Esta noche todo el mundo a la calle

Icono de la movida

 

Abril de 1981, el Rock-Ola (Calle Padre Xifré, 3) abre sus puertas y se convierte en punto de encuentro de diferentes tribus urbanas. El ambiente ecléctico era el santo y seña. Seis años antes, con la muerte de Franco, se desencadenó una explosión de creatividad y libertad. Como manifestación de la alegría insuflada por la Democracia, surgió un fenómeno con diversas ramas e inspirado en la escena nocturna de Londres. Ese impacto, procedente de fuera de nuestras fronteras, se reflejó en una juventud audaz y cosmopolita, predispuesta a experimentar con el sexo y las drogas. Era el llamado sex & rock.

A partir de 1977, las noches de Madrid recobraron la efervescencia perdida en el pasado. Por entonces, Kaka de Luxe ya sonaba en locales de ensayo y antros de la zona centro de la capital. Su estilo punk abría un abanico de colores desconocido para una sociedad que, hasta entonces, había vivido en blanco y negro. Pero no fue hasta la Nochevieja de 1979 cuando todo saltó. Los miembros del grupo Tos se reunieron en casa de unos amigos para celebrar el comienzo de una nueva década. Allí y junto a ellos, los integrantes de bandas como Mermelada, Los Elegantes y Nacha Pop disfrutaban de la esencia poppy. Al amanecer, decidieron continuar la juerga en Villalba, pero el trayecto fue corto para José Enrique Cano Leal. En la N-VI, a la altura de La Navata, `Canito´, batería de Tos, cerraba sus ojos para siempre.

Cartel Concierto homenaje a `Canito´ Esta inesperada muerte provocó la disolución del grupo por decisión de los hermanos Urquijo. Pasado un mes, Enrique (bajo y voz) y José Vegas (programador cultural de la Escuela de Caminos) se toparon en un garito de la noche madrileña. En La Vía Láctea (Calle de Velarde, 18), bajo los murales de las Costus, idearon lo que a la postre se convirtió en el pistoletazo de salida de la movida. Con Pedro A. Díaz a la batería y frente a las cámaras y micros de Popgrama y Onda 2 respectivamente, los Tos se volvieron a reunir, junto a otros grupos de la nueva ola, en el Concierto homenaje a `Canito´. Nacían Los Secretos y un movimiento que pasaría a crear tendencia nacional.

Sin embargo, no fue hasta el 23 de mayo de 1981 cuando la llama prendió por completo. Era el Concierto de primavera y 15.000 jóvenes esperaban ansiosos escuchar las canciones de Alaska y los Pegamoides, Los Secretos o Nacha Pop entre otros. El acontecimiento fue histórico y, a aquellos músicos, se les unieron diseñadores, cineastas, fotógrafos, y otros artistas que dieron forma a un movimiento cultural sin precendetes en nuestro país. España iniciaba su particular baile hacia el cambio.

La figura de Tierno Galván fue esencial para que la ciudad se convirtiera en un hervidero de personalidades con inquietudes volcánicas. El `Viejo Profesor´ incentivó el despertar de una generación que sentía la necesidad de crear. De esta manera, afloró el carácter extrovertido de los madrileños. Niños bien merodeaban por el rastro en busca de compañeros de andanzas para sus nuevas aventuras. Proliferaron los fanzines, en los que colaboraron algunos de los mejores artistas gráficos de la historia de España, y las radiofórmulas, a las que acudían punks como Parálisis Permanente con el afán de que sus maquetas caseras fueran pinchadas por Julio Ruiz. Eran otros tiempos.

Rockeros de la movida

Hacia 1984 el movimiento estaba muerto. Oficialmente había durado cuatro años (1980-1984), algunos más, si consideramos los rugidos previos que se escucharon tras la caída del régimen. La inocencia inicial se desvaneció con una palabra: sida. Las drogas habían conducido a este grupo a un abismo oscuro del que muchos nunca regresarían. El primer mártir fue Eduardo Benavente, tras su muerte, el esquema montado se desquebrajó. El Rock-Ola fue clausurado; un mod asesinó a un rockero con una navaja y el resto, es historia. En fin, como Ana Curra cantó: «Y con el sida se acabó la movida«.

Todas las secuencias habían llegado a su conclusión. El tiempo no podía esperar. A la vez que el rollo de estos jóvenes se hundía, el profesionalismo llamó a sus puertas. Muchos fueron criticados por aceptar contratos de unos ayuntamientos que se rascaban los bolsillos. Otros veían en la madurez el camino, algunos de ellos encontraron a sus parejas en aquellos locos años, tuvieron hijos y se casaron. La movida no se veía igual. Por si fuera poco, los medios dejaron de hablar de ella. Los redactores jefe, que antaño se divertían codo con codo con esos perturbados muchachos, eran padres de familia. La noche estaba vetada para ellos y, por tanto, lo que no se veía no existía.

Algunos años después, la sociedad ha podido comprobar que no «eran sólo cuatro niñatos que se juntaban para hacer ruído«, como afirmó Álvarez del Manzano. En ese tiempo, Almodóvar ha ganado dos Oscars, Antonio Banderas se ha instalado en Hollywood y nos quedan para el recuerdo las letras de Antonio Vega y la influencia de Santiago Auserón en el rock de Latinoamérica. Son pequeñas pinceladas de las numerosas creaciones de una generación que no es que saliera, sino que no podía entrar porque se gritaba aquello de ¡esta noche todo el mundo a la calle!

 

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