Wallraff, mentir para hallar la Verdad

Günther-Wallraff

 

“Hay que enmascararse para desenmascarar a la sociedad. Hay que engañar y fingir para averiguar la verdad”

“Hay que enmascararse para desenmascarar a la sociedad. Hay que engañar y fingir para averiguar la verdad”

De este modo se justifica el periodista alemán Günther Wallraff (Burscheid, 1942) en el prólogo de su libro Cabeza de Turco (Ed. Anagrama, 1987). Con estas palabras, Wallraff nos traslada a lo más profundo de su pensamiento, de su ética como periodista y ser humano y de su método para acercarnos a la realidad. Y es que a priori, puede parecer contradictorio basar una historia periodística, un reportaje minucioso, en una mentira como una identidad totalmente falsa. Mentir para aproximarse a la realidad, para contar verdades, está prohibido en el periodismo. Es un atributo exclusivo de la literatura. ¿De qué depende la credibilidad de un reportaje? En literatura, la credibilidad depende de la forma en que están escritas las historias, de la capacidad de persuasión. El periodismo se supedita al cumplimiento implacable de sus reglas del juego: la no invención y el cotejo de lo que se escribe con la realidad.

Pero, y aquí está la clave, Wallraff no engaña. Wallraff utiliza la mentira como un procedimiento para conseguir información, para documentarse y acceder a una realidad deliberadamente oculta. Cuando la condición de periodista lo impide, porque las fuentes niegan el acceso a la información, el procedimento de Wallraff resulta una alternativa. Y una alternativa provechosa. En la noción de periodismo de Wallraff, nutrida por su experiencia y su propia biografía, en las circunstancias políticas, sociales y culturales de un mundo bipolarizado (el de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XX), en que desarrolló su labor de escritor y periodista, la denuncia es una exigencia moral. Y en ese contexto la mentira, el disfraz y la labor de espía están justificados como método para recopilar datos y reconocer atmósferas, como las que experimentó durante los varios reportajes desarrollados en su dilatada carrera.

Cuenta el propio Günter Wallraff que hace poco revisó los diarios que escribió en su juventud y descubrió que a los 16 años esbozó su destino al plasmar en un cuaderno: Yo soy mi propio constructor de máscaras. Me enmascaro para descubrirme a mi mismo… Ahora sé que lo que hago es un ‘juego de roles’ como en la psicología y la pedagogía. Y esto, está comprobado, ayuda a comprender más.”
Antes de hacer periodismo, Wallraff fue bibliotecario, poeta y obrero. Se negó a enrolarse en las filas del ejército y lo tacharon de inútil. Por eso, para poder trabajar, tuvo que cambiar de identidad. En 1963 empezó en distintas empresas de Alemania Occidental. Al principio, no hacía más que continuar con su diario personal iniciado en la adolescencia. Luego se dio cuenta de que todas esas vivencias constituían reportajes testimoniales y decidió publicarlos. Así, fue alcohólico en una institución psiquiátrica, indigente, estudiante en busca de habitación y un obrero católico que retaba al clero al preguntarles: “¿La producción de Napalm es compatible con la creencia cristiana?”.

Günther Wallraff

En mayo de 1974, Wallraff viajó a Grecia como miembro del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos. Un día repartió volantes de protesta contra el régimen militar griego y se encadenó a uno de los postes de luz de la Plaza Sintagma de Atenas. Cuando la policía se dio cuenta, lo golpearon, lo detuvieron, lo torturaron y lo sentenciaron a 14 meses de prisión. Pero lo liberaron tres meses después tras la caída de la Junta Militar.

En otra ocasión, se hizo pasar por un millonario alemán pro-nazi. En Düsseldorf se reunió con el general Antonio de Spinola, quien entonces era presidente provisional de Portugal como consecuencia de la Revolución de los Claveles, pero que pretendía perpetuarse en el poder. El portugués le contó al alemán que necesitaba armas para llevar a cabo un golpe de Estado. Wallraff lo publicó y los planes de Spinola se frustraron.

En 1977 dijo llamarse Hans Esser y pidió trabajo como reportero en Bild, el diario más vendido en Alemania a pesar (o quizá por ello) del sensacionalismo de sus notas. En la Redacción de Hannover supo de los métodos fraudulentos, difamatorios, carentes de la más elemental ética periodística, que la publicación utilizaba para fabricar escándalos.

A mediados de los años ochenta Wallraff se puso unos lentes de contacto, peluca y bigote negros y se propuso hablar un alemán accidentado, tan rudimentario como el de los migrantes turcos recién llegados a su país, y se transformó en Alí. Su objetivo era contar por experiencia propia la serie de explotaciones y vejaciones a las que es sometida la mano de obra extranjera en Alemania. Durante dos años, trabajó en una refinería siderúrgica, en una compañía de la construcción, en un restaurante de McDonald´s, en una central nuclear bajo condiciones infrahumanas y fue “conejillo de indias” de la industria farmacéutica al permitir que fueran probados en su organismo una serie de medicamentos experimentales.

De todas esas experiencias nació en 1985, Cabeza de turco, trabajo que  provocó una auténtica conmoción en Alemania, donde en pocos meses se vendieron más de dos millones de ejemplares, convirtiéndose en el mayor best seller de la posguerra, un verdadero fenómeno sociocultural.

 

Cabeza de Turco Las circunstancias y su concepción personal de la profesión periodística propician que Wallraff coloque a la mentira como modo de acceso y de aproximación a la realidad. Esas circunstancias y esa concepción del ejercicio reporteril no se escapan, de todos modos, de producir sospechas e interrogantes deontológicas en cuanto al manejo de fuentes y los procedimientos y métodos para recopilar información.

A nivel convencional, el trabajo de Wallraff está invalidado como periodismo. Pero no miente. En el papel, transcribe de manera puntual, completa y fidedigna el proceso de elaboración de su reportaje. El trabajo de Wallraff está exento de invenciones: proporciona la información de los hechos y de sus formas de obtención de datos y de experiencias a través de sus transformaciones de escritor en trabajador inmigrante o falso funcionario; proporciona los datos y las fuentes necesarias para el cotejo preciso de lo que escribe con la realidad. En ese aspecto, la obra de Wallraff está lejos de ser una obra de creación literaria y entra plenamente dentro del trabajo periodístico.

En ese cruce de fronteras entre literatura y periodismo, la obra de Wallraff, como compendio de su experiencia de vida profesional, es una especie de contraperiodismo: rompe con las ortodoxias del periodismo y muestra lo injusto que puede resultar la imparcialidad cuando se exhibe el odio y el desprecio hacia los inmigrantes, la xenofobia y el cinismo en la Europa civilizada de fin de la Guerra Fría.

«Wallraff cumple lo que se propone: mover la conciencia y la sensibilidad de la opinión pública»

Tan poderoso es el compromiso de Wallraff sobre las cuestiones que aborda en sus libros, que la fuerza de sus relatos no reside en esa primera persona ni en el detalle de sus disfraces. La fuerza de sus reportajes está en sus procedimientos y  en la sobriedad de su estilo explicativo, sin concesiones estilísticas, en el rigor del relato con nombres de personas, lugares, fechas, diálogos y hechos.

La de Wallraff es una prosa contundente, franca que, sin embargo, se diluye en la elaboración rudimentaria con la que está hecha la composición de sus reportajes. Los procedimientos de trabajo y escritura de Günter Wallraff son un excelente ejemplo de fusión entre la actitud y las técnicas propias del periodismo de investigación y los recursos de composición y estilo acuñados por las tradiciones, netamente literarias, del relato de experiencias y la narrativa realista.

En un ambiente democrático en el que el acceso a la información esté abierto, las fuentes disponibles, los procedimientos aplicados por Wallraff resultarían inadecuados. Pero toda sociedad esconde diversas miserias que no son visibles porque quienes las sufren carecen de voz.

En las posibilidades de teatralidad de la vida, la actuación de Wallraff resulta tan intensa y entregada que no sale ileso; utiliza en efecto la primera persona pero advierte el personaje entre paréntesis. Nunca pierde esa perspectiva del personaje.

«Me envían al prescripto chequeo. Me sacan sangre para diversos análisis, lo mismo que orina, y a continuación me hacen un electrocardiograma y me someten (a mí, Alí) a mediciones y pesadas.»

En otra experiencia relatada en Cabeza de turco, Wallraff cuenta cómo su personaje intenta conseguir que un sacerdote le proporcione el sacramento del bautismo:

«Yo (Alí): Tengo compañeros en trabajo que estar bautizados pero que católicos no de veras son; ellos ríen porque yo creer en Cristo y hablo sobre libro de Cristo. Sin embargo, todos habemos un Dios.»

«El cura (sin dejarse apartar de la cuestión, con gran formalismo): Para bautizar a los adultos necesito, como dije, el consentimiento del arzobispo de Colonia, cardenal Höffner.»

Cabeza de Turco A Wallraff le interesa el punto de vista del extranjero en su país. Pero no entrevista a ese extranjero para luego reconstruir su vida. El reportero es infalible con esa verdad, con ese punto de vista: se mete en la piel de uno de ellos para experimentar en carne propia lo que vive, por ejemplo, un inmigrante del tercer mundo en la civilizada Alemania, para luego contarla y provocar una reacción en la sociedad, en la opinión pública. El periodista no está inventando una realidad; precisamente porque la realidad sólo permite conocer su superficie, Wallraff genera una situación, su actuación, para mostrar una aproximación puntual de la realidad que de otra manera seguiría escondida. Si se trata de revelar los mecanismos de manipulación, Wallraff se ubica en una posición que le permita conocer con profundidad cuáles son los modos de operación de los centros de poder.

Wallraff desarrolla una labor informativa fundamentada en fuentes originales: su propia experiencia. Así lo explica él mismo:

«Cuando trabajo y me expreso como periodista y escritor, jamás lo hago de oídas, de segunda mano; me dedico fundamentalmente a expresar lo que yo mismo he vivido, lo que yo mismo puedo testimoniar y lo que yo mismo puedo asegurar. Y, a fin de cuentas, el que vive y siente algo en su propia carne saca unas conclusiones mucho mas rápidas y mucho más decisivas que si solamente ha escuchado o leído algunas informaciones a este respecto.»

En tal contexto, Wallraff cumple lo que se propone: mover la conciencia y la sensibilidad de la opinión pública. Los reportajes de Wallraff provocaron determinadas reacciones en la sociedad. De igual modo, sus relatos están apoyados por fotografías de sus actuaciones y notas, datos e informaciones de contexto que fortalecen la veracidad de los hechos que relata y reconstruye. En el reportaje “Sobre el arte de los grandes titulares”, escrito en 1977, Wallraff se concentra en conocer cómo el periódico Bild manipula, deforma y falsifica la realidad; analiza la publicación y muestra el cinismo de esa mentalidad editorial que visualiza a la información como mercancía. Se disfraza de un redactor, Hans Esser, que después de cuatro meses de habitar en su cuerpo comienza a ganar espacio en su personalidad. Todo en su entorno está seleccionado con vistas a ser utilizado de inmediato por el sensacionalismo del Bild.

El trabajo de Wallraff es descubierto por esa realidad que se negaba a reconocerse. Se suscitan las reacciones que califican su actuación como un juego perverso y retorcido. Wallraff ha mentido para vencer a la mentira. Y la palabra es vencer porque a los ojos de Wallraff el periodismo es un instrumento de solidaridad con los hombres. El periodista ha mentido en sus procedimientos pero no inventa realidades. Simula sí, una identidad: se disfraza. Pero su acción no propició la falsificación de la realidad que proyecta el Bild, sino que permite precisamente conocer la maquinaria falsificadora de la realidad que pone en marcha cada día el Bild.

Wallraff ha sido quizá un personaje irrepetible por lo heroico de sus acciones y por su generosidad sin límites que le llevó a prescindir hasta de tener vida propia. Durante más de 25 años fue capaz de transformarse, no de disfrazarse, he ahí el matiz, en diferentes personalidades para introducirse en lugares y situaciones que de otro modo no hubiera sido posible. Vivía estas experiencias hasta el más profundo de los fondos, por muy duras que fuesen y por largo tiempo, incluso años.

El periodista tampoco es un agente pasivo. Siente y piensa. Se expresa. Incluso con la tensión de la objetividad y la neutralidad registra la realidad y la va creando cuando la realidad está oculta, desconocida. Los métodos de Wallraff podrán resultar poco ortodoxos desde un punto de vista deontológico, pero no ilegítimos. La vida en la Alemania antes de la caída del muro de Berlín impuso condiciones de nulo acceso a las fuentes de información. ¿El interés público de una información justifica el uso de medios dudosos? No hay nada que lo determine. Es inexistente una normativa al respecto, excepto los criterios éticos y los valores morales de los periodistas y de los propios medios de comunicación. Lo fundamental es supeditarse a los hechos y a las circunstancias. No mentir, no inventar. No crear una realidad ni alterar la existente. No volver espectáculo la información ni frivolizar los esfuerzos. En eso, en eso, Wallraff es ejemplar.

“No hay sociedad —dice Wallraff— donde no haya algo que descubrir. Aconsejo que se infiltren, por ejemplo, en un hospital psiquiátrico para ver las condiciones en las que están los pacientes. Infíltrense también en los grupos políticos y religiosos de derecha para ver cómo operan. Temas hay muchos. No bastarían diez vidas para descubrir todo lo que hay. Para no arriesgarse, pueden trabajar en grupos y publicar bajo un seudónimo. Al que trabaja solo es más fácil intimidarlo y hasta matarlo. Pero eliminar un grupo es más complicado.”

Andrés Seoane

Gallego y periodista de nacimiento y vocación. Podría hablar sobre mí y sobre lo que me gusta, pero es mejor que leas mis textos. Ellos se expresan mejor que yo.

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