ENTREVISTA CON NOLA RAE: «AL COMIENZO DE MI CARRERA, NO UTILIZABA NARIZ»

Nola Rae

Estudió danza en el The Royal Ballet School, y todo hacía pensar que iba para bailarina hasta que vio al mimo Bip por televisión. La cara blanca de Marcel Marceau la iluminó, y, en aquel momento, la payasa Nola Rae descubrió su verdadera vocación: ponerles una nariz roja a Elizabeth I, a Shakespeare y a Napoleón.

Nola Rae en el Corral de Comedias de Almagro 2011“Empecé a bailar con 8 años, pero cuando nos mudamos con mi familia a Londres me di cuenta de que nunca podría ser una gran bailarina –explica Nola Rae con el tono suave y sereno que la caracteriza –. Nunca llegaría a ser como Margot Fontaine… Como mucho, sería una bailarina útil, y ser una bailarina útil no era suficiente para mí.” Entonces, la payasa australiana se preguntó: “¿Qué es lo que hago yo ahora con todas las técnicas de danza aprendidas y sin una buena voz?” La chistera y la camisa marinera de Marcel Marceau le darían la solución. “La primera vez que vi un espectáculo suyo en directo tenía 16 años. Fue con mi padre y los dos quedamos totalmente impresionados –dice refiriéndose al mimo estrasburgués –. Era extraordinario. Nunca habíamos visto nada igual… Cuando me enteré de que abría una escuela en París, le pedí si podía ser su discípula y me dijo que sí.” Voilà! De aquí que esta entrevista la hagamos cómodamente en francés. “Al principio, mi padre no estaba de acuerdo –recuerda Rae –. Tenía formada una imagen esplendorosa de mí como bailarina, con mi tutú y mis punteras…” Pero, cuando reflexionara sobre el trabajo del rey de la pantomima teatral, su progenitor no tardaría en entrar en razón. “Al cabo de una semana ya me estaba dando todo su apoyo, y ahora está muy orgulloso de mí, porque he tenido más éxito como mimo que lo que hubiera tenido nunca como bailarina”, se sincera la artista.

Sin embargo, en estos momentos, ya no se dedica ni al ballet ni al mimo. “No puedo evitar introducir pasos de danza y mímica en mis espectáculos, pero ahora me centro más en hacer de payaso y en la manipulación de objetos y títeres.” Con la especialización de transformar con ingenio y gracia dramas clásicos en comedias clownescas. “He adaptado dos veces la obra de Romeo y Julieta –explica –: una de ellas era un espectáculo de mimo en el que yo hacía de Romeo y mi compañero de Julieta; en la otra, éramos dos payasos que se encontraban con la basura de los Montesco y con la de los Capuleto… Julieta era una bolsa de plástico blanca –ríe silenciosamente –y Romeo, una bolsa de papel.” ¿Le daría el dramaturgo inglés el visto bueno a esta versión? “Yo creo que sí –responde convencida –Shakespeare, como todo el mundo, tenía sentido del humor.”

Aunque para sentido del humor, el de Mozart, al que la comedianta califica directamente de clown y al que también ha dedicado Mirando a Mozart, un show que pudo verse en el último Festival de Teatro Clásico de Almagro. “Al leer su biografía, me di cuenta de lo interesante que era su vida.” Y lo que más le llamó la atención fue la relación de Amadeus con su padre Leopold. “Eran muy distintos: Mozart tenía una actitud cómica ante la vida… Era un payaso. Su padre, en cambio, era muy estricto, y le estuvo manipulando durante toda su juventud.” ¿Insinúa, entonces, que no le quería? “¡Oh, no! Lo quería y mucho… ¡Pero también quería su dinero! –vuelve a reír, en silencio, de nuevo – Cuando su hijo se lo quitó de encima, Leopold pensó que podría coger a cualquier niño que pasara por la calle y hacer de él un nuevo Mozart… Pero Mozart era distinto: era un niño prodigio dotado de un talento especial.” ¿Hay alguien, hoy en día, que se le pueda comparar? “No.” Rotundo no. “Mozart era un improvisador extraordinario, y eso ahora no se puede encontrar. Bueno…  –empieza a rectificar –quizá en el mundo del jazz…, pero no lo conozco lo suficiente como para opinar.”

A ella le van más los clásicos. “Mi preferido es Mozart, pero también me gusta mucho Chopin.” ¿Le pondrá a él también, algún día, una nariz roja? “No… Chopin es demasiado trágico y, además, es polaco”, bromea calladamente otra vez.

No sabemos qué le habrán hecho a Nola Rae los polacos; en cualquier caso, veremos más adelante que tampoco los estadounidenses son de su agrado. No obstante, resulta impensable que alguien se pueda llevar mal con tan afable y sosegada mujer, pues es difícil discutir con una ex bailarina que tiene por costumbre expresarse con el cuerpo y dejar en el camerino las palabras. “Para mí, el lenguaje es una barrera, porque mi voz es femenina y no hablo español –dice para justificar la ausencia de diálogos en sus espectáculos –. Además, para acabarlo de arreglar, ¡tengo una memoria pésima para retener textos!”, ríe en off, de nuevo. Con todo, en sus últimas funciones está empezando a hablar. “Pero sólo un poquito –se afana en aclarar –. Si te mueves menos, te ves forzado a utilizar más la voz, y yo ya estoy mayor para hacer lo que hacía cuando era una jovencita.”

Nola Rae en 'Mirando a Mozart'Tiene 61 años, aunque, viendo el ritmo que lleva, nadie lo diría: está trabajando en cinco obras a la vez (Exit Napoleon Persued by Rabbits, Mozart Preposteroso, Elizabeth Last Stand, And The Ship Sailed On y Home-Made Shakespeare) y preparando un nuevo espectáculo a dos (Nelly Pastes. Opera Cocktail). Además, cuando consigue sacarle horas al reloj, imparte talleres y seminarios en los que cualquiera puede aprender a ser un buen payaso. “Lo primero que les enseño a mis alumnos es a conocer su cuerpo y sus articulaciones.” Sin descuidar tampoco el entreno del pensamiento. “Lo más importante en el mundo del teatro son las ideas –explica quien posee una Medalla de la Orden del Imperio Británico por los servicios prestados al Mimo y al Arte dramático –. Una gran técnica sin ideas no sirve para nada. Es mejor tener ideas primero y buscar la técnica para expresarlas después.” Según la payasa, es muy fácil ser un mal clown, y si vemos un espectáculo de payasos malo, nunca querremos volver a ver otro. “Es muy delicado, porque no se trata de que el texto o la escenificación sea interesante, sino de que el interesante lo seas tú.” Obligatorio, pues, para los principiantes, iniciarse con una de las piezas de Nola Rae o con algunos de los payasos favoritos de su lista: Charlie Rivels, Slava Polunin y Grock, sin olvidarse de Charlie Chaplin, de Buster Keaton ni de Jacques Tati, aunque éstos últimos no acostumbraran a llevar nariz.

“No todos los clowns llevan una nariz roja –aclara la actriz –. Yo misma, al comienzo de mi carrera, no utilizaba nariz. Me costaba mucho respirar con ella puesta y me pintaba la mía de color azul.” Y una de sus suaves risas sopla, suave, una vez más. “Pero conozco a payasos que son incapaces de salir al escenario sin su nariz.” Las suyas las fabrica su marido, Matthew Ridout, quien, además de hacer de manager y de técnico de luces y de sonido, es el diseñador y constructor de la escenografía, del attrezzo y de las marionetas de las producciones de Rae. Se conocieron hace casi cuarenta años, cuando trabajaban juntos en la compañía de teatro experimental Friends Roadshow, y, desde entonces, no han parado de girar, arrancando carcajadas a las marchitas caras que se encuentran en sus viajes por los cinco continentes. “En el metro de Londres –comenta la payasa –ves a mucha gente con la cara triste, pero eso no significa que ellos lo estén.” ¿Y por qué no sonríen entonces? “Quizá porque nadie les ha sonreído antes a ellos –supone –. La sonrisa se refleja de una cara a otra, por eso hay  que sonreír más. Pero tiene que ser una sonrisa educada y de complicidad, no de arrogancia, como la de los americanos.” Una sonrisa como la que acompaña, de nuevo, a su muda melodía.

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