LUNA DE PAPEL, DE PETER BOGDANOVICH

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La colonización del oeste de finales del XIX, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, y la Gran Depresión de los años ’30 han de ser, casi con toda seguridad, los temas más repetidos en la historia del cine norteamericano. Su deslumbrante capacidad para crear mitos ha hecho que, prácticamente en todo el mundo, a nadie le resulte desconocido ninguno de estos temas, entre algunos otros. Es la cosmovisión y la sociología de un pueblo a través de su cine, en base a su historia, tantas veces repetida. No todo el cine estadounidense es así, claro está, pero hay películas que además de tener un importante contenido narrativo y fílmico, contienen información, directa o indirecta, de las épocas histórico-sociales que entran en juego.

 

En ese sentido resulta interesante, sin ánimo de morbo, acercarse a esas obras que tanto nos han transmitido acerca de la época de penurias económicas por excelencia. Películas o novelas como Las uvas de la ira, en tono dramático, o comedias de buscavidas y estafadores tipo Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1967) o Luna de papel, nos ponen en contacto, en un momento de crisis económica y social como el que estamos viviendo, con una realidad que hoy más que nunca no debemos olvidar, y de la que aún podemos aprender mucho. Luna de papel es la cuarta película de Peter Bogdanovich: una comedia, una road movie de personajes contrapuestos ambientada en Kansas y Misuri durante los años de la crisis. Realizada en 1973, fue la consagración de la figura del director, de 34 años, dentro de una escena de cine independiente en la que también se incluía a un joven Coppola.

La Gran Depresión fue una época de miseria, de miedo a la muerte por hambre, de desahucios, de nómadas con tripas crujientes, de cruces de caminos igualmente desérticos. También fueron los años de la Ley Seca, del crimen organizado, de la clandestinidad del desahogo, de las huídas hacia otro Estado; la época de un puritanismo fatalista que vio en la crisis un castigo divino, provocado por la laxitud moral de los desvergonzados años ’20. Pero también fue una época de libertad individual, de predominio del hombre sobre la sociedad instituida, de supervivencia frente a las leyes; un terreno abonado para la aventura, para la búsqueda sin mapa de una fortuna momentánea. Como al principio de la Edad Media, parecía que el poder político constituido se desmoronaba: el destino de los hombres ya no dependía de las jerarquías, sino de sus propios actos. Tanto para bien, como para mal. Porque además, en esas épocas de incertidumbre y miseria, de soledad y desapego, resulta casi imposible distinguir la línea que separa los buenos de los malos actos. La ética entera se transforma.

Luna de papel recoge a la perfección todos esos sentimientos, enfatizando, sin embargo, las cualidades puramente humanas y empáticas que aún quedan soterradas bajo tanta desesperación. Moses Pray (Ryan O’Neal) es un falso vendedor de Biblias de supuesto lujo que se dedica a recorrer los pueblos, necrológica de prensa local en ristre, estafando a las viudas para sobrevivir. Así acude, en la primera escena del film, y con un destartalado coche que hace el mismo ruido que el de Jacques Tati, al entierro de una efímera y promiscua ex amante, y por un recurrente parecido en sus barbillas, le es encasquetada la niña de ésta, Addie (Tatum O’Neal, hija real del protagonista), de unos 9 años, para que la lleve a St. Joseph, Misuri, a casa de su tía. A partir de aquí, y con la eterna duda de la paternidad siempre presente, se embarcan en un viaje de falso antagonismo, de unión y compañerismo ante el desarraigo, de complicidad por la supervivencia.

Moses y Addie son casi personajes arquetípicos del mito de la Gran Depresión. El buscavidas que no tiene ni maleta, que gana unos dólares hoy para gastarlos antes de mañana en un buen afeitado, un buen almuerzo tras días de ayuno, y tal vez en alguna alegría para el cuerpo; una cama medio limpia, y el resto lo reserva para emprender un nuevo negocio, algún otro asuntillo sucio fuera de la ley. Es un nómada que ya casi no es capaz de amar más allá de una noche, que rechaza el apego porque en esa época ya nada pertenece a nadie; que no concibe ya un hogar, una familia, ni un futuro estable: solo busca estar vivo hasta mañana. Addie, por el contrario, es la huérfana que nace ya en esas condiciones. Conserva en una pequeña caja cosas que pertenecieron a su madre, pero demuestra enseguida una astucia innata para desenvolverse en el mundo de Moses, un don mezclado con la inocencia de su corta edad, y de su semblante afligido. Juntos formarán una pareja de timo errante, unidos porque Addie descubre a Moses en su primer engaño: apropiarse de los 200$ de indemnización por la muerte de la madre, que la niña le exige sin contemplaciones.

Pronto se descubre entre ambos una necesidad mutua, una dependencia lógica que Moses rechaza, pero que entendemos natural en Addie. Siempre nos quedará la duda de si era el padre o no, porque Ryan O’Neal construye un personaje tan críptico que prácticamente lo desconocemos todo de él y de su pasado. Pero parece como si debido a la experiencia de haberlo perdido todo (y no sabemos realmente qué, ni cuánto, ni si alguna vez tuvo algo), Moses se negara a creer que algo pudiera pertenecerle legítimamente, en este caso su posible/presunta hija Addie. Parece que se resiste a amar, a ser amado, a apegarse a algo o a alguien: una sombría forma de vivir, creyéndose no merecedor de una felicidad, de una familia, o de un mísero hogar errante con su hija.

El drama de Luna de papel, en cierto modo común a otras películas como Bonnie & Clyde, Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969) o Malas tierras (Terrence Malik, 1973), no se desata completamente, debido a leves cambios realizados sobre la novela originaria, con el fin de mantener el espíritu alegre y, en cierto modo, esperanzador, de la película. El motor de la supervivencia de los protagonistas es siempre la inmediatez, la astucia del momento, la rapidez, la fugacidad, la picaresca del Lazarillo. Pero cuando empiezan a hacer planes a largo plazo, cuando empiezan a volver a creer en sí mismos, en su fortuna y en su salvación, vuelven a ser víctimas de las miserables circunstancias. No se juzga al delincuente de medio pelo que vive como Moses: el espectador le autoriza a cruzar, sin castigo ni prejuicio alguno, la línea ética entre el bien y el mal. Pero la ley presente en la ficción fílmica sí lo hará. Es más bien el castigo por creerse digno de la salvación, digno de formar algo bueno, de merecer la felicidad y un poco de paz.

Por eso mismo es tan importante la luz que aporta Addie al relato. Casi sin la consciencia de haber pertenecido a algo o a alguien, se lanza en los brazos de su posible padre, incluso sin darle demasiada importancia a ese detalle, y fomenta entre ellos una unión basada en la complicidad de un oficio, tan polémico como inevitable en tal situación, de una forma de vida a la que los dos se han visto abocados; y basada, como entrañable guiño, en la deuda que, pese a haberse gastado un montón de dinero juntos, aún debe Moses a Addie: esos famosos 200$ que ya desde el principio les unió en el camino.

Luna de papel no es conocida por el gran público, desgraciadamente. Para Bogdanovich fue algo más que su consagración. Paramount les había concedido a él y a Coppola entre otros, la creación de una especie de grupo de directores autónomos, The Directors Company, que produciría sus películas con presupuesto de la Paramount, pero con total libertad creativa para los realizadores. La conversación (Francis Ford Coppola, 1974) y Luna de papel fueron los mayores éxitos de este proyecto, de escasa duración debido a las reticencias del propio Bogdanovich en cuanto al reparto de los beneficios. En cualquier caso, significó para él, probablemente, la cumbre se su carrera, junto con La última película (1971). Para Tatum O’Neal significó nada menos que un Oscar. Y la aceptación que tuvo se prueba mediante la creación, un año más tarde, de un serial para televisión, donde el papel de Addie lo interpretaba una jovencísima Jodie Foster. En ocasiones, el cine llamado independiente, es simplemente el que no nos hemos tomado la molestia de buscar proactivamente.

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