Hay perros que son como el bacalao, originalmente de los ciudadanos más humildes para luego pasar a ser un artículo de las clases más pudientes. Antes lo fueron los Galgos y los Chihuahuas, ahora lo son los Bulldogs franceses. Estos animales, estos seres vivos, son reflejo de la vanidad de su dueño y objeto de exhibición como si de un Rolex, un Mercedes o un bolso de Louis Vuitton se tratara. ¿Quién no ha visto estas tres cosas combinadas con una Paris Hilton wannabe?
Los Bulldogs franceses son unos perros de pequeño tamaño, de unos 30 centímetros de altura a la cruz, entre 8 y 14 kilos de peso (aunque eso depende del dueño). Esta raza tiene sus orígenes en el Reino Unido a finales del siglo XIX como resultado de numerosos cruces de toy bulldogs ingleses, si bien el gentilicio de su nombre se debe a que este cruce se hizo especialmente popular en los barrios populares de París. De ahí hasta hoy.
Estos perros tienen un punto muy importante en común con la dinastía de los Austrias que reinó en España durante los siglos XVI y XVII: el agotamiento genético. Estos glamourosos canes sufren infinidad de problemas de salud durante toda su vida, véase dificultades respiratorias muy evidentes o problemas de columna que los hace especialmente propensos a quedar lisiados con el paso de los años, sólo por nombrar algunos. Esto es porque su código genético está mezclado hasta la saciedad, los han cruzado tantas veces que se han convertido en una raza defectuosa por acción del ser humano.
Por estos animales se llegan a pagar miles de euros, y la cría de Bulldogs franceses es un extraordinariamente lucrativo negocio. Asimismo lo son otras razas caninas, pero el que nos ocupa es el ejemplo más sobresaliente hoy en día. Pobres perros, víctimas de la moda, no son más que un objeto de tendencia mientras las perreras municipales están saturadas de canes que no son cool.
