La trilogía de Kieślowski bajo el color de Madrid

Azul, blanco, rojo. Tríptico de una bandera. Libertad, igualdad, fraternidad. Tríada de lemas por un pueblo. Decisiones, encuentros. ¿Justicia? Pero sí amor. Esperanza.

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Krzysztof Kieślowski.

Hace 20 años que Krzysztof Kieślowski, director y cineasta polaco; reflexivo, solitario y receloso, murió de forma prematura a los 54 años de un ataque cardíaco. El ambicioso y profundo cine que creó para comunicarse con el mundo pudo con aquel hombre de mirada atenta que nació durante la Segunda Guerra Mundial y, en su día, creyó que su destino se encontraba en el teatro.

Para conmemorar su despedida, y recordar su talento y la entrega que siempre fue su sombra, los Cines Renoir de Madrid y Barcelona proyectan, del 11 al 17  de este mes de marzo, Tres colores: Azul (1993), Tres colores: Blanco (1994) y Tres colores: Rojo (1994). La trilogía de las sombras y las luces, de las emociones y los matices, de Francia, de Europa, de ayer y de hoy. De nosotros.

Puedo describir el mundo, pero no puedo cambiarlo”.

Después de haber dedicado varios años al trabajo documental sobre la Polonia de su tiempo, Kieślowski dio un paso hacia el que sería su verdadero destino, iniciándose en el mundo del largometraje con títulos como El personal (1975) o La tranquilidad (1976). Títulos, siempre sugestivos, contienen historias que le ayudaron a buscar y definir su estilo, su sello, su yo como director de cine. Fue su siguiente paso, sus siguientes proyectos, quienes le otorgaron la madurez que necesitaba alcanzar y las respuestas a su ya definido carácter: el Decálogo (1988) y La doble vida de Verónica (1991). En la primera película; diez escenas, diez pecados, diez mandamientos y una ciudad: Varsovia. En la segunda película; la pasión por la música de dos jóvenes con idéntico nombre y distintos mundos: Polonia y Francia. Y, siempre, la humanidad como escenario.

En ese salto del documental a la ficción, Kieślowski no perdió (¿cómo podría?) la mirada sociológica y humana que siempre le caracterizó; esos pequeños instantes de cotidianeidad que, sumidos en los personales e íntimos silencios de sus personajes, nos hablan de lo universal. La importancia del gesto, del detalle, de la voz y su ausencia, de una melodía que surge para realzar las imágenes en los concisos y precisos momentos que la reclaman. Un lenguaje único a través de fotogramas de colores.

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Fotograma de ‘Tres colores: Rojo’.

El cine Kieślowski es adentrarse, de forma sutil y muy estética, en el hombre y sus circunstancias. Las eventualidades pequeñas e individuales que reflejan la universalidad de todo el género humano. En la trilogía que forman Azul, Blanco y Rojo, que ahora podemos volver a disfrutar en el cine, cada personaje, cada eventualidad que vive y se nos muestra, es tan lo infinito materializado en una finitud que se ha extraviado y busca encontrarse. Porque la vida es más que una mujer que pierde a su familia en un accidente y con cuidado rehace su vida (Azul). Es más que un divorcio entre dos personas que, en un punto, dejaron de entenderse (Blanco). Es más que una joven entusiasta que devuelve, sin proponérselo, la alegría y el consuelo a un hombre viejo, enigmático y oscurecido (Rojo).

La vida, su transcurrir, la intrahistoria que le da forma; es tomar decisiones, librarse de los nudos que nos atan a lo convencional y nos hacen daño, es la libertad. Es la justicia que olvida su origen y esencia, es la igualdad. Es el encuentro inesperado y sutil, la ayuda involuntaria, el moverse hacia y con Otro, es la fraternidad.

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Andrea Reyes de Prado

«Lo que permanece lo fundan los poetas» (F. Hölderlin).
Humanista, curiosa, bibliófila, dibujante y extemporánea.

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