Gervasio Posadas: «Me pusieron pronto a los fogones»

No llega tarde ni temprano. Justo al momento que se le espera. Quizás porque Londres fue una escueta parada en su trayecto o porque, como él mismo explica, aunque siente un “cierto desarraigo”, se asienta en costumbres españolas. Planeta reedita Hoy caviar, mañana sardinas, una especie de “memorias gastronómicas” escritas junto a su hermana, la autora Carmen Posadas.

La obra relata sus aventuras por los distintos países en los que su padre fue embajador, exponiendo cuán estrechos son los lazos entre diplomacia y gastronomía. “Si a través de la comida siempre se han mejorado las relaciones diplomáticas, cuando hablamos de una embajada humilde y con poco presupuesto como era la uruguaya, la comida tiene todo el peso” – explica Gervasio Posadas, nacido en Montevideo en 1963.

Automáticamente aparece el nombre de su madre, la mujer del embajador. La estratega por antonomasia en un escenario gubernamental, donde más allá de los despachos, lo que marca la diferencia son las recepciones y habilidades sociales. “Mi madre no cocinó nunca, pero era una gran directora de orquesta. Tenía la capacidad de convertir un suflé en algo maravilloso” recuerda Posadas con énfasis. Seguramente le viene a la cabeza aquella ocasión en que su progenitora creó un pastel de gamba sin que hubiera en el plato ni un solo trozo de marisco.

Una de tantas anécdotas, contadas no sólo por Carmen y Gervasio, sino también por la propia anfitriona, Bimba Posadas. Los textos de su diario, a modo de vivencias y recetas, hacen ruta por el Madrid del tardofranquismo, el Moscú soviético de los setenta y la sociedad londinense de Lady Di. “A mis padres les impresionó mucho el entramado de la realeza británica. Mi madre siempre decía que el Duque de Edimburgo le pareció muy guapo” cuenta Gervasio sin evitar una pequeña carcajada.

Más misterioso se vuelve cuando recopila en su memoria la llegada a la Rusia de Kruschev al principio de su adolescencia: “La primera imagen que tuvimos de Moscú era la de una pista de esquí medio destruida”. Expone las limitaciones de la vida en una sociedad estratificada, de espías y micrófonos y hace un alto en la boda de su hermana Carmen, donde se sirvió un plato muy castizo, “carne de oso”. Pero no cede “por miedo a que alguien se envenene” a desvelar la receta del Vodka al estilo de los Romanov, el secreto mejor guardado de su familia.

El autor no ha comentado la primera conversación de su padre con Franco, un diminuto charlatán fanático de la pesca ni las andanzas de su madre con la rancia alcurnia española de los sesenta, pero el Madrid de su niñez le dejó huella. Amante confeso del bocadillo de sardinas y del gazpacho, acostumbrado a la media patilla de raíces taurinas, nada en sus rasgos o su habla denota origen latinoamericano. De su Uruguay natal quedan, sin embargo, “todos esos platos que representan una patria de la que te hablan, pero tú desconoces”.

Para Gervasio Posadas la comida se relaciona con el hogar. “Disfruto mucho cocinando, me relaja. Como en mi casa estaban cansados de tanta recepción, pronto me pusieron a los fogones y solía hacerlo para mis hermanas cuando mis padres no estaban”. De esta pasión surgen los títulos gastronómicos de sus novelas y artículos como el que dedicó al cierre de El Bulli. “El sentido del gusto es muy literario, no se puede expresar bien por otros medios” apuntilla. Ni siquiera un buen suflé, esa perfecta metáfora de las relaciones diplomáticas, del amor y cómo no, de la vida.

 

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