Fábula sobre un pintor cuentista

Picasso dijo en una ocasión “los buenos artistas copian, los genios roban” y tenía mucha razón, porque, gracias a la recopilación de cuentos medievales de tradición oral, los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm llegaron a ser los mayores cuentacuentos y una de las figuras más relevantes de la literatura infantil de la historia. Los Grimm, muy avispados, se dejaron seducir por los relatos de una anciana llamada Katharina Dorothea Viehmann y así se convirtieron en cazadores de cuentos. Los originales eran mucho más macabros, plagados de sexo y violencia, que los Grimm dulcificaron para las mentes puritanas y burguesas del siglo XIX. Porque la manzana envenenada que sumió a la bella Blancanieves en un profundo letargo, no se la entregó  la cruel madrastra que todos conocemos, sino su propia madre. Igual les ocurrió a los pequeños Hansel y Gretel que a falta de alimentos, su progenitora tomó la terrible decisión de abandonarlos a su suerte en el bosque. ¿Y las hermanastras de Cenicienta? Estas doncellas, para entrar en los preciosos zapatitos de cristal, se amputaron parte del pie y, ya como final apoteósico, sus ojos terminaron siendo alimento para los cuervos. Más tarde en el arte de robar historias, le llegaría el turno a otro genio, el señor Walt Disney, quien adaptó al cine algunas de sus fábulas, con su peculiar sello personal. Explotó ese mito del príncipe azul que tanto daño ha causado en las relaciones amorosas del mundo y el concepto de mujer objeto, con mensajes subliminales de carácter sexual incluidos, pero tan adorado por todos.

Ahora que se cumple el 200 aniversario desde la primera edición de sus cuentos, la Fundación Canal les rinde homenaje a través de David Hockney, uno de los artistas más polifacéticos del siglo XX, en una serie de 79 grabados. Conocido por ser uno de los creadores del british pop art y sus míticas piscinas americanas, de estética estrafalaria y lo que ahora sería un gafapastero empedernido, es un gran apasionado de los cuentos por lo que elaboró en el año 69 esta serie, donde ilustra algunas de las historias menos conocidas por el público.

Las reinterpreta de forma cómica y añade matices modernos, unas veces desde la mera visión estética y otras desde el concepto de la trama clásica. En los diseños sobre Verdezuela, aquí conocida como Rapunzel o la princesa que ganaría el concurso de miss pelo Pantene, aparece la hechicera malvada representada como un hombre con abundante pelo en los senos, en una composición madonna con bebé, al estilo Da Vinci.

Además el pintor aporta divertidos comentarios como el quid de por qué la bruja tenía tanto interés en robar una niña, lo cual, según explica, se debe a su fealdad, vejez y por consiguiente eterna virginidad al producir semejante repulsión entre los varones.

O la historia menos conocida de El viejo Rinkrank, donde la joven hija del rey queda confinada en un zulo a manos de un decrépito anciano que la obliga a realizar tareas domésticas. En su rescate, durante años y años atrapada, el artista británico la imagina fea, vieja y miope ¡No iba a permanecer eternamente bella!.

Sus numerosas referencias pictóricas a otros maestros como son Carpaccio, Magritte, Leonardo o Uccello, ponen otra vez de manifiesto la frase de Picasso. Es la pescadilla que se muerde la cola, los grandes influyen sobre los grandes. Pero, cuando ves esta exposición, te preguntas si él ha influido a otros.

En la sala sobre Juan sin miedo, cuyo protagonista –borderline pero de gran valentía- es, sin quererlo, interpretado como su alter ego, aparecen retratados uno de los cadáveres ardientes con los que el muchacho se encuentra, de sorprendente parecido a Adolf Hitler. Él mismo lo reconoce pero afirma ser algo fortuito, inconsciente y consecuencia de su mal trazo. ¿Y no puede ser que Quentin Tarantino viese este grabado y sacara de ahí su maravillosa idea para Inglourious Basterds? Todo es posible.

O la similitud entre la ultima ilustración sobre El enano saltarín y el vídeo Paranoid Android de Radiohead, donde un hombre termina descuartizándose a sí mismo de manera absurda. Igual de inverosímil es la fábula de este enano que después de ser tan hábil de transformar la paja en oro, tras un enfado y una mala patada al suelo se desmiembra en mil pedazos. El trágico destino del hombrecillo, personificado como una gran bola de pelos, aparece en un croquis de cuatro viñetas desintegrado en cachitos casi cubistas.

Minimalistas, ingeniosos, sarcásticos, plagados de conceptos actuales y en el fondo desdramatizados, todos los diseños son para disfrutar mientras lees una buena historia y después observas las mejores escenas seleccionadas por el pintor, con sus elocuentes comentarios. Además la instalación está curiosamente estructurada, de una manera sencilla y atractiva, incluso en ocasiones con cierta ironía.

El pasillo que te lleva a la sala de Juan Sin Miedo es realmente inquietante, quizá porque quieren probarte para que sientas si estás hecho de su misma pasta o eres un mortal más. En la versión de Hockney ya no es un simple estúpido, incapaz de no aprender nada, es un tío impasible, pasota, al que todo le importa un pimiento.

Es una muestra que, además de gratuita (como sucedió con la de Gaultier, también excelente), es muy recomendable si no vas en fin de semana, cuando está atestado de niños chillando, a los que todo eso les importa un rábano. Hockney interpreta e ilustra, al igual que un diestro diseñador gráfico actual, con gran inteligencia y ayudado de técnicas habituales de grabado como aguafuerte, aguatinta y punta seca.

Porque, incluso ahora, a sus 75 años, sigue siendo un hombre moderno, o si no echen un vistazo a los paisajes de la campiña que pinta con el iPad. En definitiva es fácil dejarse seducir por esta muestra ingenua y mordaz que nos devuelve a nuestro estadio de niñez pero desde la perspectiva de un pequeño diablillo contemporáneo.

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