José Madrid: ‘Cecilia poseía un universo propio’

Un trágico accidente en agosto de 1976 concluyó la corta y exitosa carrera de Eva Sobredo, conocida como Cecilia. La Dama de Mi querida España o Nada de nada entraba a formar parte del “Club 27”, aquellos que se han ganado el cielo sin apenas tiempo para prolongar la gloria. El joven periodista José Madrid hace un acto de justicia y recupera en Equilibrista: La vida de Cecilia, la memoria perdida de una de las más grandes cantautoras patrias.

Este verano se cumplió el 35 aniversario del fallecimiento de Cecilia. Por entonces, usted no había nacido. Llama la atención porque ¡es su primer biógrafo!
Escribir sobre ella era un sueño desde adolescente. Siempre buscaba una biografía que nadie había escrito. Me encantó desde el primer momento la particularidad de su voz y sus letras, pero también su manera de estar en el mundo. Hace unos años, un jefe que tuve en Canal Sur, me dio el empujón definitivo para afrontar este reto y la familia ha colaborado en todo momento. Hay muchas figuras de las que se acuerda poca gente. España es algo injusta con sus artistas y en el caso de Cecilia era flagrante por ser una de las voces más importantes de su época.

Equilibrista‘ pertenece a ese conjunto de pequeñas joyas de la discografía de la artista. ¿Define bien su  personalidad? 

Tanto su personalidad como su posición. Ella tenía que hacer equilibrismos para estar en el escenario, en su propia familia y en la sociedad que le había tocado vivir. Nació en casa de diplomáticos y vivió de forma itinerante en países como EEUU, Argel o Jordania. Imagínate el cambio cuando volvió a un país en dictadura. A  su padre le costó mucho aceptar que fuese artista, quiso que estudiase derecho, así que empezó la carrera, pero la dejó por la música. Cecilia respetaba ese mundo burgués en el que había nacido, pero lo criticaba en sus canciones, que tenían el don de conjugar la calidad con lo comercial.

¿Cómo la observó la ortodoxia de la época?
Cecilia parecía californiana, no le gustaba arreglarse y tenía un universo propio e incluso naif. A diferencia de los cantautores de la época, de influencia francesa, ella traía aires ingleses. La recibían como un bicho raro y ella en cierta manera, también nos veía así viniendo como venía de una democracia. Estaba alucinada de la rigidez de unas mujeres que no se quitaban los lastres de antaño. No encajaba con los corsés estéticos y lo curioso es que tenía ciertos complejos físicos, que no doblegaron sus valores. Al principio no dejaba que la maquillasen en TVE. Hay un video de  aquellos primeros en blanco y negro, en el que en un recital en una escuela de dibujo, es decir, supuestamente con jóvenes alternativos, se ve a tres chicas que cuchichean diciendo “¡vaya pintas que lleva esta mujer!

Un ramito de violetas‘ la ha consagrado en la memoria colectiva, pero no tiene el trasfondo y subtexto de la mayoría de sus letras.
Ni es la que mejor la define. La compuso en su última época. Al final de su vida, logró un mayor equilibro y una estabilidad sentimental. Era tremendamente ciclotímica y eso se refleja en su obra. Tiene temas realmente devastadores como Me quedaré soltera, en el que se ríe de la solterona de pueblo o Fauna, en el que compara con aves a ciertos personajes que asisten a una misa.  Si no fuera porque, el que más. En él habla del suicidio, algo que en 1973 era tremendo.

Aunque Cecilia ejercía el verbo de forma escurridiza, ¿tuvo que rendir cuentas con la censura a menudo?
Muchísimas veces. En aquella época no era sólo importante la censura, sino la autocensura. En Dama, dama, el desliz no era “inconexo”, sino “el sexto mandamiento” (No cometerás actos impuros). Y Un millón de sueños iba a titularse ‘Un millón de muertos’ porque hablaba de la Guerra Civil. De hecho tuvo que acudir a declarar por esa canción. Lo que más le molestó fue que la discográfica le prohibiera ilustrar su segundo disco con las fotos que le había hecho Pablo Pérez-Mínguez. Se las censuraron por resultar demasiado rompedoras. En ellas fingía un embarazo.

En 1975 participó en el Festival de la OTI con ‘Amor de medianoche‘. Aunque logró quedar en segunda posición, había acudido sin entusiasmo. ¿A qué se debía?
No creía en la canción resultante. La música la hizo Juan Carlos Calderón y la letra, entre sus amigos, su novio y ella casi la noche antes de entregarla. Asistir al certamen  y viajar a Puerto Rico supuso un mal trago porque ella no tenía nada que ver con todo aquello. La actuación resulta incluso un poco absurda porque le acompaña la orquesta y viste de gala, pero aparece con su guitarra, una forma de sentir que seguía quedando algo de ella. Lo que pretendía la casa de discos con aquella participación era vender su figura en Latinoamérica y encauzarla hacia una carrera más romántica.

¿En qué momento musical se encontraba cuando falleció?
Estaba un poco desengañada. Hay indicios de que se sentía tan harta de imposiciones discográficas que planteaba dedicarse sólo a la composición. Supo siempre ser obediente, estar en su lugar, pero haciendo después lo que le daba la gana.  Por eso preparaba en aquel momento un álbum sobre Valle-Inclán.

¿Qué convierte en atemporal la figura y obra de Cecilia?
Una música que habla de la gente común: de la mujer, del españolito en continua crisis monetaria, del ecologismo, de lo injustificado de una guerra… No ha sido una autora de canción protesta, sino una gran retratista costumbrista. Ya no hay artistas con una personalidad tan especial como la suya.

 

Deja una respuesta

Your email address will not be published.