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Manuel Martín Cuenca: “He intentado huir de mí mismo sabiendo que no lo iba a conseguir”

Manuel Martín Cuenca.
Manuel Martín Cuenca.
Manuel Martín Cuenca.
Manuel Martín Cuenca, en el rodaje de ‘El autor’.

Manuel Martín Cuenca (El Ejido, Almería, 1964) irrumpió en el panorama nacional, a pesar de hasta entonces haber dirigido doce largometrajes documentales y de ficción, con Caníbal en 2013, candidata a ocho premios Goya, incluyendo mejor película, y ganadora en la categoría de mejor fotografía. Esta vez, con El autor, inspirada en El móvil, un relato de Javier Cercas, ha logrado nueve nominaciones y se postula como una de las películas favoritas en la noche del cine español el 3 de febrero. Javier Gutiérrez dice de Cuenca que “es el mejor director de actores que hay en España”. Motivos para expresarse en esos términos no le faltan, ya que tanto el ferrolano, como Adelfa Calvo, Adriana Paz y Antonio de la Torre están nominados por sus interpretaciones en el film del andaluz. Martín Cuenca habla de la Biblia, Godard, Cristobal Colón, ‘su’ Andalucía, el arte y el cine que le gusta, además del reto que supuso para él este rodaje.

Cultura Joven: ¿Conlleva más responsabilidad llevar a la pantalla una novela que cuando una idea surge de uno mismo?
Manuel Martín Cuenca: Debería, pero me da un poco igual. Para respetar la esencia de una novela tienes que traicionarla, tienes que hacerla tuya, tienes que robarla. Evidentemente, no me voy a poner medallas que no me corresponden, proviene de una obra de Cercas, pero yo la tengo que hacer mía y, a su vez, dejarla suficientemente abierta para que el espectador la pueda hacer suya. Cuando las películas están muy cerradas, cuando dicen claramente lo que se supone que tienes que pensar, no me gustan. La novela es una referencia, pero hay que superarla. Luego hay que volver a reivindicarla porque la película no existe sin la novela. La leí una primera vez y una segunda, nunca más. No puedo ir a la fuente como si fuera la Biblia. Como decía Godard, si un guion es maravilloso, coge y escanéalo página a página. Yo he leído otras novelas de Cercas y no se me ha ocurrido adaptarlas.

CJ: La película se mueve por distintas emociones. Tiene comedia, pero no se encasilla dentro de un género.
MMC: Esa era la idea. No sé cuál es el género. Había un punto, en el rodaje, en el que el equipo se preguntaba qué estábamos haciendo. Estamos haciendo una película, ya la clasificarán otros. Entiendo la necesidad industrial, pero es ir en contra de la naturaleza de lo que hacemos. No puedes llegar al resultado final antes de haberlo hecho. Cristobal Colón va a descubrir América, tiene una intuición, no es un imbécil. Es un tío que había leído y conocía todos los tratados científicos. Lo que tiene es un error de cálculo porque, en ese momento, los científicos de la época pensaban que el globo terráqueo era más pequeño. No sabía que podía haber otro continente, pero él lanza ese viaje con la intuición de que va a haber algo al otro lado. Entonces, si tú clasificas una película desde el principio es como hacer el viaje de Cristobal Colón sabiendo que vas a desembarcar en La Española. Es absurdo. Cómo lo vas a saber si todavía no has empezado el viaje. Estás matando la película. Eso produce un tipo de cine que no me interesa. Son todas iguales, hasta los tráileres. La incertidumbre crea mucho abismo en el productor, pero de la otra forma matas la película.

CJ: Podría haber incertidumbre, pero venía de hacer Caníbal. Había seguridad.
MMC: Sí, pero he intentado huir de mí mismo sabiendo que no lo iba a conseguir. Si me dejo ir por los cantos de sirena de los que me dicen que Caníbal está muy bien y trato de repetirla, me voy a parodiar a mí mismo. Voy a acabar convirtiéndome en un estilo vacío. No digo que lo consiga, pero trato de evolucionar. No voy a hacer la misma película porque esa ya la he hecho. Hay gente que me dice “me gusta más Caníbal”. Maravilloso, la vuelves a ver y ya está. Quiero a todas mis películas, pero trato de evolucionar sabiendo que inevitablemente voy a ser el mismo. Ojalá pudiera hacer una película radicalmente diferente. Por desgracia, no voy a poder. Si me quedo mirándome el ombligo, a medio plazo, sería mi muerte como cineasta.

Antonio de la Torre y Manuel Martín Cuenca.
Antonio de la Torre y Manuel Martín Cuenca.

CJ: El personaje de Antonio de la Torre dice al principio que “los libros no son una inspiración, sino que la vida es la inspiración”. ¿En su caso?
MMC: Un poco todo. Lo importante es cuando te cruzas con algo que tú crees que te puede traspasar y se puede convertir en una película. Ese es el motor. Cuando leí la novela, acababa de terminar toda la promoción de Caníbal y los Goya, estaba buscando una historia. Leía mucho, escribía diferentes ideas. En ese momento, reflexionaba sobre cómo los directores nos obsesionamos con hacer una gran película porque todo el mundo quiere trascender. Entonces, me di cuenta de lo ridículo que es. En ese momento, cayó en mis manos el libro, que justo trata ese tema, la ironía de un autor que quiere trascender. Me reí, me reí de mí mismo.

CJ: Se identificaba con el protagonista…
MMC: Si no te identificas con tu parte ridícula… El artista es ridículo, grandioso, espiritual, heroico, y el arte, que yo respeto mucho, también lo es. Esa necesidad de trascender, de ir más allá, es maravillosa y nos ha llevado a lugares muy bonitos, pero llega un punto en el que dices ¿para qué? Cualquier persona sensata no dice “voy a dejar mi trabajo y me voy a dedicar a escribir un libro”. Eso lo hace la gente que está un poco loca, porque ama hacer eso, es su vocación. Entonces, ¿dónde está el límite? ¿Qué es un demente y qué es un lúcido? Don Quijote es un tipo que pretende que la realidad se funda con las novelas de caballerías. ¿Es un loco o es un lúcido? Es la gran pregunta de la literatura contemporánea. Es las dos cosas al mismo tiempo.

CJ: En la película, queda muy marcado el reflejo de Andalucía como elemento costumbrista.
MMC: No hay una intención de hacer un retrato de Andalucía porque eso me parece cliché. Pero sí hay la voluntad de que lo que te rodea impregne, de una manera inconsciente, la historia que estás contando. Yo no hago cine social, pero sí hago cine contemporáneo. Caníbal es, de alguna manera, un retrato de una Granada que yo he vivido, y, probablemente, esta película sea un retrato de una Andalucía que está ahí, satíricamente, que yo he vivido. No he intentado reírme de ella de una manera consciente. Dejo fluir, primero en el guion, luego en la preparación, en el rodaje, y en el montaje, esos elementos que yo simplemente sé que son muy andaluces, porque lo soy. En La mitad de Óscar, hay una escena de la que me siento muy orgulloso, un paseo de los tres personajes donde prácticamente no hay diálogo, hay viento todo el rato. Es el viento de mi infancia. Es una idea de rodar, mi manera de entender el cine. Yo creo que los lugares hablan, y no es una metáfora. No hago una planificación. Me gusta llegar a las localizaciones, al rodaje, el primero, porque siento el espacio, y cambio la planificación en función de lo que siento ese día y lo que les pasa a los actores, en función de la energía. Al día siguiente, lo hubiera rodado de otra manera, seguro. Para mí nada está predeterminado. Me parece absurda esa idea de tener la película en la cabeza. La tengo, pero trato de quitármela. La incertidumbre es la esencia de lo que hacemos, del arte. No puede ser de otra manera. Qué hay más etéreo que una obra artística. Tratar de clasificar una película desde el principio es un asesinato.

CJ: Hablando del rodaje, ¿cuál es el origen de la escena que protagoniza Adelfa Calvo en el karaoke?
MMC: Estaba un día en Almería, con mi hermana, debía de ser Navidad, y me dijo que si podía ir a comprar tabaco. Era un domingo. Solo estaba abierto el pub del pueblo, una especie de bar de noche, pero que está abierto a las cuatro de la tarde. Entro a comprar tabaco y me encuentro, literalmente, una escena de dos señores de cincuenta y tantos años tomándose un ‘gin tonic’ cantando una canción de Roberto Carlos. Uno cantaba un rato y le pasaba el micro al otro. Todo como muy normal, como que lo hacían habitualmente. Me quedé flipado. Entonces, hablé con Alejandro, mi coguionista, que teníamos que meter el karaoke en la película. A partir de ahí, fueron surgiendo diferentes opciones y decidimos que fuese la portera. Se me enamora el alma, de Isabel Pantoja, es una canción… “el foco está encendido, la leña arde”… o sea, es maravillosa. El productor se pone a buscar los derechos de la canción y me dice que son de José Luis Perales, que es un compositor increíble. Era una llamada de Dios, del destino. ¿Por qué la música de la película no la hace José Luis Perales? Todo empezó así. La vida. Cualquier cosa que hagas puede ser una sorpresa.

Javier Gutiérrez y Manuel Martín Cuenca.
Javier Gutiérrez y Manuel Martín Cuenca.

CJ: ¿El juego constante de las sombras en la pared también es original?
MMC: Toda la construcción de puesta en escena, el blanco y las sombras son propias de la película. No sale en el libro. Las sombras son, de hecho, el corazón de la película, son un decorado, porque si te fijas, son imposibles. Era consciente de que no íbamos a encontrar el sitio donde queríamos hacerlas. Yo no quería hacer nada digital, lo quería hacer todo rodado. Solo se puede conseguir esa textura con lo analógico. Entonces, para hacer la pared, probamos con diferentes materiales. Y, al final, en realidad, la pared es una tela. Las sombras van evolucionando durante la película también. Toda la idea de la puesta en escena fue, para mí, lo fundamental, de lo que más me siento orgulloso. Es el núcleo. Cuando lees la novela y ves que habla de un tío que está espiando, ¿cómo ruedas eso? Al montador, no le había contado cómo lo iba a hacer y, cuando leyó el guion, antes de empezar a rodar, me dijo que estaba muy preocupado por un montón de escenas. Hay muchos juegos en la película.

CJ: ¿Y los colores? Él siempre viste de azul, su mujer suele ir de rosa…
MMC: No debería de haber nada en el fotograma que no sea significante. En todos los sentidos, el color es fundamental. La fotografía no es nada sin el color. Está todo unido. El vestuario es el retrato del personaje. Yo entiendo el cine como un telón negro, de una manera muy teatral, sobre el que aparecen los elementos que cuentan la historia. Cuantos menos elementos sean necesarios para que el espectador pueda evocar la historia, más potente visualmente. Es como lo entiendo yo. El trabajo con la dirección de arte, vestuario y fotografía es una concepción global. En esta película, hicimos una cosa a la que llamo reunión de color. Secuencia por secuencia. Aunque no nos demos cuenta, todos elegimos un color y una forma de vestir de una manera inconsciente que nos define, probablemente, no en toda nuestra vida, pero sí nuestra evolución. Qué ropa nos ponemos es una decisión de quiénes somos. El cine, que es imbatible a lo superficial, tiene que preocuparse de todos esos aspectos físicos.

CJ: ¿Tiene alguna obsesión?
MMC: Sí, tengo espacios en los que escribo mejor. Todas esas cosas que los seres humanos tenemos. A veces, incluso, escribes algo contra la supuesta naturaleza que te rodea y te sorprendes a ti mismo. A veces, una atmósfera demasiado cómoda no es lo mejor.

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