Las blancas también lo saben mover

tribulettes

Lo reconozco: yo siempre quise ser negra. Sobre todo por aquello de que, desde pequeña, siempre he visto en las películas y series que eran los que mejor bailaban y cantaban. Debe ser que en el fondo, de un modo u otro, algo dentro de mí dice que quiere ser artista. Reconozco mis limitaciones vocales y que, a pesar de que mis caderas bien podrían pertenecer a una diva del Bronx, por mucho que lo intente me debe faltar un hueso o una articulación para poder moverme así de bien.

 

Lo tengo asumido. Por eso limito mis pinitos a ponerme discos de la Motown a toda castaña mientras me visto, limpio o cocino. Ése es mi pequeño momento de estrellato, todos tenemos derecho a quince minutos de fama. Entre fregonas, botellas de lejía y pucheros juro que llego al nivel de la gran Aretha Franklin.

 

Pero el sábado descubrí que hay tres chicas que han conseguido realizar mi sueño. Y lo han hecho sin haberse sometido al proceso de transformación inverso al que hizo Michael Jackson. The Tribulettes suenan como las Supremes. No tienen nada que envidiar a las sonrientes chicas que acompañaban con sus bamboleos a las estrellas de las discográficas afroamericanas históricas. La sala Tempo, las luces setenteras, algún pelo afro y los intentos de coreografía de los que allí estábamos creaban el ambiente perfecto para el revival de la noche.

Mucho swing y buenos vientos. Buena puesta en escena y un juego de voces perfectamente empastadas. Un gin-tonic en la mano para creerte que puedes estar en un antro de Nueva Orleans. Se te empiezan a mover los pies, vaivén de culo y caderas. Algún gorgorito disimulado como si fueras la auténtica Dusty Springfield cantando The son of a preacher man. Menos mal que no se me oía. Ahora quiero ser The Tribulettes, puedo hacer playback también con ellas y, si me fijo bien, me enseñarán a mover ese músculo que pensé que no tenía.

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