Este personaje es, más bien, de caliza

Cartel de La Dama de Hierro

Unas manos temblorosas, llenas de arrugas, cogen una botella de leche semidesnatada (de ésas con el tapón verde) en la típica tienda off-licence que regenta un paki. Con su un tanto forzado acento británico, la mujer de las manos temblorosas le cuenta más tarde a su marido que la leche ha vuelto a subir:

59 peniques una pinta de leche; protesta,

Habrá que hacer recortes; bromea él; quien no es, sin embargo, más que una alucinación.

Así comienza La Dama de Hierro, el biopic sobre Margaret Thatcher que ha dirigido Phyllida Lloy, y que se estrenó en España el pasado 5 de Enero.

Vista esta escena, podemos quedarnos tranquilos de tener el mensaje de toda la película. Meryl Streep está soberbia, como siempre, cuenta con sus ojos todo lo que no nos explica el guión. Que es mucho.

La tarea no era fácil: se trataba de presentar a un personaje tan complejo como la primera mujer en ocupar el cargo de Primer Ministro en Gran Bretaña, desde todas las facetas; la personal, la profesional, y la política. Y ya se sabe que quien mucho abarca, poco aprieta.

La película nos deja con ganas de saber más de las ilusiones, las ideas y las esperanzas de aquella joven que, nada más comprometerse, suelta una arenga política sobre la liberación de la mujer. Sí, sabemos que hubo unas revueltas; pero no que eran debido a la privatización del sistema ferroviario del país, o al cierre de las minas de carbón. Bien; una vez retirada de la vida política, a Thatcher le cuesta asumir la muerte de su esposo; pero no hay nada en esta historia que nos haga comprender a este personaje, empatizar con ella, quizá incluso quererla.   

Es curioso que lo más familiar de esta cinta haya sido el tapón de la botella de leche. 

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