna Matata’ que nos recomienda vivir y ser felices y que ningún problema nos haga sufrir. 

De momento no se sabe con certeza la fecha en la que el rey de la sabana se marchará con sus rugidos a otra parte, hasta entonces acudan en masa y cuanto antes a oírlo. Es imposible entender de lo que les hablo si no han sentido la fuerza expresiva del relato en vivo y en directo.

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