Las frías aguas del secuestro

Martha

Existen muchos caminos para hacer cine. Uno de los buenos es aquel en el que el narrador logra desvanecerse, creando así la ilusión de que no hay nadie entre los personajes y el espectador. Éste abandona entonces su butaca y, cuando se quiere dar cuenta, ya se ha acostado en la cama de Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin, 2011), apoya la cabeza en la misma almohada que ella y escucha cómo, en mitad de la noche, alguien apedrea el tejado para recordarle que no es tan fácil huir de lo que se teme. Martha, ¿qué te ha pasado?

A lo mejor ésta no es una obra cumbre del cine, pero sí resulta sumamente eficaz a la hora de narrar el shock que golpea a cualquier secuestrado cuando es liberado a ese mundo que no supo salvarle de otras garras. A Martha a veces le cuesta creer que escapar de la secta que la había captado haya sido una buena idea. El director Sean Durkin logra que su síndrome también pese en nuestros pulmones.

 Lo consigue con el goteo punzante de los diálogos; en Martha Marcy May Marlene, Durkin cumple con una de las máximas que se aprenden en cualquier buena escuela de guión: los personajes no deben decir lo que son, deben mostrarlo con sus actos. También con el magistral manejo del sonido, que atrapa al público entre las cuatro paredes del cerebro de Martha, con una fotografía que vuelve tenebrosos lugares que deberían ser idílicos y, cómo no, con la desgarradora interpretación de Elizabeth Olsen, que comparte mirada inquietante con sus hermanas Mary Kate y Ashley, pero sabe manejarla mucho mejor.

MarthaEl rostro afilado del fanático Warren Jeffs aún sigue impreso en la retina de muchos televidentes, y se aparece a veces en el de John Hawkes, que interpreta al captor de Martha. Fue en 2007 cuando la policía de Texas entró en el rancho Eldorado, donde la secta de Jeffs, Anhelo de Sión mantenía encerrados a decenas de mujeres y niños, víctimas de abusos de todo tipo, la moneda que debían pagar por la salvación eterna, quién sabe de qué.

 En la película, a Martha y sus compañeras de jaula tampoco les permiten ir solas a ninguna parte y, aunque ellas no vistan como personajes de La Casa de La Pradera, sí tienen presente, al igual que las abducidas por Anhelo de Sión, que sus cuerpos son la transacción necesaria para asegurar su bienestar en esa comunidad de sonrisas aleladas… o perversas, según quien las luzca.

 Pero Durkin, que ha elegido bien las cartas de su relato, sabe dónde debe jugarlas, y no es en ninguna casa de la pradera, sino más bien fuera de ella. En ese mundo del que las sectas pretenden aislarse, en el que Martha, tras saltar desnuda al agua fría, bracea ahora desesperada, en busca de un salvavidas que le ayude a comprender qué le ha pasado. Y, con ella, el espectador, que seguramente abandonará la sala con la pesada carga de no saber dónde va a dormir Martha esa noche. Y si habrá alguien apedreando el tejado.

Martha

 

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