FUNNY GAMES. LA ODIOSA OBRA MAESTRA

Me c*** en su p*** madre. Así de claro. Qué se vaya a hacer cine conceptual al otro extremo del universo. La película es buenísima, pero que se la m*** por el c***, y con dolor. Funny Games me ha arruinado la tarde, y supongo que de ese modo habré hecho feliz a Michael Haneke. Debo reconocer que es la primera película que veo suya, y no voy a tacharle de mi lista, ni muchísimo menos. Me parece un trabajo fantástico de principio a fin, salvo por un detalle particular y muy personal: ¡es casi insoportable! La cinta hace que te sientas incómodo desde el inicio: he tenido que parar un par de veces, abrir las ventanas, hablar con gente por teléfono, cambiar de posición, y hasta he sentido tentación de decirle a mis seres queridos cuánto les quiero. Se trata de una apuesta muy arriesgada para con el público, pero brillantemente ejecutada; una película fantástica que sin embargo no le recomendaría a nadie, sinceramente.

 

El argumento es simple: una familia llega a su casa del lago para pasar unas cortas vacaciones, y unos amigos de los vecinos entran en seguida en la casa, con la excusa de pedir huevos. Sin motivo aparente, y con unos modales y un aspecto impecables, empiezan a hostigar y torturar a la familia, secuestrándola a su voluntad en su propia casa, completamente aislada. 

Haneke hace una reflexión al final, en boca de los asesinos, sobre la ficción y la realidad, y en definitiva, sobre si la crueldad en el cine es real o es ficción. Hay, de hecho, dos o tres momentos en los que uno de los personaje antagónicos se dirige directamente al espectador, retándole a tomar partido, a que desee, invariablemente, que el final no sea como en efecto va a ser. Evidentemente no es comparable ver la película con asistir a esa tortura en directo, pero el experimento de Haneke demuestra que la mera concepción del mal implica la existencia de éste (y que, además, se esconde donde menos te lo esperas, incluso bajo la apariencia más bondadosa y fiable). Poco importa que sea una película, lo cierto es que hemos visto a dos hombres matar a un matrimonio y a su hijo. Es un relato humano que se repite cada día: ¿por qué habrían de ser más o menos reales las muerte de verdad que vemos u oímos por televisión? Y no es una película con violencia explícita, ni mucho menos. Ni violencia verbal. Vemos, eso sí, las consecuencias internas de unas persona que están siendo maltratada. No hay casi violencia, pero es durísima.

De todas formas, para demostrárnoslo, podría haber sido un poco menos desagradable, o tal vez no. En cualquier caso, es una película de terror en estado puro, al estilo de lo que nos enseñó Hitchcock en Los Pájaros. El maestro del suspense coqueteó con el terror desde finales de los ’50, aunque el tiempo pueda haber disminuido el efecto de sus películas: sostenía que cuando el mal se desata en el relato cinematográfico sin motivo aparente, sin una explicación razonable tipo venganza o incluso sobrenatural, el público se desconcierta, y tiene miedo. Si además es un hecho que podría pasarnos a cualquiera, verosímil, aleatorio o simple casualidad, la situación resultante puede acojonarnos ya del todo. Es decir, que da menos miedo que un marciano horrible venga a conquistarnos por puro imperialismo galáctico, que el hecho de que dos hombres puedan entrar en tu casa (les abres la puerta porque son amigos de conocidos, y aparentan ser educados y de fiar), torturarte y matarte fácilmente, sin explicación alguna; solo porque te ha tocado. Es más terrorífica Funny Games que Alien, por ejemplo, en ese sentido.

Además, otra virtud de esta película es la calidad de planos y secuencias, lo efectivo que resultan para aumentar la angustia del espectador. Ahí Haneke es un maestro fuera de toda duda. Muchos primeros planos y planos detalle fríos y calculadores; planos muy largos, clavados en el sufrimiento. Y un detalle técnico-conceptual que me ha encantado: en muchas ocasiones la cámara se centra en un personaje, generalmente en ella, mientras la tortura sigue su curso a su lado, mientras los asesinos hablan e incluso hieren aún más al marido. Pero eso no lo vemos. Como digo, la violencia casi nunca llega a verse, no es para nada explícita. Sabemos que la escena es mucho mayor de lo que Haneke nos muestra, hace presente todo el gran pedazo de escena que no vemos: como un teatro oculto que solo percibimos escuchándolo. Se centra así en el drama, en el proceso interno del drama; pero también lo hace para demostrarnos que el mal y la violencia, muchas veces, está implícita allá donde menos sospechamos que puede estar.

Al parecer no hay diferencia alguna entre las dos versiones que rodó con diez años de separación. Haneke, siempre sombrío, parece sentir verdadera afición por hacernos sufrir. La calidad cinematográfica que hay en su obra le salva de ser considerado un sádico macabro cualquiera. La reflexión que hace me parece interesante, aunque no sea nueva; la estética de cámara me ha gustado muchísimo, esa sutileza del medio plano, del tiempo de exposición; y las actuaciones son, cuanto menos, desconcertantes y desesperadas. Es una gran película, pero no encuentro ningún motivo para verla por el cual merezca la pena pasarlo tan mal. Hay mucho cine, y no estamos aquí para sufrir (más de lo que lo hacemos más allá de las pantallas).

También disponible en En noche americana.

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