‘La casa torcida’: cuando no queda ni el carisma

Max Irons y Stefanie Martini.
Max Irons y Stefanie Martini protagonizan la enésima adaptación cinematográfica de Agatha Christie.

Hace unos meses llegó a nuestra cartelera el remake de Asesinato en el Orient Express, dirigido por Kenneth Branagh. Digo remake porque el famoso libro de Agatha Christie ya había sido adaptado, medio siglo antes, por Sidney Lumet. Lo cierto es que tanto la versión de Lumet (uno de los grandes maestros en la fusión de medios teatrales y cinematográficos –Doce hombres sin piedad, Larga jornada hacia la noche) como la de Branagh adolecían de lo mismo: una estructura narrativa golpeada, casi mecánica, que se sostenía a tientas gracias al carisma de ese Hercules Poirot (ya fuese Albert Finney o el propio Branagh) y los ocupantes de los vagones del Orient Express. En La casa torcida, adaptación de Guilles Paquet-Brenner de otra de las afamadas novelas policiacas de Christie, ya no queda ni eso.

Despojados de Hercules Poirot, nos encontramos con el joven detective Charles Hayward, interpretado Max Irons. Tras la muerte del reconocido multimillonario Aristides Leónides, su nieta Sophia de Haviland (Stefanie Martini) acude a Charles para encomendarle la investigación de lo que ella sospecha que es un asesinato. De este modo, el inexperimentado investigador acude a la casa familiar, donde se despliega todo un tapiz de personajes al estilo de Agatha Christie, entre los cuales se halla el supuesto autor del crimen.

La cinta parte de esa base para construir una narración que tiene en común con Asesinato en el Orient Express su concepción casi matemática. El guion del film se estructura pivotando siempre alrededor de la forma de narrar de Agatha Christie, casi ignorando el indecible salto formal que existe entre la literatura y la cinematografía. La puesta en escena de Paquet-Brenner es, pues, decididamente torpe y carece de una identidad visual que proporcione atmósfera al film, o que siquiera le infunda esa dosis de misterio necesaria para que el espectador mantenga viva su intriga.

Fotograma de La casa torcida.
Los personajes secundarios apenas alcanzan la categoría de esbozo.

Esa narración verborreica y excesivamente retórica, pues, juega en contra del desarrollo orgánico de los acontecimientos. La diferencia con la cinta de Branagh llega al profundizar un punto más, es decir, al analizar la psicología de los personajes que presenta. Si la narrativa mecánica de Asesinato en el Orient Express se sostenía sobre los hombros de un investigador como Hercules Poirot, la de La casa torcida fracasa al intentar posarla sobre un personaje vacío de carisma como Charles Hayward, el cual cuesta incluso creer que esté capacitado para resolver cualquier tipo de crimen dada su asombrosa lentitud de razonamiento.

Dirigir por dirigir

Paquet-Brenner se esfuerza mucho en intentar que el espectador conecte también con la relación romántica entre Charles y Sophia, aunque fracasa al no saber encajarla en el desarrollo de la propia investigación. Las escenas en las que el vínculo entre ambos se fragua transcurren en una suerte de plano paralelo de los acontecimientos, lo cual nos hace pensar también en que Poirot o Sherlock Holmes no podrían nunca llegar a tomarse en serio a un detective tan inexcusablemente mojigato e inane. De este modo, lo que se supondría que debería ser un aditivo de interés para la historia se torna en todo un obstáculo para contarla: es el tipo de cosas que ocurren cuando se piensa más en cerrar el argumento que en las formas a emplear para hacerlo fluir con elegancia.

Hablábamos antes de la torpe dirección de Paquet-Brenner, que al final es la que empobrece mortalmente la película. No existe un trabajo de simbolismos definido, y la casa -¡que campea incluso en el título de la película!- se muestra tan solo como un escenario, en lugar de ser representada como el símbolo de lo que Agatha Christie quería expresar: los celos, la inquina familiar, la represión, el yugo patriarcal. No existe absolutamente nada de eso en La casa torcida. Y es una pena. La cosa se termina de facturar con destino al fracaso cuando se complementa de un montaje nada funcional y un diseño de producción que, por detallista, acaba convirtiéndose en un festival de excesos de época.

En definitiva, lo más probable es que el resultado final de La casa torcida, de Paquet-Brenner, haya servido para que se detenga el frenesí de producir adaptaciones al cine de novelas de Agatha Christie. O quizá para que alguien aprenda de estos errores y decida hacer una película que entienda que el teatro y el cine, o la literatura y el cine, no son la misma cosa.

Adrián Viéitez

Periodista cultural y deportivo. Dulce y diáfano. Autor de 'Espalda con espalda' (Chiado Ed., 2017). Escribo para salvarme de mí mismo.

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